Loading...
Invitado


Domingo 13 de noviembre de 2011

Portada Principal
Revista Dominical

El hombre y sus espacios

13 nov 2011

Fuente: LA PATRIA

“No olvidéis nunca la gloria de la naturaleza humana”, Vivekananda • Por: Alfonso Gamarra Durana - Médico especialista, Académico de la Lengua, Historiador

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

ESPACIOS Y UNIDAD VIVIENTE

Generalmente se ve al ser humano como una unidad sólida constituida por unas dimensiones dinámicas, ya que aumentan con el avance de los años, y un volumen progresivo con superficies externas e internas que pueden servir para mensurar los procesos biológicos. Este concepto de cuerpo sólido es una forma fácil de ubicar al hombre en el espacio. Pero se escapa de la realidad metafísica y de los parámetros estructurales de la ciencia de la vida.

Alguna teoría egoístamente física, quería encontrar homologaciones y relaciones únicamente materiales del hombre con su medio ambiente, con el objeto de hallar sólo una coherencia de intercambios de leyes naturales, químicas o físicas por influencia del entorno, para producir las enfermedades. En el extremo de este aserto se llegarían a negar las modificaciones biológicas que se presentan en el interior del organismo.

Una interacción entre el cuerpo del hombre y el cuerpo material de la naturaleza no se habría admitido ni en la época de la medicina manejada por conceptos anatómicos. Se podría aceptar una identidad transitoria y casual en la aparición de las enfermedades por acción de los sucesos del medio externo como el aire, el agua, las variaciones climáticas o los fenómenos meteorológicos. En los tiempos actuales, el pensar en una mayor participación de ellos constituiría un desprecio de los conocimientos bacteriológicos, inmunológicos, traumáticos, emocionales, que representan una agresión extraña por noxas impropias de la configuración funcional del ser. La patología no se desenvuelve en el espacio “reducido” del hábitat humano, sino que profundiza en el plano infinito de las elaboraciones internas de la célula y el accionar inmanente y no dilucidado del pensamiento humano. (1)

La noxa o elemento nocivo, ocupará un espacio en el cuerpo, y los procesos íntimos de rechazo o defensa aumentan un espacio preciso y motivan un estado de alerta en la configuración general de los sistemas. En lo que atañe a la acción local, respetará la distribución racional que está determinada por la constitución anatómica. Pero la enfermedad es una manifestación continuada de acciones y reacciones que ganan en dimensiones cuando tienen que intervenir concomitantemente otros órganos más alejados, pero que mantienen su independencia de función. El cáncer significa una anarquía de esta disposición anatómica, pues supera las delimitaciones de su localización, invade otras estructuras y trastorna las jerarquías operacionales y químicas, llevada por su tendencia natural de progresar aprovechando del error funcional de las células englobadas en el proceso de neoformación descontrolada. Por eso es que la medicina se halla desconsolada con el cáncer, porque éste supera los parámetros que la inteligencia ha normado para entender y combatir las enfermedades.

El estudio de la medicina ha organizado este sistema espacial cuestionando la comprensión de desarrollos, subordinaciones, similitudes, comportamientos, configuraciones, acudiendo a clasificaciones regidas por un período aleatorio de tiempo para el estudio de acuerdo a especialidades; a morfologías y semejanza funcional de órganos; a constituciones microscópicas; a interrelaciones de fluidos o fermentos o sustancias activas, etcétera; dividiendo artificialmente a esa unidad que es el cuerpo humano.

