El desorden malsano, la protesta soez, la nocividad que para el crecimiento de una nación significan los conflictos sociales verificados en el transcurrir del último quinquenio, coinciden plenamente con la crisis del sistema de partidos. Crisis que, empero, no significa la abolición de aquéllos como solución al grave problema.
El co-estar que decía Heidegger, la coexistencia de individuos en el mundo exige de manera “sine qua non” una organización. Y desde tiempos pretéritos, las gentes han luchado por llegar a esa saludable institución. Débase a espíritus elevados, al actuar de personas dignas en sentido cabal, la elaboración de doctrinas políticas que precisamente, hacen posible el tan ansiado orden. Filosofías políticas que objetívense mediante los partidos; así, por ejemplo, se ha forjado el partido conservador, el partido liberal, el partido republicano e incluso –aun con una estructura ideológica medianamente ambigua− el demócrata. Los tres primeros han actuado en Bolivia, cuando la República despuntaba, tiempos en que tenía se por principio moral y personal, el ser parte de las filas de un partido, cuando la política, a pesar de lo prematuro de la Independencia, era seriedad, responsabilidad.
En el siglo XIX, el Parlamento boliviano contaba con tribunos cuya ocupación era debatir y discernir la constitución de las doctrinas políticas, orando sobre el sentido de las mismas, en veces defendiendo unas, otras atacando a las demás. El político, pues, no era hechura del azar. Bien que no en todos los casos, muy cierto, pero la diferencia con la actualidad es que hoy no existe un solo partido político correctamente dicho. La política es lucha de ideas, de filosofías, únicamente útiles cuando guardan consecuencia con la realidad, con los actos y determinaciones oficiales. En el Parlamento decimonónico y todavía en el del siglo XX distinguían se los representantes por su militancia; así, conservadores se enfrentaban a liberales, en duras lidias; estos preconizando el laicismo, las reformas, el “modernismo”, aquellos, leales a su doctrina, defendiendo la religión católica como núcleo de moralidad para la República, conservadores de la moral más austera, intrínseca. Tal era su noble ocupación, ocupación por la que, empero, no fueron menos emprendedores que los “reformadores” liberales, pues por citar algunos nombres, Linares, acaso de los primeros conservadores, realizó importante y avanzada obra administrativa, verbigracia, favoreciendo y tratando de compactar el Clero o Arce, impulsor de la industria nacional, símbolo de los ferrocarriles de Bolivia, millonario que, según Tristán Marof (Gustavo Navarro), sube potentado a la presidencia de la República y baja de ella pobre.
Los liberales, con Pando a la cabeza, ejercen política de avanzada, logran ubicar a La Paz como sede del poder político nacional, cambian la estructura misma de la República. Sin renunciar –como sucede hoy− a los principios políticos, transforman la vida nacional. Revolución en la que participa Alcides Arguedas y que después, leal a su condición de liberal (fue jefe de este partido), confiesa, sin embargo de lo positivo que creyó ser para la nación, ser el único crimen del que como boliviano debía saberse culpable. No volvió a participar de revolución alguna.
Hoy, en este siglo XXI, patentízase la ausencia de partidos políticos en sentido correcto, partidos que constituyan la realidad en la acción, de filosofías políticas, de sentido de ética, principios y moral. De elaboraciones ideológicas necesarias para hacer avanzar la nacionalidad. En la conflictividad que día a día observamos, está el síntoma de tan deplorable circunstancia.
Preciso es, por ende, ahora, la constitución de partidos políticos consecuentes con la razón y el sentido con que fueran creados: organizar mediante el espíritu, la moral, la honestidad, la creación de ideas. Para esto, empero, primero deben forjarse los individuos, comprender íntimamente el sentido de la historia nacional, aun universal. Y actuar a la altura de ella para hacer avanzar después a la humanidad.
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