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Domingo 11 de diciembre de 2011

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Cultural El Duende

Una Reseña de Giovanna Miralles

Umberto Eco y El cementerio de Praga

11 dic 2011

Fuente: LA PATRIA

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No me puedo quejar del 2011, el año en que pude ver a Patti Smith, Herzog y Wenders. Cuando me enteré que Umberto Eco estaría en Londres dudé en ir; creo en que nadie debe sentirse demasiado afortunado o cantar victoria, por aquello de la envidia de los dioses.

El sábado l9 de noviembre amaneció gris, uno de esos días en que dan ganas de quedarse en cama antes que partir hacia lo desconocido y Londres puede caer en esa dimensión. Llegué tarde o mejor dicho con el tiempo demasiado justo; así como algunas personas practican deportes extremos, yo practico tardanza extrema.

Al salir del Tube, veo a tres personas cruzar la calle a lo romano, el arte de avanzar sin tomar en cuenta carros ni semáforos, a los que hay que mirar de soslayo, marchando con paso firme y presuroso. Los sigo; evidentemente son italianos y compartimos la misma meta; no tengo necesidad de pensar en direcciones.

Al ingreso hay vino, cortesía de la casa. Sabiamente lo evito; los asientos son en orden de llegada y no quiero sentarme en la última fila a causa de un vinito. Hay un par de mesas en que se venden libros y una tercera con información de la Biblioteca de Londres. Me abordan dos encargadas con intenciones de venderme una membrecía, me libro de ellas como peatón romano. En la puerta la boletera oficial me recibe como a su mejor amiga; ni siquiera mira el boleto que, tercamente, insisto que revise; probablemente me recuerde de la ocasión en que dejé mi boleto en casa.

Felizmente consigo un asiento casi central en las primeras cuatro filas. Acabo de acomodarme cuando una señorita vestida de negro y lentejuelas –no estoy bromeando– introduce al entrevistador: Paul Holdengräber, de la Biblioteca Pública de Nueva York. Debo decir que este señor no es santo de mi devoción. Es el pedante que entrevistó a Herzog haciendo gala de su conocimiento filmográfico, cometiendo el pecado de explicar al artista su propio trabajo, interrumpiéndolo en momentos claves, corrigiendo algunas de sus expresiones, traduciendo cada uno de sus pensamientos al público como si éste fuese imbécil; en resumen, deplorable.

Estoy segura de que Paul H. fue una de las razones inconscientes para quedarme en casa, al contrario que en la entrevista a Herzog, en la que estaba vestido como leñador con camisa a cuadros y pantalón kaki; ahora está vestido de luces, terno gris, camisa celeste y corbata ancha con cristales Swarovsky, probablemente para hacer juego con las lentejuelas de la presentadora. Umberto Eco lleva mirada incisiva y calva brillante, usa lentes de marco dorado, camisa blanca, terno negro y corbata negra delgada, un Blues Brother casi perfecto, si no fuera por la falta de sombrero y los lentes que no son oscuros.

Paul. H. empieza la entrevista hablando de lo que es un secreto y de cómo la palabra secreto deriva del oficio de los secretarios o guarda-secretos, que también comparten nombre con los secretaires, esas piezas de mobiliario donde se escriben y guardan confidencias. En medio de sus elucubraciones es interrumpido por una errante e impertinente hoja de papel que ha encontrado su camino desde las filas de atrás hacia el escenario. Le alcanzan la hoja a Paul. H. que la mira confundido ¿Qué es? dice Eco, ¿Un secreto? Paul. H. disimula; Umberto Eco extiende su brazo sobre la mesa redonda que los separa para que le entregue el papel. No creo que sea la primera vez que decomisa un papel errante. Sin embargo, Paul. H. no lo entrega, lo desdobla y confiesa: Aquí dice que probablemente mi etimología de la palabra secreto está equivocada. Umberto Eco se ríe y con él todo el público. El lingüista de la audiencia no sólo tiene razón, también ha salvado la velada, demuestra que no somos un grupo de ovejas, somos inteligentes y merecemos respeto.

Fue una velada de lo más amena y en esta ocasión tomé notas e incluso dibujé un pequeño retrato del autor que me permitió observar al personaje a fondo. Esta entrevista esta reconstruida de mis notas y memoria; no pretende ser una trascripción literal de la ocasión. Es un intento de compartirla con los que no pudieron venir. Para los seguidores dedicados recomiendo la entrevista que hizo BBC Radio 4.

