El culto a la personalidad: Veneno mortal de los procesos históricos
14 oct 2011
Por: Adhemar Ávalos Ortiz
El culto a la personalidad implica la adoración extrema de un caudillo vivo, carismático y por lo general unipersonal, especialmente cuando se trata de un Jefe de Estado. Es una adulación con dimensiones religiosas de figuras notables en la sociedad o la política, por encima de sus limitaciones humanas. Tiene el peligro, que provoca en los fieles, de la confusión de rendir pleitesía a la figura de un personaje que no puede compararse, ni en mucho ni en poco, con el idealismo creado a su alrededor.
La idealización de una persona lleva al culto a la personalidad pensando, equivocada y suicidamente, que tiene atributos divinos. En realidad, el objeto de esa adoración cuasi sublime responde a características humanas, con todos sus defectos y virtudes. Ni Dios tiene, en su sentido histórico, semejantes atributos de perfección. En realidad, el largo y escabroso avatar de la especie humana nos enseña nítidamente que los grandes líderes fueron acompañados de perversas exacerbaciones de sus méritos, sin descartar el aporte fundamental de algunos, muy pocos, a la construcción indeleble de las sociedades en el marco de profundas contradicciones, donde es muy difícil separar lo bueno de lo malo.
La Humanidad, desde tiempos pretéritos, fue pasando por grandezas como las de Aníbal y Atila (que desafiaron al Imperio romano en toda su magnitud) y Julio César y Augusto (que llevaron a Roma a su cúspide), perfidias signadas por Calígula y Nerón (que pervirtieron al pueblo romano), y aberraciones totalitarias como las de Hitler (un genocida sin rival) y Stalin (el que a pesar de sus grandes obras provocó la muerte de millones de personas inocentes de crímenes inventados). Pero, algo poseyeron en común: todos ellos tuvieron rasgos de culto a la personalidad.
No obstante, muchos de estos seres humanos, aparte de los perversos mencionados y muchos otros incompetentes, construyeron proezas inolvidables por su ferocidad, pero también por su valor. Hicieron futuro a partir de luchas épicas. Y desde el imperio romano se perfeccionó el culto, que no escaseaba antes, pero se pulió. Cualquier individuo en condiciones de poder se creía con el “derecho divino” a utilizarlo en propio beneficio y en detrimento de los demás. Y así manejaron la historia, en su idea inacabada de que era la real y verdadera transformación, en los orígenes del culto que se recreó con Mussolini en su forma moderna.
En muchos países latinoamericanos el proceso se repite hoy, aunque con sus particularidades propias, la Ley sirve al tirano, al que se cree depositario de la verdad absoluta. Y el poder se utiliza para beneficio propio en lo que radica parcialmente la naturaleza del culto a la personalidad. Algunas de sus particularidades son:
• El culto acabado a la personalidad no nació, todavía, en la época del feudalismo por su precariedad histórica. Éste no estaba capacitado como sistema para perfeccionar un régimen de poder absoluto cruel, pero también extremadamente sutil.
• Solamente, pudo llegar a la esencia de la totalidad social en el siglo XX cuando las sociedades eran depositarias y actoras de un desarrollo nunca antes alcanzado, el del capitalismo voraz.
• Se basaba, fundamentalmente, en la sobreestimación de las cualidades del caudillo, aunque ello significara la destrucción de los principios que él mismo consideraba respaldar.
• No fue totalmente deleznable en el sentido del apoyo popular a Hitler y Stalin, finalmente se lo ganaron a pulso, aunque con mucha demagogia, más bien en su contenido y realizaciones. Incluso fue ferozmente criminal. En nombre del nacional-socialismo o del comunismo se cometieron crímenes que tienen nombre y apellido.
• Ahora, los dictadores mediocres de Latinoamérica pretenden gobernar a nombre de pueblos que no son más que turbas esclerotizadas por siglos de enajenación colonial. Por lo menos Hitler y Stalin se propusieron objetivos grandes, no obstante criminales en su desarrollo. Los actuales caudillos (depositarios del culto a sus personas), son simplemente imitaciones burdas, pero igualmente lastimosas para la democracia en cualesquiera de sus formas.
• Finalmente, no se debe olvidar que el culto a la personalidad idiotiza a las masas, convirtiéndolas en “simples borregos” que siguen embrutecidas las directrices del caudillo y son incapaces de pensar en las funestas consecuencias de su proceder. Parecieran expresar: “El jefe no se equivoca, son sus asesores los culpables”. Así se produce la muerte del pensamiento propio y crítico.
(*) Politólogo
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