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Domingo 13 de noviembre de 2011

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Revista Dominical

Nada es casual

13 nov 2011

Fuente: LA PATRIA

Para Stéphanie y Aaron Jason • Por: Márcia Batista Ramos - Escritora

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A los inicios de los años 1500, en Extremadura, en la ciudad de Cáceres - España, era grande la devoción a la Virgen de la Candelaria.

Como nada es casual, el encomendero Lorenzo de Aldana, nacido en la ciudad de Cáceres, Extremadura, vino a colonizar y morir en las tierras altiplánicas de los Urus.

Era de suponer, que en la época, el encomendero tuviera necesidad de recibir ayuda de la Iglesia para someter a los Urus a través de la evangelización, además, nadie en aquel entonces debería prescindir de la Iglesia, bajo el riesgo de ser considerado hereje y terminar en una hoguera.

De tal modo que el encomendero Lorenzo de Aldana solicita el apoyo espiritual a los padres Agustinos, de tradición mariana, para la evangelización del altiplano Boliviano. Los Agustinos traen consigo la devoción a la Virgen María de la Candelaria a Paria, Toledo y Challacollo. También inculcan a los indígenas, la creencia de la existencia del Diablo.

Entre 1550 y 1600, fue pintado, sobre yeso en un muro de adobe de una ermita en las faldas del cerro conocido como “Pie de Gallo”, el fresco de la Sagrada Imagen de la Virgen de la Candelaria, luego llamada Nuestra Señora del Socavón. Existen leyendas que giran en torno a la aparición de esa pintura, que enriquecen de sobremanera la cultura oral orureña.

No obstante, hago esa pequeña introducción histórica para recordar mis idos tiempos de educación mariana en el sur de Brasil. Primero fue la Escuela María Reina de la Paz; después el Colegio Nuestra Señora Aparecida. Buenos tiempos. Lejana la niñez. Niñez que jamás regresa. Tan buena que deja sabor a poco…

Total, la vida me trajo por estas pampas de los Urus. El magnetismo y magia del lugar calaron hondo en mi alma gaucha, de corazón franco y espontáneo. Siempre pienso… y me gusta estar en la tierra en que estoy.

Pero, algo pasó y no me acerqué al Santuario del Socavón. Ni a la Virgencita. Es que no me gustaba que estuviera en el socavón. Los socavones me causan angustia. Alguna vez comenté eso con amigos.

Como nada es casual, una noche soñé que caminaba sin rumbo, por la Plaza 10 de Febrero, en un tiempo más antiguo.

La plaza era más amplia ya que no tenía los árboles que ahora ostenta. El hotel Edén aún era un lugar que alquilaba piezas para viajeros. Era uno de esos sueños que parece tan real por el lujo de detalles, que cuando uno despierta se pellizca para saber si era cierto o no.

En mí sueño, vi a una joven mujer amamantando a un niño sentada en un banco de la plaza. Me acerqué sin pensar. Saludé, senté al lado de ella y percibí que el niño dejó de mamar, estaba dormido en el regazo de la madre.

La joven morena llevaba los cabellos sueltos, tenía los hombros cubiertos por una bonita manta azul. Vestía algo rojo…

Yo miraba al niño con atención y alegría. Por esa ternura que siempre me despiertan los niños. ¡Son tan lindos! Ella también contemplaba la criatura. No sé cuál sería la expresión de su rostro, yo veía al niño, no la semblanza de la madre.

Sin levantar la cabeza, con la mirada fija hacia al niño ella dijo:

- Ore siempre. Dios perpetuamente escucha. Él atiende a sus hijos. Siempre los perdona. El mal que te aflige es pasajero. Existen soluciones todo el tiempo y para todo. ¡Nunca estás solo! Tú Ángel de la guardia siempre está contigo. Dios no te da problemas que no puedas resolver. ¡Es todo tan rápido! Los niños pronto son hombres ancianos… Haz lo que tú corazón mande. Colocándote siempre en el lugar del otro. Así sabrás la diferencia del bien y del mal. El mal es lo que no te gustaría que te ocurra… Todo lo que piensas en algún momento de tu existencia te ocurrirá. Vigila tus palabras y pensamientos. ¡Ten fe! Siempre que tengas suficiente fe no sentirás miedo, ni duda… Es muy sencillo cruzar el río del Señor. Después allá, reencontrarás a los que se fueron primero y solo habrá amor y paz…

Al escucharla mis lágrimas escurrieron. Empañado mi visión y la imagen del niño.

Desperté. Seguía llorando. Las tribulaciones de mi vida no son gran cosa. Decidí ir a una iglesia a dar gracias a Dios. Agradecer por mí buena vida, por mí linda familia, por los amigos… Por tantas cosas buenas que ocurren y las dejo pasar sin decir: gracias…

Fui como autómata al Santuario del Socavón. Allá estaba parada e imponente, mirándome con ternura, la joven de mi sueño con el niño en brazos y el tapado azul sobre los hombros.

Fuente: LA PATRIA
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