Enero de 2006 implicó el inicio de un proceso histórico, dirigido por el Movimiento al Socialismo (MAS), sin precedentes en la historia de Bolivia. Muchos acogieron con esperanza, algunos con entusiasmo inédito, la idea del cambio trascendente. Se había generado en la sociedad un sentimiento de hastío con la “democracia pactada de Sánchez de Lozada, Banzer y Paz Zamora”, signada por el reparto “non sancto” del poder gubernamental entre los partidos de turno, el imperio de la prebenda política y el reinado impune de la corrupción y otras manifestaciones de la degeneración humana.
Hasta la clase media, clase no en el sentido marxista clásico, se atrevió inusualmente a cuestionar el statu-quo y apoyar, quizás erradamente, a los insurrectos de octubre de 2005 para redefinir las condiciones de construcción del país después de tantos fracasos de la derecha tradicional y la marginalización de la izquierda histórica. Claro que esta cuasi clase era incapaz, o tímida en su expresión, de reflexionar sobre los riesgos de apuntalar un proceso carente de objetivos de país e impregnado de incógnitas, hecho que demuestra una vez más que la lucidez en política es atributo de señalados y/o escogidos, casi siempre, pero la que trasciende espacios y materias es solamente la de una clase dirigente visionaria, escasa en Bolivia.
El MAS, en su borrachera inicial de poder prometió muchas cosas, entre ellas la construcción de un nuevo Estado basado en la profundización de la democracia y la extirpación de sus males innatos y adquiridos. En este sentido, el uso de instrumentos simbólicos de carácter étnico fue acertado -pero no legítimo-, ya que captó el apoyo de amplios sectores ciudadanos, cansados de una formalidad republicana que se había reproducido sistemáticamente sin cambiar la esencia de las relaciones de producción de bienes e ideas.
En el periodo desarrollado entre enero de 2006 y diciembre de 2009, el Movimiento al Socialismo fue muy astuto y supo manejar las artes de la política para construir una sólida hegemonía basada en la legitimidad de las urnas y el consenso social. Para ello, sus métodos no siempre respondieron a una estructura programática principista, descansaron en el uso y abuso de instrumentos expropiados al poder que tanto criticó y critica. El utilitarismo convenenciero dirigió sus acciones, evidenciando cada vez más su faz autoritaria, hecho que fue disminuyendo sustancialmente el apoyo de la población urbana, la que hoy es marcadamente antimasista.
En su afán de aplastar a sus opositores, sean de la línea que sean, el MAS no dudó en apoderarse de todos los poderes, como muestra palpable de su tendencia totalitaria. Así se podría pensar que tales acciones derivarían en una reducción sustancial, y grave, de su popularidad. Craso error si no se conoce bien la historia de Bolivia, país en el que las derrotas no siempre son derrotas verdaderas y las victorias generalmente son “pírricas”. Esta lectura se puede dar a partir de una serie de reveses coyunturales, pero posiblemente estratégicos en la perspectiva, del movimiento en función de gobierno hoy, cuyas derrotas políticas recientes se dieron en los siguientes eventos:
• En las elecciones departamentales y municipales realizadas en abril de 2010, cuando el MAS obtuvo aproximadamente el 50% de votos en las elecciones para gobernadores y el 35% en las elecciones de los 10 municipios principales del país.
• En diciembre de 2010, donde el gobierno masista decretó el incremento radical del precio de los carburantes, no obstante fue seriamente cuestionado por los movimientos sociales y obligado a derogar la medida.
• En octubre reciente, ante la movilización de los indígenas del Tipnis, signada por una detestable represión, el gobierno mandó al Parlamento un proyecto de Ley, posteriormente aprobado, que garantizaba la no construcción de una carretera por territorio indígena. Supuestamente levantó las manos.
• En las elecciones judiciales de octubre de este año, las que evidenciaron una consistente derrota de los candidatos afines al MAS. El voto nulo superó a los válidos como nunca en la historia, no obstante el voto rural sigue siendo mayoritariamente masista.
Pero, muy a pesar de estas derrotas tácticas, como incongruencia molesta, y quizás no esperada, el MAS todavía cuenta con un apoyo sólido en comunidades rurales y peri-urbanas (El Alto y ciudades intermedias) que le permiten mantener su hegemonía en la lucha por el poder, al menos mientras no llegue al extremo de la represión abiertamente fascista. En este contexto crudo, la oposición no tradicional debería esmerarse mucho más aún para quebrar la hegemonía autoritaria. Lo demás es tema pendiente y futuro.
(*) Politólogo
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