Umberto Eco explica cómo surgió la idea de escribir El Cementerio de Praga: Siempre ha existido la idea de la conspiración universal o la gran conspiración para dominar el mundo. Todos sabemos qué es una conspiración y podemos decir que ella fracasa cuando es descubierta, pero igualmente sucede lo mismo cuando triunfa. Sabemos que hubo una conspiración para asesinar a Julio César porque… triunfó. A lo largo de la historia ha habido muchas conspiraciones que han sido descubiertas, pero la idea de la conspiración universal prevalece, ya que es la conspiración que nunca fue descubierta; por ello se convierte en un recipiente ideal para depositar al enemigo, al otro.

A través de la historia la conspiración universal ha sido achacada a diversos grupos: a los judíos, a los masones, a los jesuitas. La idea de ella es un recipiente que está esperando ser llenado: Necesitamos un enemigo para construir nuestra propia identidad. El enemigo en este caso es Paul H. que trata de citar un pensamiento en francés con resultados fatales, su acento americano lo traiciona. Otro papel conspiratorio llega al escenario, en él se pide que mientras hablan dejen de mirarse el uno al otro y se dirijan a la audiencia; el público de las últimas filas no puede escucharlos. Eco acata el comando inmediatamente; a Paul H. le cuesta demasiado y a lo largo de la entrevista será cortesmente reprendido en varias ocasiones por el propio Eco.

Cada país construye su identidad en relación al otro, al desconocido; los ingleses definen su identidad frente a los franceses o a los alemanes; lo que no sucede en Italia donde el enemigo interno son los propios italianos, peleando unos contra otros. Si Berlusconi salió del gobierno no fue por la oposición, fue porque no tenía otra opción frente a las circunstancias y todavía los opositores no pueden organizarse, están demasiado ocupados peleando entre ellos. Ian Fleming en James Bond siempre pone como antagonista a un extranjero, en Dr. No es chino, en The Man with the Golden Gun es español y ninguno es un gentleman inglés. Umberto Eco, a instancias de Paul. H., confiesa que antes de escribir El Nombre de la Rosa estudio exhaustivamente a Ian Fleming, todos los libros, no las películas, aclara. Me pregunto si esto no habrá influenciado el casting de Sean Connery en la película. Una pregunta que quedará sin respuesta.

Paul H. pregunta ¿Cómo Umberto Eco ha podido crear un ser tan bajo, horrendo y despreciable como Simonini? Repugnante no solo en carácter sino físicamente. ¿Era también necesario hacerlo feo?, ¿era necesario hacerlo tan repulsivo? Y por qué no, contesta Eco, el enemigo tiene que ser feo, no puede ser hermoso; me causó un inmenso placer crear este carácter; no me digan que Shakespeare no tuvo un gran placer cuando creó a Ricardo III o a Yago. Es posible argüir que hay enemigos bellos, uno de los ejemplos más notables es la madrastra de Blancanieves. La belleza y la fealdad son parte de los arquetipos sobre los que se construye el carácter. ¿Y quién es el gran enemigo? nos pregunta y contesta: El Anticristo, un recipiente vacío sin cara ni nombre. El recipiente perfecto para llenar con lo que se quiera, el recipiente para nuestro disgusto. Darwin en su estudio de las expresiones faciales apunta que la expresión de disgusto es universal y que esta expresión puede encontrarse en cada civilización, es la expresión con las comisuras de los labios para abajo, todos sentimos disgusto. Al contrario, El amor es una experiencia mutilada, porque es una experiencia basada en la posesión. Yo te amo, no quiero que nadie más te ame y si tú me amas, tampoco estarás feliz si yo amo a alguien más, el amor es exclusivo y culpable de los celos. En cambio, El odio une a la gente, carcajada general. La gente está dispuesta a morir enfrentando al enemigo, por esta razón es tan fácil usar el odio como un medio político. El odio intraespecífico de la humanidad.

