Martes 06 de diciembre de 2011
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La publicidad promotora de la bebida alcohólica, hoy por hoy, se constituye sin duda alguna en el mayor culpable del excesivo beber, porque consigue con esa presión entrampar en el embudo de los excesos en particular a los más jóvenes.
El cinismo de la presión publicitaria, de poderosos grupos económicos, que no buscan nada más que su propio beneficio a costa de la salud corporal, mental o espiritual de los consumidores, hace aparecer sus “patrocinios”, como si fueran actividades altruistas o benefactoras, cuando esa influencia publicitaria está produciendo no sólo generaciones de bebedores a temprana edad, sino una gama de problemas anejos como deserción escolar, creciente aumento de trastornos mentales, suicidios, embarazos precoces.
Mientras los fabricantes y expendedores de bebidas intoxicantes siguen amasando fortunas a costa de la salud del público, los Estados deben asumir las consecuencias emergentes del excesivo beber y el consumo de sustancias, aunque no logran hacerlo en toda su magnitud, ya que si no tuvieran la ayuda de congregaciones religiosas católicas, de otras confesiones cristianas y asociaciones de voluntariado, que brindan asistencia a personas con problemas de alcoholismo y sustancias, y, a las víctimas de tal abuso, esta sobredemanda se elevaría a cifras impensables.
