Recientes explosiones solares, con su espectacular despliegue de gigantescas llamaradas, hicieron recordar de nuevo que estamos cerca del año 2012, para cuando una presunta profecía maya pronostica el fin del mundo.
Supuestamente la hecatombe universal tendrá lugar el 21 de diciembre del próximo año, aunque la forma en que se produciría es objeto de especulaciones místicas y de películas catastrofistas de Hollywood.
Así, lo mismo se dice que el fin ocurrirá cuando la Tierra y el Sol estén alineados con el centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, como que una serie de explosiones solares provocarán el recalentamiento del núcleo del Planeta.
También se dice que los polos magnéticos cambiarán de lugar, trayendo inenarrables destrucciones y calamidades, así como terremotos y maremotos como nunca antes se han experimentado en el mundo.
Es imposible dar credulidad a una afirmación de este tipo, ya que los polos de este enorme imán que es la Tierra nunca han provocado catástrofe alguna.
Pero las explosiones solares son harina de otro costal, pues pueden ser de cualquier dimensión y una suficientemente grande en nuestra dirección podría tener consecuencias imposibles de predecir.
Las erupciones, que se producen en un ciclo de 11 años de máxima actividad, pueden estallar con una potencia equivalente a más de un millón de bombas de hidrógeno cada una.
El ciclo actual se inició en el 2008 y debe durar hasta el 2020, con una máxima de actividad en el 2013.
El pasado 6 de septiembre los observatorios solares, distribuidos por la superficie de la Tierra y en varios satélites espaciales, detectaron una enorme explosión solar, que fue precedida por otra similar el 9 de agosto.
Esta fue la más reciente de una serie de erupciones que lanzaron al espacio, desde el pasado año, miles de millones de toneladas de plasma, partículas de alta energía e intensas radiaciones.
Por suerte para nosotros la Tierra posee un eficiente campo magnético, gracias a su núcleo metálico, que atrapa las amenazantes radiaciones y no las deja llegar a la superficie de nuestro planeta.
Esto no impidió que en 1859 se produjera la erupción solar más intensa de las detectadas hasta ahora, no ya por su tamaño, sino por sus resultados, pues las auroras boreales que produjo se observaron hasta en las zonas tropicales.
En esa época se recogieron testimonios de telegrafistas, en el sentido de que sus equipos, incluso desconectados de la electricidad, seguían funcionando debido a la carga energía en la atmósfera.
Los ingenieros y científicos consideran que una erupción de este tipo sería hoy más catastrófica, por la dependencia enorme de los seres humanos de satélites, equipos electrónicos y redes eléctricas y telefónicas.
Como se ve, nuestra estrella, con un millón 390 mil kilómetros de diámetro y una masa equivalente al 99,8 por ciento de todo el sistema solar, es demasiado voluminosa e importante como para que lo que ocurra en ella no nos afecte.
Pero el hecho es que el sol, durante unos cuatro mil 500 millones de años, ha estado convirtiendo tranquilamente hidrógeno en helio, que es la fuente de la energía termonuclear, sin que la vida se haya visto amenazada.
De todas maneras, la estabilidad de nuestro sol no puede ocultar totalmente el hecho de que en cierto sentido es una estrella variable, como otras 40 mil que se han catalogado, pero que modifica su intensidad dentro de estrictos parámetros.
Si el sol cambiara su luminosidad tan sólo en una magnitud, como muchas otras en el universo, la vida en la Tierra desaparecería, y lo que es más: nunca habría surgido, por lo menos en la forma en que la conocemos.
Por suerte, en el período máximo de un ciclo el sol aumenta sólo en el 0,1 por ciento su generación de energía, lo que equivale a una milésima de variación en su magnitud.
Según cálculos científicos, el Astro Rey se encuentra a medio camino de su vida y todavía brillará durante otros cuatro mil millones de años antes de agotar su hidrógeno y convertirse en una estrella nova.
Entonces, y sólo entonces, muchos miles de millones de años después del 2012, nuestro planeta arderá en una hecatombe no profetizada, cuando quede engullida por la corona del sol.
(*) Prensa Latina
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