La respuesta militar de los países del Cuerno Africano al deterioro de la situación somalí recuerda una máxima muy empleada en el esplendor del anarquismo: cuanto peor, tanto mejor, contrasentido que en política rinde dividendos.
África asume hoy que la paz y la seguridad son categorías irremplazables en el destino continental, donde -sin embargo- por momentos se pierde la prudencia y se tira del gatillo para solucionar conflictos de cualquier envergadura o latentes en la turbulencias étnicas y confesionales.
Tras dos décadas de maniobras políticas, disputas por el poder, connivencia delictiva y de un vacío institucional, parece que la decisión bélica subregional completará el declive de Somalia, hoy, además, presa de un hambre atroz.
Así de compleja es la situación allí, adonde acudieron tropas de cuatro países para enfrentar a la organización radical Al Chabab, cuyo objetivo va más allá del cambio de gobierno y la imposición de una nueva autoridad pues -según sus fundamentos- lo válido es destruir al actual tipo de Estado para dar paso a una teocracia.
No obstante, el proceso en cuestión no se ciñe sólo a un dilema de actualización institucional: las razones proceden ante todo del momento en la zona, donde las contiendas armadas tienden a desaparecer, pero aún persisten para recordar las asimetrías sufridas por África, continente rico que se hunde en la pobreza y las disputas.
La intervención militar en Somalia es un hecho que enseña cómo opera ese mecanismo de presión cuando chocan de frente dos orientaciones ideo-políticas diferentes.
Esa opción bélica es un fenómeno multidimensional que abarca el interés de los países de la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo (IGAD), los cuales afinan con los de la Unión Africana (UA), con los del vecino etíope, con los leales al Gobierno Federal de Transición (GFT) y los clanes políticos.
Los participantes en el conflicto intentan delinear el modelo que sucederá a los cambios previstos tras la crisis en ese espacio sumido en el caos desde 1991, cuando fue derrocada, por coaliciones insurgentes, la administración del general Mohamed Siad Barre, quien sobresalió por sus malabares gubernamentales y arruinó al país.
Esta historia porta actualmente violencia, venganza y miseria propias de una guerra intermitente, en la cual victorias y derrotas tienen perfiles borrosos. Lo novedoso es que ahora contra Al Chabab han operado con independencia relativa fuerzas etíopes, burundesas, ugandesas y kenianas.
Antes, el panorama -que la prensa calificó de guerra civil- era muy distinto pues presentaba a la organización radical islámica enfrentada al GTF y no era todo un poderoso músculo militar experimentado y con sobresalientes avales bélicos, respaldado por Occidente, como ahora acontece.
La IGAD confecciona un escenario favorable al gobierno de tránsito, para que funcione y posea legitimidad en un ámbito en el cual la hegemonía radical de la Unión de las Cortes Islámicas (UCI) se impuso por la fuerza, aunque también dio pasos a través de las acciones civiles a fin de reponer las instituciones de derecho.
El proyecto de Estado impulsado por la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo resistió hasta donde pudo y esencial para ello fue el apoyo de Etiopía a clanes relacionados con el entonces presidente de la transición y señor de la guerra Abdulahi Yusuf Mohamed, hombre fuerte del Puntland.
Después fue el actual jefe del GFT, Sharif Sheik Ahmed, considerado un político moderado, aunque fue líder de Alianza para la Re-liberación de Somalia (ARS), que operaba en el seno de la UCI, predecesora de la organización Al Chabab.
La Alianza y el Gobierno Federal firmaron un pacto en octubre de 2008 y en 2009, Sheik Ahmed logró vencer en un proceso electoral a Maslah Mohamed Siad, hijo de Mohamed Siad Barre, con lo cual se colocó al frente de la estructura estatal, que a los efectos de la práctica política actual es invisible.
Todos los esfuerzos por restablecer la estructura estatal, que marcaron la década pasada pese a las contradicciones propias de la convivencia nacional, se perdieron y con eso se alejaron del horizonte los objetivos más positivos.
La destrucción que se atestigua, sin embargo, es un anuncio de cambios tanto en ese país dividido y amenazado como en toda la región oriental africana, donde poseen el mismo significado los términos seguridad y estabilidad, aunque pueden interpretarse de manera distinta en el momento de resolver un conflicto.
Así, la reciente intervención militar keniana se vincula con la reacción del país a los secuestros de extranjeros en la zona fronteriza con Somalia y por los que el gobierno de Mwai Kibaki culpa a Al Chabab, que se distanció de esos raptos, en su mayoría de cooperantes de grupos u organismos humanitarios, un tema de seguridad nacional.
Los soldados kenianos entraron el 16 de octubre en el sur de Somalia, como apoyo aéreo, pero después se intensificaron las acciones, lo cual provocó un incremento en las cifras de muertos y heridos en zonas tales como Afmadow.
Nairobi justificó esa intervención sin precedente con una serie de secuestros de europeos cometidos en su territorio, atribuidos a la organización somalí.
El empleo de la fuerza por el ejército extranjero en esta etapa converge con otras acciones de guerra contra Al Chabab, como fueron las ofensivas de la Misión de la Unión Africana (Amisom) en Mogadiscio.
En la actual operación contra Al Chabab participa Estados Unidos, que la asocia a su guerra global contra el terrorismo, pero, además a su interés de establecer un comando continental con tareas y soldados africanos que el Pentágono pueda teledirigir, sin correr el riesgo de la fracasada misión Restaurar la Esperanza de 1992-1993.
Después de establecer bases de aviones robot (drones) en la subregión, el paso siguiente fue emplearlos contra la población somalí: seis personas murieron y 70 sufrieron heridas en el más reciente ataque perpetrado por esas naves estadounidenses contra la ciudad portuaria de Kismaayo, al sur de Mogadiscio, describió Press TV.
Muchos civiles, la mayoría de ellos mujeres y niños, huían en busca de refugio.
También varios buques de guerra, pertenecientes a las fuerzas francesas, bombardearon algunos puntos de las costas de Somalia.
Los barcos dispararon 20 misiles pesados contra la ciudad de Kuda y el puerto de Kismaayo, donde por lo menos cuatro impactaron y otros seis fueron contra aquella localidad, lo cual demuestra que París está involucrado seriamente en este proceso.
"Francia ha movilizado sus fuerzas hacia Kenia, cruzando la frontera hasta Somalia, para iniciar una batalla contra el grupo extremista Al Chabab", afirmó una fuente citada por Press TV.
El presidente somalí, Sharif Cheikh Ahmed, denunció la intervención militar keniana y dio a entender que esa operación fue lanzada sin su consentimiento.
"Kenia aceptó apoyar a las fuerzas somalíes desde el punto de vista logístico, pero jamás permitiremos supuestas intervenciones externas", expresó.
Dos días después del inicio de la ofensiva, los ministros de Defensa de Kenia y Somalia firmaron un acuerdo de cooperación para las operaciones militares y de seguridad, que limitaba la intervención a la región de Baja Juba (sur).
(*) Periodista de la Redacción África y Medio Oriente de Prensa
Fuente: La Habana (PL)
Para tus amigos:
¡Oferta!
Solicita tu membresía Premium y disfruta estos beneficios adicionales:
- Edición diaria disponible desde las 5:00 am.
- Periódico del día en PDF descargable.
- Fotografías en alta resolución.
- Acceso a ediciones pasadas digitales desde 2010.