Eco menciona y describe los caracteres históricos de El Cementerio de Praga, entre ellos Freud, Garibaldi y el escritor tránsfuga Leo Taxil, que escribía libros a favor de la Iglesia Católica mientras su mujer seguía vendiendo los libros en contra de la Iglesia Católica, que no se habían agotado, por debajo del mostrador. Taxil es tan complejo que hubiera sido imposible inventar. Paul H: ¿Entonces por qué Umberto Eco escribe ficción? Eco responde que necesita la invención para no escribir otro ensayo histórico. La ficción le permite introducir caracteres hechos a medida. Hacer ficción es un juego. Pretenderé que Blancanieves existe y tú pretenderás creerme, juegas tú y juego yo. La ficción es un juego de mentiras que acaban convirtiéndose en verdades; para el lector Blancanieves existe mientras lee el libro. El lenguaje nos permite mentir, los animales no mienten, con un perro uno sabe cuando el animal está feliz o descontento; los animales son simples, no tienen posibilidad de mentir porque no usan un lenguaje. ¿Cuál es la conducta que se puede usar para mentir? El lenguaje. Mentimos a cada rato en nuestras vidas… Gusto de verte, qué bonito vestido, etc. La falsificación es también una forma de arte, un tema desarrollado en Baudolino.

Obras de gran éxito son a veces fruto de un trabajo desconectado, por ejemplo Casablanca, cuyo guión se fue escribiendo a medida que se filmaba la película, ese aire de misterio que tiene Ingrid Bergman, esa duda es porque ni ella misma sabía con quién se iba a quedar al final del film. Sin embargo, a pesar de no tener una perfecta narrativa es una película de culto, como The Rocky Horror Picture Show; ambas películas están llena de clichés que son reconocidos por el público que acaba amando la obra, pese a que las costuras son visibles y menos que perfectas. Y, al contrario del bíblico ver para creer, solo crees lo que ya conoces.

Los Protocolos de los Sabios de Zión funcionan de la misma manera, trabajan sobre un prejuicio histórico contra los judíos. Pese a que todos sabían que era un documento falsificado, aun así fue tomado en cuenta porque estaba reforzado por los miedos y prejuicios. La gente piensa: Es mentira, pero… por algo fue creado y distribuido; entonces debe ser verdad, razonando contra toda lógica. La verdad es que acabamos creyendo nuestras propias mentiras. Y sin embargo la realidad vence a la ficción. ¿Podrías inventar un hombre como Berlusconi?

Hay gente que va creando su propia verdad. Gente que vive sus vidas como alcachofas, amputando lo que no les conviene o simplemente dejando el pasado atrás; no se trata de una mentira, se trata de una eliminación. Personalmente, acota Eco, no podría vivir así, todavía conservo amigos de escuela. El modus operandi de Los Protocolos de los Sabios de Zión es alimentar el prejuicio del argumento principal, que a la vez alimenta tus propios prejuicios. La estructura de El Cementerio de Praga es una narrativa vertical a tres voces. En otras novelas como La isla del día de antes he utilizado una meta narrativa con un narrador. Paul. H. comenta sobre el riesgo de jugar con tan fuertes prejuicios en El Cementerio de Praga y si no habrá gente que tome la historia de esta conspiración como verdad; en resumen, si no se le ha ido la mano a Eco. Éste contesta que su novela de menor éxito fue La Misteriosa Flama de la Reina Loana cuya narrativa es más bien sencilla y piensa que por ello fue la que menos se vendió. Probablemente escribo para un manojo de masoquistas. En cambio, la complejidad vende mejor y El Cementerio de Praga es una novela compleja, que imita en cierta forma a las novelas populares del Siglo XIX, grabados incluidos.

Un autor nunca debe tomar los comentarios seriamente, tampoco se puede ni se debe complacer a todos y les voy a contar una historia que mi abuelo me contaba de niño. Eco procede a contar la fábula de Esopo Del niño, el viejo y el asno con todo detalle y como si la audiencia la estuviera escuchando por primera vez y tal parece que la audiencia la está escuchando por primera vez por las carcajadas y aplausos. Me sorprendo; probablemente todo este entusiasmo es porque la audiencia ya conoce la fábula, o es la primera vez que la está escuchando de labios de Umberto Eco, que en el fondo podría ser el abuelo de muchos de nosotros. Referencias sobre referencias. Eco continúa: Cuando escribo, dice, busco constricciones en la novela, por ejemplo, ir a un lugar que no conozco, en Baudolino él y el Preste Juan marchan hacia Constantinopla. Baudolino me dio el alibí de poder ir a Constantinopla que era un lugar que quería visitar. En El Cementerio de Praga Simonini visita el Hospital Pitie Salpetriere en París. Para escribir la novela necesito encontrar algo interesante qué investigar y de paso hacer turismo.

