Domingo 25 de diciembre de 2011
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La mujer ha entrado en la imponderable arena en donde todo lo que es polvo, polvo de mariposa, eflorescencia y reflejos se convierte en el efluvio de su carne y en el encanto de tu paso. He seguido con la mirada aquel infinito surco de una nave y, dime, Simbad, ¿qué piensas de la atracción que desencalló tu barco en medio del mar? En cuanto a mí, ¡que me dejen finalmente los cuerpos extraños que me retienen, que me abandonen los dedos, los huesos, las palabras y su cemento, deshágame yo en el azul magnetismo del amor! La mujer está en el fuego, en el fuerte, en el débil, la mujer está en el fondo de los frutos, en la fuga de las hojas, en el claro solar en donde yo como viandante sin guía ni caballo voy extraviando mi cansancio, en una fantasmagoría infinita.
Pálida tierra de nieve y de sombra, no puedo salir de tus meandros celestes. Volviendo a encontrar así la inflexión feliz de tu cadera o el encantador recorrido de sus brazos en los distintos lugares adonde vuelven a conducirme la inquietud de la existencia y aquella inmensa esperanza que se ha posado en mí, fuera de ti no sé hablar de nada; no te engañes, cuando disimule, todas mis palabras son para ti y son tu apariencia. Mis imágenes han tomado su brillo en tus uñas y a tu voz mi lenguaje demencial se ha despertado…
Fuente: LA PATRIA
