Hace mucho tiempo que no voy al cine debido a mi escasa visión, pese a las permanentes invitaciones de mi pariente espiritual que trata de llevarme con ella argumentando que ahora hay pantallas gigantes que me permitirán sin mucho esfuerzo ver las escenas cinematográficas.
De ahí que casi nunca me atrevo a escribir sobre películas extranjeras o nacionales y me comadre cochabambina siente cierta frustración cuando me niego a acompañarla a algún cinematógrafo a pesar de sus ruegos y de sus promesas que dicen “nos sentaremos en la última fila y te permitiré que hagamos empanaditas”, o “te compraré pasankallas”, o “te invitaré un sándwich de chola cuando concluya la función”.
La cinéfila Macacha también suele alquilar hermosas películas del pasado como “Duelo al sol” o “Casablanca” con Ingrid Bergman y Humphrey Bogart y las exhibe en su televisor para derramar ella algunas lágrimas al ver a Bogart (su duro galán del pasado), mientras yo le digo sentenciosamente al final de la película: “Uno de los dolores más grandes que debe sentir un hombre es ver partir a la mujer que amas, y que se marcha con su propio marido”.
Todo esto viene a cuento de una película boliviana que podrá verse en estos días, que ha jurado llevarme a ver mi buena comadre y de la cual ella ya tiene noticia y que se refiera nada más ni nada menos al inteligente tema “¿Por qué se fue McDonalds de Bolivia?”
Parecería un tema leve que cualquiera podría responderte diciendo “Los establecimientos de McDonalds se cerraron en Bolivia y otros países latinoamericanos por el poco volumen de sus ventas, lo cual perjudicaba a sus inversores”.
Ese razonamiento fue oficial y en cierto modo verdadero, pero he aquí que unos cineastas bolivianos (a quienes no conozco) fabricaron uno cocinado bajo estrictas normas de higiene.
Mi comadre Macacha me ilustró al respecto y me dijo: “McDonalds te ofrecía una comida agradable, rápida e higiénica, pero incapaz de competir con nuestras salteñas que son muy ricas y agradan a nuestro paladar en todas las ciudades de Bolivia. Es también de venta rápida, aunque su fabricación haya llevado muchas horas pues las salteñas comienzan a elaborarse la noche anterior”.
Yo que soy un buen gourmet sin llegar a ser un buen gormont (un comilón) me entusiasmé por la trama argumental de la película que –según mi comadre- se estrenó ayer, prometiéndole que iremos juntos a verla, aunque no será necesario que fuéramos en busca de la última fila para hacer “empanaditas” porque el film nos hará ver la larga y prolija elaboración de los variados platos que produce nuestra gastronomía.
Mi comadre cochabambina está entusiasmada ante la nueva película boliviana, prometiéndome que saldremos del cine con apetito. Además, los espectadores comprobamos que la comida entre por los ojos, como dijo uno de los cineastas a través de la radio.
PAULOVICH
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