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Domingo 30 de octubre de 2011

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Cultural El Duende

Desde mi rincón:

¿Vivir en la mentira?

30 oct 2011

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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El TIPNIS y los conflictos que ha arrastrado han puesto de manifiesto otro tipo de problemas, sobre los que no se ha hablado o se ha hablado demasiado poco.

Dicho en pocas palabras: parecería que el gusto por ver al gobierno en aprietos, contradiciéndose o dando marcha atrás ha llevado a bastante gente a olvidarse de sus propias opiniones y a tomar posición en la trinchera contraria al Presidente, dondequiera que aquélla y éste se encuentren.

Desde varios puntos de vista esto resulta hasta cierto punto comprensible. Mencionaré sólo dos. Por una parte, todos sentimos la necesidad de darnos algunas satisfacciones viendo triunfantes nuestros deseos de carácter más general. Por otra, la cambiante ‘coyuntura’ política siempre suele ser el horno donde se ponen a prueba y reciben o no su visto bueno los sistemas de opinión política.

Lo que estamos viendo, sin embargo, no es exactamente eso; sino otra cosa más preocupante: muchos, tanto de los que opinan públicamente como de los que nunca lo hacen, olvidándose de sus oposiciones y reservas de ayer, se unen a la procesión de quienes se apresuran a acorralar a los poderosos del momento. Y esto, aun al precio de contradecirse con hipotéticas convicciones anteriores. Y cuando vemos asomarse las contradicciones entre lo que se ‘piensa’ y lo que ‘gusta’, hay que tocar alarma, pues significa que estamos a un paso de dar por buena cualquier manipulación de las posiciones al servicio de la conveniencia del momento.

El conflicto del TIPNIS y de la marcha indígena ha mantenido en el país en una situación de ‘primera página’ durante semanas y semanas; en determinado momento, la intervención ‘errónea’ (así la califican quienes dan por supuesto que los gobernantes nunca han de pedir perdón por sus delitos mientras gozan del poder) de la policía contra los marchistas. El paso siguiente ha sido la continuación de la marcha hasta La Paz: ahí los conflictos enanos han sido si podían llegar a la Plaza Murillo, dónde y a qué hora debía recibirlos el Presidente, cuántos marchistas debían ingresar en el Palacio Quemado y cosas parecidas.

A esas alturas de la película, hemos visto en resumen otro choque entre ‘opiniones’ y ‘manipulaciones’: unos y otros han acabado coincidiendo en que el ‘error’ gubernamental de Yucumo había dado cheque en blanco a los marchistas para poder exigir TODO lo que les pareciere. Dejémoslo aquí, pero ¿podemos tragárnoslo así nomás? ¿O todo vale por aquello de que ‘el fin justifica los medios’?

Volviendo al nivel global de reflexión: entre los muchos carices que deberían ponderarse, me fijaré solamente en los siguientes.

Primeramente, en cuanto a la cuestión de fondo que ha dado lugar al conflicto: aunque a nadie parece interesar, el conflicto del TIPNIS es una de las primeras consecuencias que han generado algunos articulitos de la Constitución masista: aquéllos en virtud de los cuales, déle usted unos cuantos centenares de miles de kilómetros cuadrados a una etnia de, pongamos, un centenar de bolivianos, y automáticamente ese centenar de bolivianos tendrá decisión soberana sobre lo que se pueda hacer o no se pueda hacer en aquellos centenares de miles de quilómetros cuadrados. Y ahora, como de lo que se trata(ba) es (era) de acorralar al gobierno y al MAS, de esa cuestión de fondo vale más no meneallo. ¡No es oportuno! Y dar la impresión de que se acepta y se considera acertado, sin prestar atención a las gravísimas razones existentes para oponerse a aquellos articulitos de la Constitución masista. Porque una Constitución que dizque quiso abolir las discriminaciones, discrimine el derecho a la tierra de los bolivianos según su identidad étnica y el lugar de su residencia…

En segundo lugar, en cuanto al proceder de muchos opositores al gobierno: nos plantean el problema de si puede legitimarse el oportunismo. Es un hecho que la política siempre incluye una dosis de aplicación de las convicciones y de los principios a unas circunstancias concretísimas, también lo es que no se puede defender que, ante la ocasión dorada, uno pueda olvidarse de las PROPIAS convicciones y principios. La simple ocasión de ocasionar un perjuicio a mi ‘enemigo’ político ¿cómo podría legitimar cualquier conducta y cualquier ‘teoría’? Y además, ¿cómo podría legitimar que uno cierre los ojos y se dé por satisfecho ante tal conducta y ante tales ‘justificativos’?

Por este camino y con esos ‘principios’ políticos, a corto plazo se llega a algo en que cualquiera puede saber que ya venimos debatiéndonos desde hace algunos años (más exactamente, desde que el MAS subió al gobierno): a propósito de cualquier tema, cuestión, conflicto, acción o afirmación del gobierno, todos, más o menos, hemos acabado manipulando nuestra conciencia; es decir, la capacidad de saber qué pensamos a propósito de lo que nos rodea. ¿Cómo lo hemos hecho? A través del asqueroso mecanismo siguiente: cuando alguien nos cuenta, leemos, oímos o vemos lo que sea, antes de tomar una posición ante ello, primero esperamos a saber quién lo ha dicho. Y si es la ‘oposición’, no dudamos en adherimos a ello; si es del gobierno o de alguien que simpatiza con él, nos declaramos opuestos. Y los partidarios del gobierno hacen exactamente lo mismo, pero al revés.

¿Tenemos todavía la capacidad de darnos cuenta de que ese mecanismo es la prueba máxima del miserable estado intelectual en que hemos ido a dar? Por si acaso: ‘miserable’ significa ‘digno de compasión’. ¿Y por qué ‘miserable’? Porque hemos aceptado que para calificar algo de ‘verdad’ o de ‘mentira’ no hemos de atender a lo que pensamos de ello, sino a quién lo ha dicho. Esta ‘miseria’ equivale a renunciar a cualquier uso de nuestras facultades intelectuales; y antes que a cualquier otra, a la que da sentido a las demás: a nuestra libertad, que depende de la honesta búsqueda de la verdad. Y nos entregamos a la servidumbre de que para que algo sea ‘verdad’, la primera condición es que la haya dicho uno de mis ‘amigos’ o ‘simpatizantes’. A riesgo de que te llamen ‘traidor’, ‘vendido’, ‘confusionario’ o ‘desmovilizador’.

Si alguien que se llama ciudadano no es capaz de formar su punto de vista por cuenta propia, al margen de si una disposición viene de Paz Estenssoro, de Goni, de Mesa, de Costas o de Morales, quiere decir que la ciudadanía brilla por su ausencia. En último término puede entenderse que a los políticos pragmáticos (¿sinonimia?) no les sirvan quienes reivindiquen el derecho de discrepar tanto de tirios como troyanos. Como (casi) todo ya se ha dicho alguna vez, en el siglo XVI el moralista francés E. de La Boéthie escribió su Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Pero desde entonces no parece haber aminorado la voluntariedad de los siervos; los siglos transcurridos, con su creciente aturdimiento mediático, más bien han multiplicado las servidumbres personales, internas (¿llegan a ‘voluntarias?). Peor todavía: algunos consideran estos problemas, ‘filosóficos’; como quien dice: falsos.

Fuente: LA PATRIA
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