Hace apenas 5 días fue noticia nacional el operativo desplegado por la Fiscalía departamental de Santa Cruz y la Defensoría del Menor, en el que fueron aprehendidas tres personas, quienes, según el Ministerio Público “practicaban abortos de acuerdo con la elección de las pacientes, es decir en el centro asistencial, en alojamientos o en viviendas particulares”, los acusados “conseguían sus clientes mediante afiches que colocaban en postes de alumbrado público, la mayoría de las cuales eran personas menores de edad que bordeaban los 13 años”, de acuerdo a las informaciones de prensa.
El Código Penal vigente sanciona con una pena máxima de 6 años de privación de libertad el aborto tipificado como “atentado contra la vida”.
Curioso y aterrador es que diversos grupos han tomado el asunto en sus labios. Reciben con acritud la respuesta negativa de la Iglesia Católica, y de casi todas las denominaciones cristianas, y desean que el aborto se convierta en “derecho”.
El lobby antivida, que usa el aborto ilegal como estrategia abortista, no trepidó en soltar nuevamente –a raíz del hecho- sus falaces argumentos. Afirma que “según la Organización Mundial de la Salud, América Latina es la región del mundo donde se realizan más abortos. Y es el último reducto de la Iglesia Católica para seguir imponiendo sus concepciones ideológicas”, añadiendo que en Bolivia, se “registran diariamente 247 abortos en clínicas clandestinas y unos 100 mil al año, de los cuales solamente se reportan 90 mil”.
A estos lobbies les “impresiona” que debido a los abortos clandestinos “aproximadamente cada año 60 mil mujeres pierden la vida”, y tienen toda la razón, porque es un drama que hemos de evitar a toda costa, pero para conseguirlo no se puede permitir que, mediante el aborto, mueran 100 mil criaturas inocentes en el seno de su madre, simplemente porque no se les ve la nariz o no se les besa en la mejilla.
Es dejar la moral en manos de quienes no tienen moral en muchos de los casos, como si la moral fuese subjetiva, y, como si la opinión mayoritaria del pueblo a favor del aborto pudiera obligar a la Iglesia Católica a cambiar de opinión, y a tolerar el aborto legal. Todo ello supone una ignorancia supina de la moral católica, fundamentada en la cuestión del aborto sobre el quinto mandamiento del Decálogo, ya promulgado por Moisés casi quince siglos antes de la llegada de Cristo y seriamente refrendada por Jesús. El “no matarás” no tiene otra explicación que el no hacer daño a ninguno, menos aún a las criaturas inocentes que no han cometido delito alguno en el seno de su madre al que han llegado no por propia iniciativa sino por imposición de sus padres.
Se trata de una doctrina clara, fundamental para el cristianismo, sostenida a través de las 20 centurias de su existencia y fundamentada tanto en la Sagrada Escritura cuanto en la opinión unánime de los Santos Padres. Lo que en otros siglos se consideraba infamia intolerable, la occisión de niños por defectos físicos, lo ha definido claramente el Concilio Vaticano II, no en una opinión cambiable, sino que pertenece al depósito fijo de la fe, por lo que ni la misma Iglesia la puede cambiar.
“Pues Dios, Señor de la vida, -dice el Concilio Vaticano II- ha confiado a los hombres la insigne misión de conservar la vida, misión que ha de llevarse a cabo de modo digno del hombre. Por tanto, la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables” (Gaudium et spes, 61).
Ahí están dos afirmaciones categóricas e incambiables: que el aborto es un crimen porque se asesina a sangre fría la vida de un ser, sujeto de todos los derechos humanos, y, es un acto abominable, detestable, porque conspira contra la ley natural de defender la vida propia y ajena, y, porque conculca la ley principal del cristianismo, señalado por Jesús como primer y más importante mandamiento: El amor a todos, hasta a los enemigos.
Benedicto XVI ha señalado que “la tutela de la vida humana desde la concepción hasta su muerte natural, y el derecho y obligación de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones morales y religiosas” es uno de los “principios innegociables”, principios “que son las pautas que nunca se podrán derogar ni dejar a merced de consensos partidistas en la configuración cristiana de la sociedad”.
Hay muchos gobiernos que se declaran antiimperialistas, pero que “se rinden al imperialismo de los países centrales cuando se trata de avasallar a la vida humana y a la familia”.
A propósito, en el tiempo del incario el aborto era severamente castigado. La antigua legislación incaica establecía un régimen muy duro. Podemos evocarla recordando lo que al respecto nos transmitió, junto a muchas tradiciones orales andinas, el indio cristiano Felipe Guamán Poma de Ayala, yaro vilca por su padre e inca por su madre, nacido en 1534: “Mandamos la mujer que moviese a su hijo, que muriese, y si es hija, que le castiguen doscientos azotes y destierren a ellas”.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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