Jueves 05 de enero de 2012
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Está claro y comprobado que el comportamiento humano tiende a servir a dos señores, unas veces de una manera disimulada y otras del modo más descarado. La falsedad es “patrimonio de la humanidad”.
Si tenemos dos señores y sus visiones de la vida son totalmente contrarias, es imposible satisfacer a ambos, se entiende, ‘honradamente. Porque es difícil estar “al caldo y a las tajadas” y el hacerlo supondría una hipocresía indigna.
Lo estamos viendo en la política. No sé en otros países, en los que no indago ni me importa, pero la hipocresía debía ser condenada al ostracismo. El mundo sería mejor y sus goznes no rechinarían cada vez que se mueve. El mejor lubricante para suavizarlo sería un examen serio de cómo somos, como podíamos ser y como me gustaría que fueran lo demás conmigo.
La autenticidad brilla poco, porque es escasa. Pero cuando aparece en todo su esplendor, deslumbra por su belleza.
El ser católico, su comportamiento coherente, no es simplemente estar bautizado, aunque de hecho lo sea. Implica un profundizar en las verdades de nuestra Fe, comprometerse con ellas.