El largo camino empieza en países centroamericanos, continúa por México y concluye en Estados Unidos. Este es el escenario de numerosos peligros que acechan a miles de personas. Es la ruta del infierno.
Se trata del destino de muchos emigrantes ilegales que buscan llegar a Estados Unidos para huir de la pobreza que padecen en sus países, encontrar una mejor vida y poder ayudar a sus familiares.
Una gran cantidad de ellos viaja sobre el techo de la Bestia, como llaman a trenes de carga que luego de cruzar la frontera de Guatemala entran en México. Después tratarán de seguir como puedan hacia el norte.
Son hombres, mujeres y hasta niños que en ese andar se enfrentan indefensos a una realidad en la cual pueden ser robados, golpeados, violados, torturados, secuestrados y hasta asesinados, víctimas de bandas criminales e incluso de autoridades.
Una joven hondureña narró su historia a senadores mexicanos. Su vivencia es parecida a la de tantos otros emigrantes.
Cuando ella se encontraba arriba de la Bestia fue secuestrada junto con otros 25 pasajeros.
Sufrió varios abusos sexuales por negarse a dar a los delincuentes datos que estos querían sobre sus familiares para cobrarles por la liberación de ella. Presenció como torturaron, mutilaron y mataron a otros plagiados.
Hasta que no pudo resistir más y dijo a sus captores el teléfono de su padre, quien hizo lo imposible para conseguir el dinero exigido; pero ni el pago por el rescate le devolvió la libertad.
La mantuvieron retenida y obligaron a trabajar de cocinera en una hacienda en el estado de Tamaulipas, donde se encontraban otros secuestrados.
La hondureña finalmente logró escapar de allí gracias a que uno de los custodios se enamoró de ella y se lo permitió.
Sin embargo, su suerte fue mucho mejor que la de otros 72 emigrantes centroamericanos, quienes el año pasado, en un rancho de ese mismo estado, fueron masacrados por narcotraficantes de la banda Los Zetas.
Solo en lo que va de año, las autoridades mexicanas han rescatado a cuatro mil 300 plagiados por el crimen organizado, informó el secretario de Gobernación, Francisco Blake.
Los emigrantes, además de estas agresiones, también se enfrentan a otras contingencias, como es el SIDA, que ha contagiado a muchos de ellos, entre otras enfermedades existentes en ese medio hostil en el cual conviven.
Existen algunos campamentos de tránsito para ellos, pero se quejan de que en estos también enfrentan maltratos, robos y agresiones.
Movimientos civiles mexicanos y centroamericanos reclaman a los gobiernos de sus países más protección a los indocumentados durante su camino.
En una reciente visita a México, el relator especial sobre trabajadores migratorios de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Felipe González, consideró necesario que se fortalezcan el apoyo a ellos y las investigaciones sobre los delitos que padecen.
Pero la agonía de estos viajeros no culmina al cruzar ya la frontera con Estados Unidos. A partir de ahí tienen que enfrentar nuevos riesgos.
Entonces son víctimas del desierto; de la felonía de contrabandistas de personas (los conocidos como coyotes y polleros); de la violencia de grupos xenófobos y de la guardia fronteriza.
Ese panorama se acrecienta por la política migratoria de Estados Unidos, que los obliga a cruzar ocultos por los lugares más inhóspitos y peligrosos.
Unos tres mil mexicanos murieron en su intento por adentrarse clandestinamente en Estados Unidos en los últimos seis años, sin contar a los naturales de otros países.
Entre estas causas de muerte están la deshidratación, el ahogamiento, otras complicaciones de salud, la hipotermia y el asesinato.
Aunque en bastantes casos no se puede identificar el motivo del fallecimiento por estar el cadáver en severo estado de descomposición o solo aparecer huesos u otras partes.
Otra expresión de la violencia que se vive en la frontera es el asesinato, incluso en territorio mexicano, de no emigrantes cometido por guardias estadounidenses.
Como lo fue Sergio Adrián Hernández, de 14 años de edad, baleado por agentes fronterizos estadounidenses a unos metros del puente Santa Fe, en Ciudad Juárez.
El caso más reciente, ocurrido hace solo varias semanas, es el de Alfredo Yáñez Reyes, de 40 años, muerto por el disparo de una patrulla gringa en la localidad de Tijuana.
A pesar de todo este terrible panorama, más de once millones de emigrantes indocumentados viven hoy en Estados Unidos. Empero, su pesadilla no termina todavía.
El gobierno estadounidense endureció su política migratoria en contra de los indocumentados y aumentó las deportaciones, sin importar que lleven años en Estados Unidos y hasta tengan hijos nacidos en ese país.
Al cierre del año pasado fueron deportadas más de 400 mil personas. Y según un estudio, en los últimos meses hay un notable incremento comparativo en el presente.
El futuro es de mayor pesimismo, de acuerdo con la promulgación de leyes aún más discriminatorias en varios estados, como la H.B.56 aprobada hace poco en Alabama.
El indocumentado guatemalteco Rubén Gutiérrez sobrevivió a la ruta de la Bestia, logró atravesar el desierto fronterizo y hoy es cocinero en un modesto restaurante en California.
Ahora vive cada día amenazado de que después de todo lo atrapen y devuelvan a su país de origen.
(*) Jefe de la corresponsalía de Prensa Latina en México.
Fuente: México (PL)
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