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Domingo 08 de enero de 2012

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Cultural El Duende

Desde mi rincón:

‘Lefebvrismo’

08 ene 2012

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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Últimamente el Vaticano y los ‘lefebvristas’ (en sentido estricto, agrupados en torno a la “Fraternidad Sacerdotal San Pío X” [FSSPX]) vienen siendo noticia periodística. En septiembre último hubo una reunión entre ambas partes, en la que la Curia pontificia entregó al Superior de la FSSPX un documento con las condiciones doctrinales y disciplinares para que pudiera pensarse en una plena reconciliación. En el momento en que escribo estas líneas la FSSPX todavía no ha dado su respuesta oficial, pero ha dejado filtrar algunos ‘signos’.

No se trata de anticipar la dirección de la próxima evolución del tema; tampoco de expresar votos en tal o cual tendencia; quisiera limitarme a un par de comentarios que me sugiere el tema.

El primero tiene que ver con el ‘ecumenismo’ o decisión que durante el Concilio Ecuménico Vaticano II (1952-1965) cuajó en el decreto Unitatis redintegratio. Tema verdaderamente histórico; para algunos, profético; quizás también hubo y hay dosis de excesivo optimismo (basado, acaso, en otras dosis de ingenuidad). Lo que no se puede discutir es que, como varios otros puntos del Concilio, creó discrepancias desde el momento del debate del documento. Es un asunto de extrema complejidad, que abarca situaciones sumamente diversas: para decirlo sencillamente, Roma no puede plantear el restablecimiento de una plena unión eclesial de la misma manera al dirigirse a los ortodoxos, a los anglicanos, a los luteranos, a los calvinistas o metodistas que a los baptistas o los pentecostalistas.

Con el casi medio siglo de rodaje, digamos que los resultados son ‘mixtos’: es verdad que por voluntad de Roma se ha producido un cambio de atmósfera; también lo es que, si por un lado ha habido acercamientos con algunas iglesias sobre determinadas doctrinas, por otro se han dado nuevos hechos que plantean nuevos obstáculos a una posible re-unión (pensemos, por ejemplo, en la práctica anglicana o luterana de ordenar mujeres de sacerdote y de obispo; o de autorizar estas mismas ordenaciones tratándose de homosexuales activos y militantes; etc.). Es difícil decir si estas situaciones fueron ya previstas por quienes pusieron en marcha este ecumenismo (Juan XXIII, el cardenal Bea…). No sé si cabría pensar que, para ellos y para muchos otros que les han seguido, la movida ecuménica era –y sigue siendo– un imperativo absoluto desde el momento que no se deja condicionar por los datos tangibles.

Del lado interno de la Iglesia Católica surgen cuestiones engorrosas que –aplicadas también al tema ecuménico– preguntan por el grado de ‘continuidad’ o de ‘ruptura’ que implica con respecto a la tradición magisterial precedente (y con respecto a la “hermenéutica de la continuidad”, postulada por el Papa Benedicto XVI a la hora de examinar y valorar los textos conciliares y su exégesis postconciliar).

* * *

El segundo comentario, también doble, nos devuelve a los ‘lefebvristas’. ¿Qué nos sugiere el espectáculo de un Vaticano ‘comprometido’ en un generoso ecumenismo que se dirige a los ‘hermanos separados’ y, casi con absoluto sincronismo, expulsa a un grupo católico de sus propias filas? ¿Resulta convincente hablar de coherencia interna, es decir: católica? ¿Existen dos medidas: una para los alejados más o menos antiguos y otra para los ‘hijos pródigos’ más recientes?

Al seguir los entresijos de los encuentros y diálogos sobre lo que los ‘lefebvristas’ deben admitir de la Iglesia postconciliar si desean reincorporarse en ella, hay algo que me parece más grave: cualquiera que crea tener cierta idea de la realidad ‘intracatólica’ postconciliar en materia de enseñanza teológica (bíblica, dogmática, moral…) desde cátedras oficialmente ‘católicas’; o examine las ‘libertades litúrgicas’ que desde el mismo día de la aplicación de la ‘reforma litúrgica’ hasta nuestros mismos días; o constate las distancias siderales de lo que se ‘enseña’ en los mensaje homiléticos; o simplemente, la manga ancha, la ‘tolerancia’ o las omisiones y silencios que pueden orientar el gobierno ordinario de las diócesis o desde ciertas conferencias episcopales, a uno casi no le queda otra escapatoria que sorprenderse y escandalizarse de las dos medidas, de las dos ‘varas’ utilizadas, por un lado al enfrentar dentro de la Iglesia una larga lista de casos, temas y problemas y, por otro, cuando andan por medio los ‘lefebvristas’. Y uno no puede impedir que le vengan a la mente aquellos reproches de Jesús: “¡Guías ciegos, que cuelan el mosquito y se tragan el camello!” (Mt, 23, 24) o “¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en el tuyo?” (Mt, 7, 3).

Francamente, me parece inevitable la convicción de que algo funciona mal en la balanza vaticana. Y creo que no cabe una ‘solución’ del caso ‘lefebvrista’ sin enfrentar y aceptar previamente la existencia de los problemas que implica la valoración doctrinal del Vaticano II. Porque estos últimos problemas no son propiamente un problema de los ‘lefebvristas’; son un problema de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana.

Entonces, la pregunta es: la Iglesia ¿está dispuesta y está en condiciones de reconsiderar los documentos del último Concilio Ecuménico? ¿Cree que lo puede hacer? ¿Cree que lo debe hacer? ¿Qué hizo el Vaticano II con la doctrina precedente de Trento o del Vaticano I?

Por otra parte: la Iglesia ¿está dispuesta y está en condiciones de establecer unos márgenes del ‘pluralismo’ doctrinal y moral que le devuelvan la credibilidad hacia dentro y hacia fuera de sus propios muros?

Y todo esto, la Iglesia debe planteárselo tanto si hay ‘lefebvristas’ como si no los hay.

Fuente: LA PATRIA
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