Domingo 08 de enero de 2012
ver hoy
En esta época de descreimiento, producto de la autosuficiencia. De ridiculización de lo bueno, de la verdad. De chistes blasfemos. De “ocurrencias” de ciertos personajes (más bien personajillos) que se disfrazan de el Papa, del que sea. No se dan cuenta, su talla intelectual se lo impide, y la falta de caridad de los que les contemplan también, para de decirles que están haciendo bufonadas.
Y Cristo nos sigue mirando, perdonando. Pide poco para hacerlo; sólo quiere nuestra buena disposición para cambiar de conducta. Sabe que habitualmente volveremos a tropezar y a caer siempre o casi siempre en lo mismo. Él sigue esperando y alegrándose cuando nos ve a lo lejos e” intuye “que queremos acercarnos. Se acerca, nos abraza, nos limpia, y nos enriquece llamándonos hijos. De la familia de Dios, del Dios, que se hace hombre.
Este hombre-Dios, llora ante la tumba de su amigo Lázaro. Imagina que continúa haciéndolo, como lloró a la vista de Jerusalén y lo hace ante el comportamiento humano, tantas veces deshumanizado, canallesco y especulador que se enriquece a costa de la pobreza de muchos, mientras acumula bienes y más bienes para varias generaciones. Llora ante la explotación de los más pequeños, apenas adolescentes, que abren los ojos casi al comienzo de la vida y esta les muestra su cara más animalizada, la más animalizada del hombre que pierde su categoría de tal cuando su comportamiento vergonzoso es el del animal más abyecto.