Se llega, finalmente, a acuñar la frase “No hay enfermedades, hay enfermos” para explicar que es el paciente en su comparencia global lo que tiene significación para la medicina, rechazando la ciencia abstrusa de corregir sólo la química de un humor o el accionar de una parte de la locomoción. Pero, para entender bien, no se refiere a ese cuerpo sólido, de las afirmaciones nosológicas arcaicas, sino a una unidad viviente que implica múltiples planos interdependientes, rodeada de una envoltura que le define su espacio y encadena a una sucesión activa de sus efectos y de sus orígenes, en relación a una convergencia de los acontecimientos biológicos sometidos a un ritmo vital que gobierna a los aparatos y sistemas. (1)

LA ENFERMEDAD EN LOS PLANOS EXTERIORES

Se debe diferenciar dos aspectos en el concepto de la enfermedad. El primero, el que lleva a juzgar el comportamiento desde el exterior sólido por la apreciación momentánea y mediata, o por la experiencia de la observación. Esa actitud analítica de los allegados al sufriente que trasladan posteriormente sus conclusiones a otros casos parecidos. Es lo mismo que sucedió con la clínica hasta la llegada del Renacimiento, cuando empezó a buscar datos fidedignos en el interior del cuerpo.

El otro aspecto es el filosófico, porque induce a la aproximación de la lógica y del razonamiento para descubrir el origen, el principio, la razón de una determinada evolución; el pronóstico natural; y los medios para combatir la enfermedad: o sea que el primer aspecto es una forma de estudiar a la unidad sólida, mientras que el otro, sirviéndose de los métodos adquiridos de otras ciencias, busca las consecuencias y el funcionamiento íntimo del cuerpo sólido. El primero actúa en la sede de las causas. En tanto que el segundo trabaja en pos del conocimiento de causas insospechadas y de las razones ocultas que mantienen las enfermedades. Aquél se mueve en base de impresiones, el otro tiene como móvil la conjetura científica.

La apreciación externa es sucedánea de todo lo que se ofrece a la mirada, es la forma más sencilla de la observación. Exige solamente un recuerdo y una relación para conseguir una ganancia metódica en la memoria. La medicina actual, no obstante los avances sofisticados de sus procedimientos, continúa sirviéndose de esa experiencia de la observación como primer requisito de exploración. No sólo por conservación de la tradición, sino porque es la forma elemental de aproximación entre el médico y su paciente. El denominado “ojo clínico” es que el facultativo descubre un signo en el paciente, una impresión pronta que constituye la raíz de la que se alargará el enramado de la elaboración filosófica que conduzca al diagnóstico.

La apariencia externa, el signo clínico, es el que debe preceder a la integridad de los conocimientos. La alineación organizada de esos signos, conservando la perspectiva patrocinada por la teoría científica, descubre una serie de planos en el exterior sólido que sirve para demostrar que el cuerpo humano no es una homogeneidad sino un organismo altamente diferenciado, poseedor de funciones distintas y cualitativamente superiores. Por estos planos de reciprocidad funcional se presiente el entrecruzamiento de su arquitectura planificada. (3)

Se concibe la enfermedad como un espacio con proyecciones en todos los sentidos del organismo, con un desarrollo agudo o crónico, y un ordenamiento de ciclos determinados por el desempeño biológico o químico de la noxa. La enfermedad sigue además varios planos, los permitidos por los planos estructurales del cuerpo y las fases evolutivas del elemento agresor. Los accidentes de la superficie indican, con cierto valor semiológico, los fenómenos previsibles, lo mismo que los pronósticos ignotos del mal; es decir que se analiza el espacio llano con la rápida congruencia de la inspección. Esta etapa de la búsqueda del conocimiento es fugaz en la generalidad de los casos. Lo que abre el camino de las dimensiones, a veces insondables, es el estudio de los planos interiores en sus distintos grados de profundización.

LA PARTICULARIDAD EN EL SÍNDROME

Los cuadros morbosos se han ido delineando en su conformación con la valoración de sus parecidos. La recolección de varios signos o síntomas, correspondientes a diferentes órganos, forman un perfil que puede proyectarse a otros casos estudiados anteriormente. Más que analogías de formas –como en la observación externa- se sopesan las analogías de funcionamiento. Si ambas son similares y repetidas en su curso, se sanciona una unidad nosológica. La ciencia de la salud se sirve de estas semejanzas de características para adoptar leyes que conducen a su correcto reconocimiento y a su pronóstico para adoptar posiciones de terapia efectiva. (1)

