Hace ya algunos años me llegó un breve cuento que encierra muchas verdades, este año lo he vuelto a releer con motivo de proveer materiales a los grupos de niños de la Armada Blanca, los Nidos de Oración. Es un escrito que trata del cumpleaños de Jesús: todos están felices, se abrazan, el centro de la celebración es un hermoso árbol lleno de regalos, se comparte una opípara comida y bebidas en exceso, un señor gordo vestido de rojo parece atraer la atención de los invitados, pero Él, el invitado principal no es tomado en cuenta y hasta es olvidado.
Hay quienes, que en los últimos años pretenden sacar de escena nuestra Navidad, como otras tantas celebraciones cristianas, afirmando que la Navidad fue fijada en reemplazo de la fiesta pagana del sol. Y no hay nada más falaz que eso. Todo lo contrario: el emperador romano Aurelio fue quien quiso anular la fiesta cristiana de la Navidad sustituyéndola con la fiesta pagana del sol el año 274 d.C. El 25 de diciembre no se celebraba ninguna fiesta pagana. El culto al sol, de poca relevancia en el Imperio romano, era celebrado en todo caso en agosto.
Paulatinamente la Navidad, como otras celebraciones cristianas, ha sido y está siendo bombardeada por concepciones y prácticas que tratan de cambiar su razón, su esencia, su rostro, y la razón de ser de la Navidad es Jesús. Si quitamos a Jesús de la Navidad, ésta ya no es tal, porque la Navidad es la celebración del nacimiento de Dios hecho hombre. Celebrarla sin tener a Jesús como centro y razón de la Navidad es celebrar una navidad pagana, es simular una Navidad que no se vive.
La Navidad es cada vez más una fiesta consumista. Casi sin darnos cuenta, la hemos dejado convertirse primero, en la ocasión preferida de los comerciantes para vender toda suerte de mercancías -tengan éstas relación o no con el misterio del Nacimiento del Hijo de Dios. Sí, el nombre sagrado de la Navidad, parece que sólo sirve más que para los comerciantes, como si se tratase de una invitación a fiestas profanas, a diversiones y, a excesos.
La distorsión de la persona de San Nicolás de Bari, inclusa en la Navidad como “Santa Claus” es otra estrategia hábilmente desplegada para opacar la Natividad del Señor.
La historia de San Nicolás es muy hermosa. Vivió en el siglo IV, en lo que es la actual Turquía y ha sido uno de los santos más venerados por los fieles cristianos durante la Edad Media. Su padre comerciante, deseaba que siguiera el mismo oficio, mientras que su madre rezaba para que fuera presbítero, como su tío el obispo de Mira. Una epidemia de peste acabó con sus padres, que se contagiaron ayudando a los que habían contraído la enfermedad. El joven Nicolás ante tal situación tomó el Evangelio al pie de la letra: vendió todo lo que tenía, repartió el dinero entre los pobres para encontrar un tesoro en el Cielo, y luego se fue a Mira para seguir al Señor. A los 19 años fue ordenado sacerdote, y al morir su tío -quedando vacante la sede episcopal- fue elegido sucesor suyo.
Pero nada tiene que ver este santo obispo, cuya fiesta se celebra el 5 de diciembre, con la figura del gordinflón nórdico vestido de rojo, que con la “señora Claus” y rodeado de duendes, en trineos tirados por renos lanzan regalos a los niños por las chimeneas.
Luego se nos ha venido hablando del “espíritu de la Navidad”, idea que busca “sustituir el sentido cristiano de la Navidad por prácticas muy bien disfrazadas de provechosas, espirituales y aparentemente cristianas”. El arzobispo de Caracas, en su Exhortación Pastoral con ocasión de la Navidad de 1996 decía al respecto: “Lo que se ha dado en llamar últimamente ‘espíritu de la navidad’ es un conjunto de enseñanzas sutiles y de prácticas ingeniosas que tratan de apartar a las familias y a los grupos en general de una celebración centrada en el nacimiento del Hijo de Dios y de desviar el significado de la fiesta navideña hacia la contemplación de figuras fantasmagóricas…El supuesto ‘espíritu de la navidad’ nada tiene que ver con la Navidad Cristiana. Es otra forma de corromper el mensaje cristiano en aquello que tiene de básico y fundente como es la Encarnación del Hijo de Dios y su obra redentora”. Una Navidad sin Cristo apoyada en costumbres paganas, “una idea anticristiana coloreada de cristianismo”.
Y como si eso fuera poco en estos tiempos de “tolerancia”, “no se quiere ofender a los no cristianos y no creyentes” sustituyendo el tradicional “Feliz Navidad” por un “felices fiestas”, ya que consideran que “este último no ofende ni molesta a nadie que tenga otra religión no cristiana”.
Una paganización de las fiestas cristianas, claro, porque para muchos, la Buena Noticia de los ángeles, es sólo la comida, la diversión, el regalo especial, la cena opípara. Cuando lo más importante es acudir como los pastores, a la búsqueda del Niño Dios para adorarle.
La palabra Navidad ha de ser mágica para nosotros en el sentido de que sólo el hecho de escucharla, nos recuerda que Dios está a la puerta de mi vida, en el umbral de mi alma, en el vestíbulo de mi corazón. Lo que vivió la historia hace 20 centurias en la aldea de Belén, en la Navidad, está a punto de realizarse de nuevo en el recinto interno de nuestro propio ser.
Navidad es palabra, es promesa, es presencia de lo invisible, es intimidad de Dios que se acerca a quien quiera recibirle, ya no en la pobre gruta de Belén sino en la pobre gruta de mi alma.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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