En estos días viví una vez más la fuerza de los ríos profundos de esta patria y algunas de las características inseparables de sus habitantes: la importancia de la música en cada actividad cotidiana y en los combates sindicales, sociales, rituales.
Recordé aquellas sensibles jornadas de marzo de 1984, cuando el actual Ministro de Minería, José Pimentel, era dirigente de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (Fstmb). Llegaron los proletarios desde el fondo de los socavones agotados por una crisis económica que sellaba su destino. Venían con sus morrales: coca, dinamita y algún instrumento de viento. Después de las manifestaciones violentas, en la noche entonaban algún bailecito, alguna tonada, a veces nostálgica, generalmente para alegrarse, para bailar. Danzas y rimas inolvidables. Después, las despedidas con yaravis y cacharpayas.
Fui este fin de septiembre a la fiesta de San Miguel en Uncía, al norte de Potosí, coincidente con el aniversario de San Francisco y las novenas para el Rosario. El festejo al patrón de la diablada fue más urbano, comparsas, bronces, danzarines llegados de diferentes ciudades o países donde residen, pero siempre destacando la relación con el mundo de las luchas obreras.
Las comunidades originarias salieron a la vera del camino a Chayanta. Cada grupo tenía un portabandera, una cruz de madera rústica y en vez del clásico letrero INRI, una montera de colores. Colgaban collares de maíz, frutos y semillas. Era la imagen simbólica de San Francisco de Asís. Curiosa coincidencia pues ese santo venerado por laimes y jucumanis es también el patrono de los que defienden los bosques pues fue el primero en pedir el respeto a la naturaleza, incluyendo el pedazo destinado a la maleza. No por casualidad, los templos franciscanos albergaron a los aliados de los marchistas por el Tipnis.
Las columnas de los norpotosinos bajaban al pueblo al son de melodías tocadas con zampoñas de diferentes tamaños: un sonido guerrero. Uno de los ancianos principales botaba sangre de la boca porque tocaba tan fuerte como le permitían sus cansados pulmones.
Al llegar al atrio del templo se fortalecieron con sorbos de alcohol puro. Las mujeres solteras ondeaban las blancas banderolas. Los hombres comenzaron el rodeo, el zapateo, más y más música, más fuerte, más viento. Poco a poco los grupos chocaron entre sí, unos roces, los golpes, los puñetes y la batalla. El Tinku que riega la tierra para la siembra, igual que vimos en Macha. Salpican heridas mientras el sonido agudo de los instrumentos nos acompañará aún durante el sueño.
En La Paz festejaron los marchistas por el Tipnis. Con sus insignias de flores claras, su tricolor y su serena paz. Son abrazados como héroes, vienen de ganar sucesivas batallas. Abrazos y lágrimas de anónimos que se reconocen hermanos.
Al fondo, el sonido del tamboril y de la dulce flauta, un pífano. Música constante en las interminables jornadas tragando polvos, lluvias y hambres. Hasta el final, la música. Luis Rico con su guitarra y el himno al coraje; los coros multilingües al Señor que los protegió de tanto mal, el violín chaqueño. La VIII Marcha Indígena, como otros combates, también será recordada por sus sonidos y por sus artistas populares.
Para tus amigos:
¡Oferta!
Solicita tu membresía Premium y disfruta estos beneficios adicionales:
- Edición diaria disponible desde las 5:00 am.
- Periódico del día en PDF descargable.
- Fotografías en alta resolución.
- Acceso a ediciones pasadas digitales desde 2010.