Jueves 15 de diciembre de 2011
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En 1995, a un año de haberse iniciado la reforma educativa anterior, una alta funcionaria declaraba a la prensa: Pese a ser también escasos los recursos financieros del país, “la limitación más grave es la carencia de recursos humanos en la cantidad y calidad necesarias”. Entre ellos el menos visualizado fue, y es también ahora, el director o directora de la unidad educativa, llámese ésta escuela o colegio.
¿Sabe usted dónde se forman esos funcionarios? En ninguna parte. Los sindicatos docentes y los políticos se disputan la vía de acceso para nombrarlos. La llamada “institucionalización” es un simulacro que se repite cada cierto tiempo con las mismas características. La mayoría de los que ganan el examen de competencia son los adeptos al partido de gobierno. Es una de las miserias donde se ve la presencia de la politiquería nacional.
Se trata del primer nivel jerárquico y de autoridad. Al ascender a director, el maestro abandona su condición docente, y no pocas veces para ser un mal administrador. Empieza improvisando una función desconocida; a tropezones aprende a ejercer la nueva responsabilidad. En su cotidiana labor, tiene que habérselas con maestros, alumnos y padres de familia, cada sector con un repertorio de cuestiones diferente. Ninguna institución formadora ha diseñado su perfil profesional; obviamente, porque no existe como carrera.
