Un sacerdote idealista el P. Sylwester Zawadzki, tuvo la feliz iniciativa de movilizar a su parroquia en Swiebodzin, una ciudad al oeste de Polonia. Sin demasiadas pretensiones, se propuso consagrar la localidad y erigir una estatua a Cristo Rey, pero fue tal el entusiasmo que generó, que a pesar de las oposiciones iniciales de la autoridad civil, y de la carencia de recursos, los fieles de su parroquia se volcaron liderizados por su párroco a edificar la ahora estatua de Cristo más grande del mundo, tiene una altura de 51 metros.
Nada más oportuno que ensalzar al Rey de Reyes y Señor de Señores (Apocalipsis 19, 16). No es casual que el Santo Padre haya convocado recientemente un “Año de la Fe” que comenzará el 11 de octubre de 2012 y finalizará el 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Cristo Rey del Universo.
El gran San Ignacio de Loyola vivió del 1491 al 1556, caracterizado por las contiendas militares entre reinos muy frecuentes, en las que él también participó. Antes de su conversión había tenido la experiencia de luchar valientemente en defensa del rey. Era el gran ideal de muchas personas, una gloria luchar por el rey y ser reconocido con honores terrenales, pero él, a partir de su conversión se dio cuenta de lo fugaz y falaz de ese servicio, tal como le sucedió más tarde a Francisco de Borja, quien desengañado dejó el mundo para dedicarse totalmente al servicio de Jesús.
Una genial parábola es la que propone San Ignacio en los Ejercicios, en la meditación del Reino de Dios: presenta a Jesús como Rey eternal con todo lo que significa de renuncia, para ayudarnos a descubrir la enorme diferencia entre el rey temporal y el Rey eternal, único al que merece la pena entregarse.
Unos son reyes por elección, sucesión o herencia, Jesucristo lo es por naturaleza. Pilato durante la Pasión le preguntó: “¿Tú eres Rey?, y Jesús respondió: “Tú lo has dicho”.
La realeza de Cristo es, de derecho, absoluta y universal. Jesús puede ceñir su cabeza con todas las coronas. Pertenece a Él el gobierno del mundo material y espiritual, económico y político.
Fue el Papa Pío XI que instituyó la festividad litúrgica de Cristo Rey en su encíclica “Quas Primas” el 11 de diciembre de 1925, en conexión con otro de sus documentos magisteriales, la encíclica “Ubi arcano”, en la que tres años antes, el Pontífice exponía el lema y el proyecto pastoral de su pontificado: “La paz de Cristo en el Reino de Cristo”.
Y tenía el Papa motivos capitales para exponer la doctrina de la realeza de Cristo: “Al prescribir al mundo católico, que dé culto a Jesucristo Rey, tenemos en cuenta las necesidades actuales y aplicamos el remedio principal a la peste que ha inficionado la sociedad humana. Calificamos de peste de nuestros tiempos al llamado ‘Laicismo’, a sus errores, a sus intentos malvados. No llegó, sabida cosa es, a la madurez en sólo un día. Tiempo hacía que estaba latente en la entraña de las naciones. Comenzóse por negar la soberanía de Cristo sobre todas las gentes. Negóse a la Iglesia, el derecho, que es consecuencia del derecho de Cristo, de enseñar al linaje humano, de dar leyes, de regir a los pueblos, en orden claro es a la bienaventuranza eterna. Luego paso tras paso se equiparó a la Iglesia de Cristo con las falsas, poniéndola ignominiosamente al nivel de ellas. Después se la sujetó al poder civil y poco faltó para que se la entregara al arbitrio de soberanos y gobernantes. Más lejos fueron aquellos que pensaron en sustituir la religión divina por una cierta religión natural, par un cierto sentimiento natural. Ni tampoco faltaron naciones que juzgaron poderse pasar sin Dios y hacer religión de la impiedad y del menosprecio de Dios” (Quas primas).
El Reino de Cristo, aunque es un reino espiritual, es asimismo un reino de cuerpos, un reino social, porque los hombres no son sólo espíritus, y consecuentemente existen diversas posiciones ante el Rey: hostilidad: “No queremos que reine sobre nosotros” (Lucas 19, 14), indiferencia, afecto: “¡Señor, señor!” Pero no pertenecen a su reino (Mateo 7, 21), y entrega. “Es preciso que reine” (1 Corintios, 15, 25).
Pilato teme su reino, pero mandó poner en la cruz: Rey. “Así pues Cristo, –dice el Concilio Vaticano II- en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos… La Iglesia o reino de Cristo… visiblemente en el mundo” (Lumen gentium, 3). “Por consiguiente entonces reina Cristo en la sociedad, cuando constituida ésta rectamente, la Iglesia, cumpliendo el divino encargo, defienda y tutele los derechos de Dios, ora sobre los hombres en particular, ora sobre la sociedad entera” (Ubi arcano). La Iglesia fundada por Él, constituye el germen y el comienzo de este Reino sobre la tierra (Catecismo de la Iglesia Católica).
Cristo es “el Rey de los reyes de la tierra” (Apocalipsis 1,5), el Rey de la humanidad. Lo dice el ángel: “su Reino no tendrá fin” (Lucas 1,33). Y lo afirma Él mismo: «me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mateo 28,18); “yo soy Rey” (Juan 18,37). Es la fe de la Iglesia, que confiesa que Jesucristo “subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre. Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin”.
Como enseña San Buenaventura: “Jesucristo es Rey que hace reyes a sus seguidores coronándolos en el Cielo”. Venga a nosotros tu Reino.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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