Es imposible que un gobernante de nación cualquiera, pueda ver la realidad sangrante de su país. Porque vive en un palacio de sueños, rodeado de una cohorte de servidores, en continuos banquetes oficiales. Para trasladarse, tiene a la puerta una movilidad blindada. Buenos vestidos, viajes de placer, aunque sean por cumplimiento de su deber, mesa bien surtida. Siempre vive fuera de la órbita de la realidad de su pueblo, aunque anuncie que se halla bien informado de cuanto sucede en su país. ¡Es imposible que comprenda el hambre, la miseria, la cohabitación obligatoria, la falta de agua, el drama de hallarse sin trabajo, el uso de ropas desgastadas!
Por épocas eleccionarias, para cazar votos, se acercan a algunas zonas deprimidas, pero siempre bien preparadas para sus visitas. Pero no se dan cuenta ni de lejos, del hambre, las enfermedades, la basura, los animales dañinos, carencia de agua, de electricidad, de servicios sanitarios de que carecen la mayoría de sus paisanos.
Luego llegan las leyes estatales, casi ninguna de ellas con la intención de arreglar los problemas de los miserables, sino de hundirlos más y más, ya que el pobre y el marginado no inspiran ni compasión, y las leyes van a solucionar problemas económicos de envergadura que, si quedan arreglados de algún modo, es sobre el aumento de miseria de los abandonados. Se salvan las industrias y las empresas estatales, dejando en la cuneta a más obreros que aumentan la desgraciada lista de los sin empleo.
Cristo el Salvador, no fue evidentemente un reformador social, pero se ocupó sobradamente de los cuerpos, compartió demasiados sufrimientos de los prójimos, porque en la complejidad del ser humano todo se interrelaciona: cuerpo y alma; amor a Dios y amor al prójimo.
Desde el origen de la Iglesia existió un apostolado social. Las primeras comunidades cristianas se ocupaban de los pobres. ¿La fuente? “Dios es amor”. El amor cuyo fuego vino a encender el Espíritu Santo sobre la tierra, se manifiesta cuando se da de comer al que tiene hambre, cuando se proporcionan ideas y medios para cultivar la tierra, cuando se ayuda a los damnificados, cuando se coordinan fuerzas y recursos para aliviar las necesidades, cuando se levanta la voz profética de la Iglesia para señalar injusticias y señalar horizontes de esperanza: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con un hermano mío de estos más humildes, lo hicieron conmigo” (Mateo 25, 40). Péguy decía: “Al que le falta demasiado el pan cotidiano no tiene ningún gusto por el Pan eterno”.
Ante pseudosoluciones respecto de la problemática social, a) la de los que ofrecen por caridad lo que se debe dar en justicia, b) la de los que estérilmente protestan, y, c) la de los que se rebelan violentamente, la Iglesia propone una Doctrina Social.
La Doctrina Social católica no es una “tercera vía”, entre el liberalismo capitalista o el marxismo colectivista, porque “no pertenece al ámbito de la ideología, sino a la de la teología, y especialmente de la teología moral” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 72), “ya que se trata de una doctrina que debe orientar la conducta de las personas” (73).
Quede claro, que “el Evangelio no aporta ninguna respuesta inmediata a los problemas sociales, pero los resuelve transformando a los hombres” (Hamman). Tampoco es competencia de la Iglesia señalar las aplicaciones técnicas; no tiene dominio ni jurisdicción para este asunto: esto es del dominio del “César”, de los Estados, de los ciudadanos. “La Doctrina Social de la Iglesia no es un programa todo hecho, que no hay más que aplicar. Son los cristianos los que tienen que elaborar un programa de acción concreta” (Guerry).La Iglesia ni acapara ni monopoliza la labor por los pobres y por la eliminación de la injusticia económica y política.
El Beato Juan XXIII ya lo advertía: “Hoy más que nunca, es necesario que esta Doctrina Social sea no solamente conocida y estudiada, sino además llevada a la práctica en la forma y en la medida que las circunstancias de tiempo y lugar permitan o reclamen” (Encíclica “Mater et Magistra”, 221).
La Pastoral Social, no es una instancia política, ni es sólo una instancia asistencial, no es sólo hacer cosas, sino tender a la liberación total del hombre que situado en condiciones históricas concretas, sufre las consecuencias de un orden injusto. Por eso es necesario como lo dijo el Papa Paulo VI en la encíclica “Populorumprogressio”: “Ayudar al hombre a pasar de condiciones menos humanas a condiciones más humanas”, es y debe ser una Pastoral de la Caridad, al respecto Benedicto XVI en su discurso a Caritas Internationalis en mayo pasado decía: "Desde el momento que Caritas Internationalis tiene un perfil universal y está dotada de personalidad jurídica canónica pública, la Santa Sede tiene el deber de seguir su actividad y de vigilar para que, tanto su acción humana y de caridad como el contenido de los documentos que difunde, estén en plena sintonía con la Sede Apostólica y con el Magisterio de la Iglesia, y para que se administre con competencia y de modo transparente".
La Iglesia “cabeza” ha cumplido ciertamente con su deber. Ahí tenemos las directrices de los papas, de los obispos. Pero si los intelectuales católicos no las han leído, si los empresarios católicos no las practican, si los obreros católicos no las propagan en sus sindicatos, si sólo ha servido como instrumento de manipulación para la gestación y propagación de ideologías, muchas veces contrarias, estamos perdidos. La Iglesia “manos”, la Iglesia “pies”, es decir, tú y yo, no hemos cumplido nuestro deber.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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