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Domingo 30 de octubre de 2011

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Cultural El Duende

Günter Grass

30 oct 2011

Fuente: LA PATRIA

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Cucharas y cocineros

Cucharas y cocineros

Dirán algunos que un chef es un chef.

Nuevos, relavados y almidonados,

bajo la nieve y contra la pared,

los cocineros son siempre olvidados

y sólo la cuchara en su mano

nos revuelve y fuerza a reconocer:

los cocineros nos dan de comer.

Y no debiéramos hablar de sopas

—la culpa no es de la sopa de berza—;

el hambre es pretexto para cerveza,

el hastío lame cuchara y copas

y cuenta pasos hasta la puerta.

Las muñecas se sobreviven,

el gallo muere antes que el cocinero

y canta en otro lado, pero en la ciudad

tiritan a veces los cristales.

Las muñecas se sobreviven,

el gallo muere antes que el cocinero.

La culpa es de la carne, un chef sólo es alma.

El tiempo pasa y la carne no se ablanda,

hasta muy tarde, hasta el sueño durará

y metida entre tus dientes acechará;

la culpa es de la carne, un chef sólo es alma.

Los dos se echaron, cada uno,

se echaron juntos en la cuchara,

que sólo por ser hueca simulaba el sueño

—también lo hueco era pretexto y contradicción tan solo—,

el sueño fue breve y, antes de que rebosara,

a los dos —cada uno ya solo—

los espumó la misma cuchara.

No hay muerte que no lleve a la cuchara,

ni amor que, vaciado,

no sufra por cucharas o tiemble en la cuchara,

y gire, en torno a qué, porque todo

lo de cucharas gira siempre en torno a cucharas.

Quédate cuchara, vete.

A quien, cuchara, adónde la cuchara lleva.

Quién me revuelve, me revuelve adónde.

Una y otra vez a quién rasura.

Quédate cuchara, vete... y no me digas adónde.

Aprendes cucharas a separar,

no puedes evitar ya los cajones,

usas la cuchara y te haces ilusiones,

finges ser metal, pones buena cara

y oyes al vecino sin escuchar,

pero cuchara yace contra cuchara.

Canción infantil

¿Quién ríe, se ha reído?

Pues sí que se ha lucido.

Se ríe y han creído

que su razón ha habido.

¿Quién llora o ha llorado?

Llorar se ha terminado.

Si llora, por sentado,

que hay algo que ha ocultado.

¿Quién habla o se ha callado?

Si calla es denunciado.

Y si habla, ha silenciado

por qué al final ha hablado.

¿Quién juega tan temprano?

Si juega será en vano,

Ya se quemó la mano

con ese juego insano.

¿Quién muere, quién se ha muerto?

Quien muere, llega a puerto.

Si muere, ten por cierto,

que el caso queda abierto.

Cambio

De pronto estaban aquí las cerezas,

aunque se me había olvidado

que había cerezas,

e hice proclamar que nunca hubo cerezas...

estaban aquí, de pronto y caras.

Cayeron ciruelas y me dieron a mí.

Pero si alguien cree

que yo cambio

porque algo me caiga encima,

es que nunca le han caído cerezas.

Sólo cuando me pusieron avellanas en los zapatos

y tuve que correr,

porque los niños querían lo de dentro

grité pidiendo cerezas, quise que me cayeran

encima ciruelas... y cambié un poquito.

Inundación

Esperamos que cese la lluvia,

aunque nos hemos acostumbrado

a permanecer invisibles, tras la cortina.

La cuchara es colador ahora y nadie se atreve ya

a extender la mano.

Muchas cosas flotan por las calles,

cosas bien escondidas en tiempo seco.

¡Qué penoso ver las sábanas usadas del vecino!

Vamos a menudo al indicador de nivel

y comparamos, como relojes, nuestras cuitas.

Algunas cosas pueden regularse.

Pero cuando los aljibes se desborden y se colme la medida que heredamos

tendremos que ponernos a rezar.

El sótano está sumergido, hemos subido las cajas

y comprobamos con la lista el contenido.

Todavía no se ha perdido nada...

Como es seguro que las aguas bajarán pronto

hemos empezado a coser sombrillitas.

Será muy duro volver a cruzar la plaza,

claramente, con sombra de plomo.

Al principio echaremos de menos la cortina

y bajaremos al sótano a menudo

para contemplar la marca

que las aguas nos legaron.

Sustento de profetas

Cuando la langosta invadió nuestra ciudad,

no traían ya la leche a casa y el periódico se asfixiaba,

abrieron las cárceles y soltaron a los profetas.

Entonces recorrieron las calles los 3.800 profetas.

Podían hablar impunemente y alimentarse a placer

de aquel fiambre saltarín y gris que llamábamos plaga.

Qué otra cosa se hubiera podido esperar...

Pronto volvieron a traernos la leche, el periódico respiró

y los profetas llenaron las cárceles.

Fuente: LA PATRIA
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