La confusión y falta de claridad en los mensajes masivos de las autoridades relacionadas con la planificación, ejecución y verificación de las elecciones judiciales es un espiral carente de estrategias de comunicación. Probablemente porque no es posible construir relatos consistentes sólo con fragmentos, ni siquiera en la ficción.
La dificultad germinó por la cantidad de ruidos causados por el propio Tribunal Supremo Electoral y por la falta de experiencia de sus responsables en educación ciudadana. Eliminar la participación abierta de los medios de comunicación tradicionales restó las posibilidades de difusión. Era elemental pronosticar la imposibilidad de que un solo actor, el TSE, cumpliese la inmensa tarea de informar a cinco millones de ciudadanos sobre un proceso tan complejo. Aunque quizá esa fue la intención: confundir.
Los arrepentimientos explícitos del día después de los comicios parecieron tardíos e insuficientes para explicar el ausentismo, el masivo voto blanco y nulo.
Los mensajes siguientes fueron artificiales. Por ejemplo, el abogado Wilfredo Ovando aseguró que recibió felicitaciones por su trabajo. ¿Quién cree que fue un buen trabajo? ¿El ciudadano que fue a votar temprano y se encontró que no habían jurados? ¿O el que buscó su mesa y buscó en listas se dividían por el inicio alfabético del primer y del segundo apellido?; ¿quién fue el inteligente que pensó que son correlativas las tres primeras letras del apellido paterno con las del apellido materno?
¿Fue obra del TSE la participación ordenada del votante o esta conducta es anterior a su trabajo? ¿Están contentos los tribunales departamentales? ¿El de La Paz con sus faltas en matemáticas; el de Oruro o el de Santa Cruz, con su quórum incompleto? ¿En los últimos 20 años, desde la institucionalidad de las cortes electorales, conocimos algún caso similar?
Otro mensaje que circula es sobre un “empate”. ¿Empate de qué? ¿La fórmula del triple empate del 89? ¿La fórmula de las bandas de cuatro o como ahora dice el ingenio popular, la fórmula de la O-banda? La discusión por las cifras, ganó el voto blanco o el voto válido, ¿le dice algo al ciudadano?
¿Qué vio el ciudadano urbano al entrar a su recinto electoral? ¿Estaba todo organizado? ¿Qué comentó con sus vecinos antes y después de sufragar? ¿Por qué la gente llevaba marcadores, sucedió eso en otra elección? ¿Por qué los votos nulos tenían mensajes, desde “te amo Karina” a “fuera Quinteros”, “el Tipnis no se toca” hasta alusiones personales contra autoridades nacionales? ¿Hay antecedentes históricos al respecto?
¿Qué comentó el ciudadano el lunes con el chofer del trufi, con la peluquera, con el vendedor de dulces, con la periodiquera, con su amigo de las laderas, con el colega que vive en un barrio tradicional, con la señora de la parroquia? ¿De esos encuentros, cuál fue el porcentaje que contó su voto válido? ¿Qué mensaje, qué estadística, qué sonrisas para foto oficial cambiarán esas charlas callejeras? ¿Cuántos bolivianos aseguran que el voto rural fue autónomo y personal? ¿Cuántos creen en las cifras del TSE?El Gobierno tenía un amplio panorama para escoger mensajes positivos, pero los técnicos otra vez se equivocaron y pierden más casillas en el tablero de la credibilidad.
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