Las identidades se aceptan cuando hay un núcleo de datos patológicos que se constituyen en capitales aun cuando se asocian otros signos menores que pueden hacer el papel de añadidos o subalternos. La búsqueda acuciosa de estos parámetros es el fin del examen médico. Este quiere acercarse a los orígenes radicales de la enfermedad entendiendo la organización de ella en el interior orgánico. Como todos los seres humanos obedecen al mismo ordenamiento y al mismo plan de funcionamiento, el mismo interés de descubrir los detalles lleva a que la falta de algunos permita que intervenga la terapia antes de la manifestación de ciertos factores de la enfermedad. Es decir, que la medicina activaría en un sentido inverso al curso evolutivo yendo de los síntomas hacia los orígenes del mal, ganando la ubicación a las complicaciones ya calculadas en el estudio de las semejanzas.

El hecho patológico consiste en trastornos anatómicos, funcionales y síquicos que manifiestan perturbaciones entrelazadas que se va a traducir en el lenguaje del paciente al hacer su descripción y en la modificación de las excretas, de los fluidos vitales, de las características estructurales del continente, etcétera. que el médico debe descubrir. Si bien nunca existe el efecto de la casualidad en el determinismo de esas anormalidades porque son motivadas por las peculiaridades del elemento agresor, su presentación es variable y podría compararse con las distintas aperturas del ajedrez, siempre iguales en su inicio, pero que es suficiente que se produzca una variante para que las posibilidades combinatorias se multipliquen ilimitadamente. En el caso de la enfermedad, los síntomas después de haber pasado el período prodrómico, o las modificaciones texturales inmediatamente que ataca el agente morboso, acceden a la objetivación en una forma plural e irregular que la hace intrincada. Ocasionalmente, la medicina se ve obligada a esperar el curso del proceso para que insurjan nuevos síntomas y con ello convalidar el acierto diagnóstico. Éste dependerá de la propiedad y la extensión del síntoma, pero será más ostensible mientras este último tome mayor amplitud, hasta que las perturbaciones pertinentes radicalizan la configuración completa de la enfermedad en el denominado período de estado.

En este momento aparece una paradoja en la medicina pues compelida a ganar tiempo para impedir el avance de la dolencia, tiene que adoptar una situación expectante ante el bloque sólido del cuerpo para que éste deje espacio a la evolución biológica foránea o permita el aumento de las posibilidades defensivas.

Con este ejemplo mínimo se puede entender que, incluso en este terreno, se observa la independencia del hombre, que el investigador del organismo que ingresa en los vericuetos insospechados del ser encontrará su inaccesibilidad en la serie de planos intrincados de su naturaleza. Si se niega a abrir sus intimidades, mantiene su autonomía. Su libertad para vivir o para morir yace en el complejo interior de su existencia que no deja traslucir fácilmente los datos concretos que pueda alcanzar la ciencia para interpretarla. Los secretos que guarda aún el cuerpo humano sustentan, tal vez como último reducto, el poder de la individualidad. “La individualidad imprime su sello a todas las partes que componen el cuerpo. Se halla presente en los procesos fisiológicos así como en la estructura química de humores y células. Cada una reacciona de manera peculiar a los acontecimientos del mundo exterior: al ruido, al peligro, al alimento, al frío, al calor, a los ataques de los microbios y de los virus”. (2)

El elemento agresor puede ser el mismo; la afección, aunque tenga semejanzas en su espectro, nunca podrá ser igual; lo que hace la diferencia se encuentra en el substrato porque el sólido humano, de espesor variable y de accionar indefinido, está formado por distintos planos de progresión cambiante, con un intento preciso de buscar la superación de la especie en cuanto a evolución biológica se refiere.

REFERENCIAS

1. Foucault, M: El nacimiento de la clínica. Siglo Veintiuno editorial. México 1977.

2. Carrel, A: La incógnita del hombre. J. Gil editor. Buenos Aires, 1949.

3. Gamarra Durana, A: Perpendiculares. Editora Gráfica Andina, Oruro. 2004. Pgs 36-50

Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos: