La devoción a Nuestra Señora del Rosario es muy difundida en Bolivia y en todos los países de América Latina. En el Departamento de Oruro hay muchas imágenes y templos dedicados a Nuestra Señora del Rosario, incluso la Parroquia del Rosario en la misma ciudad, fundada y conducida por los Jesuitas.
La forma más conocida de esta devoción mariana es la oración del santo Rosario, que muchas personas y grupos rezan diariamente. Nos dice el papa Juan Pablo II en su carta apostólica “Rosarium Virginis Mariae”: “El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos santos y fomentada por el magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en Cristo. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio".
Para la Misa de la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario ha sido elegido el texto del evangelio de san Lucas 1,26-38, que nos habla de la anunciación del Ángel a María:
El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”.
María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relación con ningún hombre?” El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios”. María dijo entonces: “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra”. Y el Ángel se alejó.
En general, estamos acostumbrados a leer por separado en el evangelio de san Lucas la anunciación del Ángel a María, mientras que sería oportuno leer siempre juntas las dos anunciaciones: la anunciación a Zacarías, y la anunciación a María. Si se comparan los dos relatos, aparecen detalles muy importantes.
En la primera anunciación el Ángel Gabriel se presenta a Zacarías, un anciano, sacerdote, varón, cumplidor de la Ley, en el templo, designado a entrar en el lugar más sagrado del templo, en la hora más sagrada del día, en la ciudad santa, en Judea, la región más ortodoxa.
El mismo Ángel, seis meses después, se presenta a una mujer, joven, que no tiene el amparo del padre, ni todavía del esposo, en Galilea, una región poco confiable por la penetración de creencias paganas, “Galilea de los gentiles”, en un pueblito totalmente desconocido, Nazaret, en un lugar indefinido: “entró donde ella”.
Zacarías no cree en el anuncio del Ángel, y queda mudo. Y queda mudo el mundo que él representa: el mundo del templo, de los sacerdotes, senadores, varones, el mundo del poder sagrado.
En cambio, María cree, y estalla con el canto: “Todo mi ser proclama la grandeza del Señor”.
María representa un mundo nuevo, una humanidad nueva, una tierra virgen, abierta al amor gratuito de Dios. Cuando ella se pregunta por qué Dios la ha elegido como madre del Salvador, tendrá una sola respuesta: “Ha mirado la pequeñez de su sierva”.
Dios había hecho un pacto, una alianza con el pueblo de Israel, manifestada en la entrega de las tablas de la Ley. El pueblo renovaba ritualmente esa alianza, y escuchando los mandamientos del Señor, contestaba: “Nosotros haremos todo lo que Dios nos ha dicho”. En realidad era una promesa que luego el pueblo no cumplía.
En cambio, María sí. Repite las mismas palabras de la renovación ritual de la alianza antigua, y en su “sí” ya empieza una alianza nueva, que será sellada en la sangre de Jesús. La relación entre Dios y el pueblo elegido en el lenguaje de los profetas era vista como una relación conyugal, y el “sí” que repetía el pueblo en la renovación ritual de la antigua alianza era como renovar las promesas matrimoniales.
En la Anunciación es María la esposa, que dice “sí” en nombre de la humanidad entera, llamada a abrirse a la buena noticia de Jesús y a seguir su camino. Es el “sí” personal de María, y es nuestro “sí” al Señor.
(*) Rector del Santuario del Socavón
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