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Domingo 16 de octubre de 2011

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Cultural El Duende

EL MUSICO QUE LLEVAMOS DENTRO

16 oct 2011

Fuente: LA PATRIA

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Los tres revolucionarios

Fryderyk Franciszek Chopin (Frédéric François Chopin). Compositor y virtuoso pianista polaco (1810-1849). Su obra representa el Romanticismo musical en su estado más puro. A los ocho años tocaba el piano con maestría, improvisaba y componía. Sin embargo, estaba aquejado permanentemente por enfermedades respiratorias que lo llevarían a una muerte temprana.

En 1830, Polonia se levantó contra Rusia. Así nació su Marcha fúnebre. En Wola, sus amigos le regalaron una copa de plata con un puñado de tierra polaca. Él había partido a París seguro de volver a su patria, lo que nunca sucedió. Llenó de ansiedad confesaba: ¡Y yo aquí, condenado a la inacción! Me sucede a veces que no puedo menos que suspirar y, penetrado de dolor, vierto en el piano mi desesperación… El enemigo ha entrado en casa [...] Oh, Dios, ¿existes? Haces y aún no cobras venganza. ¿Acaso no tuviste suficiente con los crímenes de Moscú? O... ¡O quizás Tú seas moscovita!

El alemán Friedrich Kalkbrenner, rey del piano, alabó la inspiración del joven talento pero también le objetó varios defectos. Entonces Chopin escribió: Sé cuánto me falta, pero no quiero imitarle. No deseo ser su copia. Nada podría quitarme la idea ni el deseo, acaso audaz, pero noble, de crearme un mundo nuevo.

En abril de 1832 el cólera hizo estragos en París dejando a los artistas reducidos a la miseria. Sin embargo, un golpe de suerte llevó a Chopin a encontrarse con Velentín Radziwill, padre del príncipe Antonio, quien lo invitó a una velada. Allí, el joven improvisó con el piano logrando tal éxito que de la noche a la mañana su nombre volaba de boca en boca. Le pedían lecciones y así fue como se convirtió en un pedagogo bien pagado más por necesidad que por convicción, debido a que sus composiciones le significaban sumas ínfimas. George Sand se refería irónicamente a su labor: casi todos sus aficionados son mujeres, magníficas condesas, deliciosas marquesas, alumnas idólatras. De su parte, el genio no podía ocultar su desdén por los niños sin talento que estudiaban piano sólo porque sus padres disponían de dinero para pagar a un gran maestro.

A finales de 1836 conoció a Amadine Aurore Lucile Dupin, la baronesa Dudevant (cuyo seudónimo era precisamente George Sand). La relación duraría casi ocho años. Durante ese tiempo, Chopin vivió la incómoda situación de no ser el padre de los hijos de Sand ni de haber formado una pareja legal con ella, quien además revelaría la vida de ambos en su novela Lucrezia Floriani.

En febrero de 1848, Chopin ofreció su último concierto parisino, que para él fue el canto del cisne ya que en el entreacto sufrió un síncope. Partió a Inglaterra minado por la tuberculosis y ya no pudo enseñar. Entonces pidió a sus amigos algo que ellos no cumplieron: Encontraréis muchas partituras, más o menos dignas de mí. En nombre del amor que me tenéis, por favor, quemadlas todas excepto la primera parte de mi método para piano. El resto debe ser consumido por el fuego sin excepción, porque tengo demasiado respeto por mi público y no quiero que todas las piezas que no sean dignas de él, anden circulando por mi culpa y bajo mi nombre.

El genio musical falleció a las dos de la madrugada del 17 de octubre de 1849, a la edad de 39 años. Aunque su cuerpo permanece en París, obedeciendo su voluntad, su corazón está depositado en la Iglesia de la Santa Cruz de Varsovia.

Chopin o la nostalgia del genio creador

Chopin no estaba impresionado por este mundo. En Londres, con la salud deteriorada y cierto de la precariedad del mundo, escribió: Aquí la música es una profesión, no un arte. Tocan excentricidades y las presentan como obras de belleza total; interesarlos en cosas serias es una locura. La burguesía exige lo extraordinario y la mecánica. El gran mundo escucha demasiada música para prestarle una atención seria. Lady X..., una de las más grandes damas de Londres, en cuyo castillo pasé unos días, es considerada una música. Una noche que yo había tocado, le llevaron una especie de acordeón, y se puso muy seriamente a ejecutar en él los aires más horribles. Todas estas criaturas están un poco chifladas. Las que conocen mis composiciones me dicen: tocadme vuestro segundo suspiro... me gustan mucho vuestras campanas... Lo único que se les ocurre decirme es que mi música fluye como el agua...

Ayer la anciana Rothschild me preguntó cuánto cuesto. Como había pedido veinte guineas a la duquesa de Sutherland, le respondí: veinte guineas. La buena mujer me dijo entonces que, en efecto, toco muy bien, aunque me aconsejó que no pidiera tanto, porque en esta” season” hace falta más “moderation”.

Muchas personas me atormentan aquí para que toque, y acepto por cortesía. Pero siempre toco con una nueva pena, jurándome que no volverán a obligarme pues me encuentro entre el enervamiento y el abatimiento. Veo montañas y lagos, y un parque encantador; en una palabra un espectáculo de los más renombrados en Escocia. Sin embargo solo veo algo de eso cuando a la bruma le place ceder unos minutos ante un sol no muy combativo. Y todas las semanas me arrastro a otro lugar. ¿Qué decir del aburrimiento mortal de las veladas, a lo largo de las cuales jadeo esforzándome por mantener un buen semblante, por fingir algún interés por las tonterías que se intercambian de poltrona a poltrona? Por todas partes excelentes pianos, hermosos cuadros, bibliotecas selectas, canapés, perros, cenas de nunca acabar, diluvio de duques, condes, barones. ¿Es posible aburrirse tanto como yo me aburro?

Tengo los nervios agotados y no puedo terminar esta carta. Padezco de una nostalgia estúpida; a despecho de mi resignación, no sé qué hacer con mi persona y eso me atormenta... Ya no puedo estar triste o feliz; ya no siento realmente nada, vegeto, sencillamente, y espero con paciencia mi fin... ¡Ah, si pudiera saber que la enfermedad no me acabará aquí el próximo invierno!

Fuente: LA PATRIA
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