No hay día que no se presente algún problema en cualquier segmento de la sociedad y que altere el orden constituido o mínimamente el libre tránsito de personas y vehículos en cualquier parte de la ciudad, especialmente en su plaza central.
El fenómeno parece que es parte de la cotidianidad de todo el país, excepto algunas ciudades como Trinidad o Cobija donde las movilizaciones son menos frecuentes pero igualmente existen. En el resto y particularmente en las del eje central, además de las más próximas como la nuestra, los hechos sin ninguna exageración se producen diariamente.
Es realmente un hecho que debiera preocupar seriamente a las autoridades, pues la motivación de esos “movimientos sociales” siempre tienen su origen en el incumplimiento de promesas, en la poca atención de los problemas vecinales o en el descuido de hacer seguimiento al proceso de ejecución de obras, pero también al olvido manifiesto de cumplir deberes de servicio en comunidades o directamente en las ciudades, todo un conjunto de hechos adversos que provocan la ira ciudadana expresada en marchas y bloqueos que afectan al resto de la comunidad.
Como si la realización de esas manifestaciones de protesta no fueran suficientes para complicar la vida ciudadana cada día, hay que señalar otro terrible problema que es producto de la total indisciplina ciudadana hacia el cumplimiento de normas establecidas y en vigencia. Hay una trasgresión abierta y desconsiderada que provoca mayor caos cuando es parte de la interrupción de vías, porque sencillamente el transporte público hace lo que quiere en las calles, sumándose la indisciplina de los peatones que levantando la mano detienen en cualquier parte a micros, minis y taxis, vehículos de servicio público que además incumplen sus recorridos asignados, sólo cubren parte de sus rutas pero cobran la totalidad del pasaje.
Las calles son parte de un gigante mercado con puestos en las aceras y en algunos lugares también en las calzadas, lo que obliga a los ciudadanos a caminar en abierta competencia con los vehículos, poniendo en riesgo su integridad física sólo porque los comerciantes se han apropiado de las aceras.
Hay un abuso manifiesto a nombre de la democracia, se reclama libertades y se incurre en libertinaje, se altera los derechos de muchas personas sólo para expresar la ira de pocos, aunque esos pocos tengan razón al no recibir lo que les corresponde, pero que pueden reclamarlo sin afectar los derechos de terceros y así sucesivamente, cuando incluso las celebraciones se convierten en flagrantes alteraciones del orden público.
El panorama que mostramos se complica mucho más cuando las autoridades no tienen –valga la redundancia– suficiente autoridad para imponer la Ley, para hacer cumplir las disposiciones vigentes y para igualmente sancionar a los infractores, acudiendo en su caso a la ayuda de los organismos uniformados que son los directos operadores para establecer o restablecer el orden cuando se han sobrepasado los límites del raciocinio, el diálogo y el respeto mutuo.
El caos cotidiano tiene que disminuir paulatinamente y ese cambio se podrá percibir en la medida que las autoridades cumplan sus compromisos, pero al mismo tiempo apliquen las leyes e impongan condiciones de respeto a las regulaciones existentes para cada situación. Eso de “respetos guardan respetos”, se apropia a ésta caótica situación de nuestra cotidianidad.
Fuente: LA PATRIA
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