Hoy desde muy temprano, las calles de Oruro, en aquello que se conoce como la ruta de la Entrada de Carnaval, o lo que en tiempos recientes se denominó como la ruta de peregrinación hacia el Santuario de la Virgen del Socavón, cobijará a miles de danzarines que bailando en una especie de ensayo llegarán a los pies de la deidad religiosa en cuyo honor en ésta región de Bolivia se produce la muestra folklórica de fama mundial reconocida por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), como una verdadera Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.
Ya en el Santuario, hombres y mujeres de todas las edades, de rodillas pasarán en frente de la imagen sagrada luego de prometer ante uno de los religiosos bailar en devoción de la Virgen del Socavón. Muchos escucharán la frase: “¿prometen bailar y llegar sobrios al Santuario?” y probablemente responderán “!Si!”, otros se abstendrán y en silencio probablemente meditarán sobre su comportamiento carnavalero.
Varios de los que respondan “iSi!”, con seguridad que estarán mintiendo nada más y nada menos en la misma Casa de Dios, pues a título de “devoción”, antes, durante y después de bailar, ingerirán cuando alcohol resista su cuerpo y este comportamiento se repetirá una y otra vez, tanto en ensayos, veladas, Último Convite, el sábado de Peregrinación y domingo de Carnaval, donde el pretexto de su “devoción”, será el mejor argumento para beber.
Recientemente y con pena, escuché decir a un extranjero radicado por muchos años en Cochabamba, que las fiestas en honor a deidades religiosas, no son más que “una promesa de pachanga”. Como decía el hombre, sus palabras todavía me parece escucharlas: “Que dirán cuándo están de rodillas. Mamita o tatita, te prometo que en tu honor voy a beber hasta más no poder, consumir todo el alcohol que pueda, total sólo es un pretexto decir que bailo por devoción”.
Cuánto de verdad habrá en estas palabras, dependerá del cristal con que se mire o mejor dicho se lea esa frase.
Pero, ya desde un plano objetivo, desde hoy y en adelante hasta que llegue la fecha de la entrada devocional, las calles orureñas serán el escenario donde quienes gusten del alcohol; botellas, copas y latas en mano, darán rienda suelta a ese gustito disfrazado de devoción.
Claro del otro lado estarán los que no tienen esa práctica, quienes lamentan que la ciudad de Oruro gracias a su afamado Carnaval se vea afectada por visitantes y oriundos que producto del excesivo consumo de ésta droga, protagonicen una serie de acciones desde espectáculos bochornosos, accidentes, agresiones y lo que si queda como recuerdo por muchos días, convertirán las calles en mingitorios públicos, donde la pestilencia imperante hace que nuestra ciudad presente un panorama desagradable, para quienes vivimos aquí y los visitantes que en más de una ocasión se llevan una mala impresión, pero bien que muchos de ellos son los que más por jolgorio llegan hasta Oruro, ya sea para bailar o sólo pasar un “buen momento” en la temporada carnavalera.
¿Se podrá hacer algo para que esta práctica disminuya o mejor, siendo soñadores, desaparezca?. El desafió está lanzado, pues más allá de las acciones coercitivas, tendría que primar la actitud racional y práctica de una verdadera fe y devoción, para que así al menos entre los danzarines, exista menos borrachos y más devotos sobrios.
(*) Es periodista
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