Las influencias nos persiguen a lo largo de nuestras vidas, no importa qué tan joven hayas leído un libro, ese libro volverá para influenciarte. En ese momento yo entro en pánico y pienso que no he sido muy buena policía de mis lecturas y tampoco lo soy de las lecturas de mis hijos. Eco continúa con su relato. Fue en El Nombre de la Rosa donde me tomé más libertades. No sabía el éxito que iba a tener, ni tampoco me debía a un público, era el libro que estaba escribiendo por placer. Un amigo después de leerlo me preguntó si Mirovsky (escribo el nombre fonéticamente, no he encontrado todavía la ortografía correcta) me había influenciado. Hoy en día nadie recuerda a Mirovsky, pero en su tiempo, a principios del siglo XX, fue muy famoso por novelar biografías históricas como la de Leonardo da Vinci. Al principio no reconocí esa influencia, pero luego recordé que a la edad de doce años leí alguna de sus novelas.

Paul H. le recuerda a Umberto Eco que cuando lo entrevistó en Nueva York, en conversación con Pierre Bayard, autor del Libro Como hablar de esos libros que Ud. nunca leyó, le había preguntado a Bayard cómo se sentía después de haber escrito un libro con ese título frente a un hombre que posee una biblioteca de treinta y cinco mil volúmenes, lo que Eco corrigió inmediatamente Cincuenta mil. Paul H. quiere saber ¿Qué se siente al ser poseedor de semejante biblioteca? Eco sonríe, Mi biblioteca me da satisfacción y un gran confort; es lindo poder ir a esa biblioteca y encontrar al mismo ‘Pinoccio’ que leí cuando tenía ocho años. Me pregunto si habrá alguna persona que sienta el mismo confort poseyendo una caja de USBs. Yo me quedo pensativa, es verdad que tengo DVDs de mis películas favoritas, pero necesito un reproductor de DVD para poder verlas, en cambio con una película de carne y hueso solo necesitaría destapar la lata y podría ver los fotogramas a la luz del sol. Una vez Edgar Soberón me mostró un pedazo de film de 70mm, tan magnificente como el mejor vitral de una catedral. La melancolía me invade, pero no dura. Umberto Eco esta declarando: Pertenezco a esa asociación de Capricornios contra las creencias anormales.

La velada ha terminado. Evidentemente el enemigo fue Paul H., al que Eco tuvo a raya sin permitirle de ninguna manera hacer largas elucubraciones, controlándolo con la mirada y con una cara de no acabo de creerte. También evidentemente Eco tiene una larga experiencia como catedrático y dejó a Paul H. todo compungido; al terminar la entrevista parecía estudiante universitario de primer año preocupado de quedar bien frente al profesor. No nos permitieron hacer preguntas. Tenía una buena sobre la admiración de Eco hacia Dago el personaje de historietas creado por el paraguayo Robin Wood, uno de mis autores favoritos de adolescencia.

Nos informan que el autor autografiará su último libro. Salimos, ya no hay vinos, queda una larga mesa donde se vende El Cementerio de Praga, en cuyo extremo opuesto está Eco firmando los libros. Tiene un cigarro delgado en la boca que le sirve de alibí para no conversar con los fans; es sumamente eficiente y en menos que canta un gallo ha despachado el noventa por ciento de la cola.

Es mi turno; siempre juro resistirme a las firmaderas, pero a último momento sucumbo y heme allí entre las últimas seis personas de la cola. Me emociono, le digo sin pensar Mucho gusto en español y levanta la vista del libro para mirarme; le señalo mi nombre escrito con lápiz en el libro y le digo, también en español: Ése es mi nombre, Giovanna Miralles. Me sigue mirando sin abrir los labios, pienso que no estoy hablando en inglés. Corrijo That’s my name. Amablemente escribe mi nombre en el libro que ya estaba firmado. Thank you for writing, digo, y pienso que esto suena fatal. Cambio una vez más de idioma. Gracias por escribir. Acabo diciendo ¡Ciao! y le mando un beso. Él muerde ferozmente su cigarro. I made a fool of myself, pienso, mezclando idiomas sin ton ni son como aquel personaje de El Nombre de la Rosa. Tal vez hubiera recibido respuesta recurriendo únicamente al latín.

Fuente: LA PATRIA
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