Domingo 25 de diciembre de 2011

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Cuando un indígena subió a la silla presidencial de la República. (aún no existía el apócrifo Plurinacional), también nosotros abrigamos una gran esperanza. Decíamos en nuestro fuero interno: “Ahora sí, de verdad, ha llegado la hora; la hora que parecía lejana. Los indígenas tomaron las riendas del poder. Su abandono y su pobreza irán desapareciendo poco a poco.
La inmensa fe depositada en ese personaje se expresó en la votación decisiva de la población rural, en aquel memorable diciembre de 2005. Por primera vez alguien que se les parecía mucho, incluso físicamente, ceñía en el pecho los símbolos del poder supremo. “Evo Morales, presidente”: parecía un sueño. En adelante, polleras, ponchos y sombreros ocuparían el primer plano del escenario político. Los otros habían fracasado en muchas cosas. Los nuevos actores trazarían una ruta distinta.
Una de las más caras esperanzas era sin duda aquella relacionada con los niños. Como ha contado el propio Morales, de los poblados cercanos al camino por donde pasaban los buses, muchos niños salían a extender la mano; seguramente era una bendición coger un pan o un plátano para morigerar un poco el hambre. Allí estaba una dramática necesidad desatendida. Ningún gobierno se había propuesto encararla seriamente. Morales no pudo haber olvidado su infancia. “Él redimiría a los niños de esos pueblos olvidados”.Por diversos factores, era y sigue siendo un desafío enorme. Pero así como es difícil la solución, así también valía la pena empeñarse en lograrla. Significaba atacar en la raíz varios males; los niños son el cimiento para levantar un edificio nuevo. Para ello, a la hora de las decisiones se requería la lucidez de un estadista y la voluntad inflexible de un pionero. Junto al sorpresivo resultado en las urnas, ¿también tendríamos por milagro a ese líder excepcional? A la vuelta de seis años, el tiempo parece tener ya la respuesta.