Según el lente que se ve, cambia la apariencia de la cosa vista.
Hay gente muy optimista que siente vientos de cambio y ve nuestro país como un modelo a ser exportado. Pero, cuando uno mira de cerca las organizaciones sociales, la realidad es otra. Si existe cambio no es cualitativamente positivo. Las personas del área rural son llevadas en camiones para ver las apariciones presidenciales, como en tiempos de la derecha tan criticada. Arrastrar gente es una lección bien aprendida de los pasados tiempos del MNR. Hoy las carreteras son “cerradas” por horas, para que el aparato de seguridad del presidente pase.
- ¿Y los demás súbditos del reino?
- Esperan sus urgencias, porque nada es más importante que hacer un discurso populista en medio de un camino, inaugurando un tramo asfaltado que ya presenta desperfectos, bloqueando el derecho de ir y venir de otros ciudadanos, como si no fuéramos iguales, discriminando a todo el que tenga compromiso por cumplir y necesite pasar por el camino.
La óptica de los optimistas es extravagantemente buena. Pues, piensan que un bono anual paupérrimo cambia la situación de miles de niños que asisten a la escuela. Eso no es cierto. Son miles los niños que tienen que abandonar su niñez y trabajar, porque la situación de pobreza es agobiante y no les queda más.
En nuestro país mucha gente anda sumida en la desesperación… Somos de un país donde muchos niños no tienen derecho a una niñez digna. Un país donde, en ciertas regiones, los niños arriesgan su vida con el consentimiento de sus progenitores, para pedir limosna en las orillas de las carreteras, para aprovechar la vacación escolar y ganar algunos centavos. Otros tantos niños siguen trabajando en las ratoneras, en los socavones de las cooperativas mineras para ayudar a sus padres a que saquen un poco más de mineral de lugares angostos donde no entra un adulto. Lógicamente que ellos trabajan en la ilegalidad, pues, está prohibido por ley, que menores arriesguen sus vidas en los socavones. Pero, las leyes no vienen acompañadas de comida. Entiendo que a ellos les falta el pan y es mejor arriesgarse a no comer, de cualquier forma su vida está corriendo peligro.
Ante la incertidumbre económica que se vive en el cotidiano, los adultos que pueden emigrar cumplen con la sentencia de que nuestro país exporta gente. Muchas veces, emigran acompañados de sus hijos pequeños al futuro incierto que también les espera en otros países.
Otros conciudadanos que se fueran antes a Brasil o Argentina, vienen a reclutar gente para trabajar allá en condiciones precarias. Conformando redes de expansión de la miseria, que actúan aprovechando la extrema pobreza interna.
El trabajo informal es creciente. Pese a que las calles céntricas concurren con los mercados en las principales ciudades del país, el movimiento económico es insuficiente para una sobrevivencia digna de cientos de padres de familia que apuestan en la venta de lo que sea para cumplir con los suyos. La cantidad de personas profesionales sin un empleo meritorio es impresionante, que no gozan de beneficios sociales ni provisionales, que afectan no solamente sus vidas como también al Estado.
El narcotráfico está en aumento. Tal vez como una salida indigna en medio de tanto caos o quizás, ellos generaron el caos y los demás no se dieron cuenta. Entonces, el flagelo del tema cocaína se minimiza ante la mirada de los optimistas.
Los índices oficiales de crecimiento macroeconómicos son excelentes, pero no reflejan la realidad ya que el ciudadano de a pie no percibe en su diario vivir, ninguna mejora en su calidad de vida. Y el aumento de las reservas fiscales no significa nada para aquellos que padecen de hambre.
Los índices oficiales de desarrollo humano no se perciben en las calles donde cientos de ancianos y niños piden limosna por las fiestas navideñas. Los optimistas no concuerdan con esto, quizás, porque ellos tienen ojo de vidrio y no ven nada de aquello que no quieren ver.
Fuente: LA PATRIA
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