“Pasan todavía cuatro años y estamos en 1839. Apenas llevamos catorce años de vida autónoma y ya hemos encendido diez revueltas y, naturalmente, las gentes se han acostumbrado a vivir al día y con descuido porque un país que a poco de nacer comienza por andar envuelto en permanente revuelta no ofrece garantía alguna para el trabajo metódico, ordenado y consciente.
La revuelta del general Velasco contra el Protector se llamó de la Restauración y tuvo por objeto, –cual es de regla–, extirpar desde raíz las prácticas, los métodos, los procedimientos del ayer engreído, endiosado y prepotente Protector. Y la inevitable Asamblea Constituyente convocada para el 13 de Junio de 1839, habría de darse –como es igualmente de regla–, a la fácil y conocida labor de dictar una nueva Constitución, –la cuarta en menos de tres lustros– pensando candorosamente que las reformas fundamentales de un país han de hacerse con leyes y no con costumbres”, sentenciaba el grande Historiador, Alcides Arguedas en un sendo artículo para “La Razón”, publicado en mayo 4 de 1944.
Analizando la situación expuesta, en nada –estructural– ha cambiado la vida nacional boliviana. En este tiempo se siguen sucediendo las revueltas, las intrigas y abyecciones; la capitulación cotidiana de conciencia. Continúase pensando, según es mayoría, que las reformas fundamentales han de hacerse con leyes y no con cultura, con cultura nacional. Deviene entonces y forzosamente, la ausencia del orden, del trabajo honesto y consciente, del espíritu organizador, de la Política.
“Quizás, quizás valiera más permanecer bajo el dominio español; quizás más valiera gozar las ventajas del orden, ignorando las de la libertad”, anegábase en tales disquisiciones, en la Asamblea Constituyente de 1839, el futuro Dictador Linares, primer presidente civil que consagraría su esfuerzo y aún su severidad, a la noble tarea de moralizar la Nación boliviana. Profunda reflexión, también para el país de 2011, atrofiado en la más estulta sordidez y caos, merced, preciso es insistir, a la ausencia de Política correctamente comprendida. Política no es, pues, señores oficialistas y opositores del “Estado Plurinacional” la verborrea tarambana a que se refieren con tan sublime nombre.
“Diez años constantes de despotismo –continuaba el tribuno Linares– han corrompido los hombres: todo es desmoralización, todo doblez, y lo que es peor, hay en nuestra patria un germen de discordia que es necesario cortar. Un empleo, ¿qué es lo que trae? Odios, rivalidades, un descontento general, el deseo de voltear el gobierno. Se cacarea mucho patriotismo, y en efecto hay muy poco patriotismo en realidad: es grande el número de los que no lo conocen, quizá mayor el de los que no lo tienen, y ojalá que la mayor parte de los bolivianos supieran lo que es patria, pues no tienen otra que su interés personal…”
Se escucha allí, aquí decir “política” con ligereza y sensualidad propia de quienes no poseen; tanto en el Gobierno cuanto en la pretendida oposición, la más leve noticia de lo que ella significa. Ahora existen, en este y aquel sector, “dirigentes” sindicales, gremios agrupados en “bancadas”, abogados –terriblemente abogados, como decía el gran Medinaceli–, licenciados, “magísters”, etcétera, etcétera; nunca políticos. Y por ello, precisamente por ello, por la inexistencia, en el campo donde debíase ejercer la política de manera oficial; del Ser consagrado a la actividad del espíritu, del arte, de la política, de la filosofía, del sentido de la Historia (Oswald Spengler, filósofo de ésta disciplina, previó, con precisión acabada, el movimiento nacionalsocialista alemán, el “Imperio”, en la forma del “Romanismo” –las palabras en comillas son suyas–, con quince años de anticipación). Por su ausencia, decía, puede observarse la virulencia actual, demasiado actual, en el país, ya que no Nación.
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