Quizá de manera injusta se pinta de un mismo color a todo aquel que apoya o está en función de Gobierno, acaso con la misma injusticia que el mismo jefe de Estado tilda de “opositor de derecha” a todo aquel que disiente con él.
Los sucesos del último fin de semana, relacionados a la represión de la Policía a la marcha indígena en defensa del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (Tipnis) y contra la construcción del camino que atravesaría esta reserva han sacado a la luz ciertas diferencias internas que existen en la actual gestión de gobierno. Quizá de manera injusta, se pinta de un mismo color a todo aquel que apoya o está en función de Gobierno - acaso con la misma injusticia que el mismo Jefe de Estado tilda de “opositores de derecha” a todo aquel que disiente con él -, sin percatarse que dentro de la estructura gubernamental existe una amplia gama de funcionarios con ideologías, valores y conductas tan disímiles que cuesta creer que estemos hablando de un solo “proceso de cambio”.
Las divergencias más evidentes – y que simbólicamente las representa el mismo Presidente en todo evento de importancia – es aquella existente entre su vicepresidente, Álvaro García Linera, quien comparece a la derecha del Primer Mandatario y el canciller David Choquehuanca, a su izquierda. Ambas figuras representan el (supuesto) sustento filosófico, ideológico e inclusive racial de la gestión. En la práctica, desafortunadamente, no estamos hablando de una complementariedad como propugna el “Vivir Bien” sino más bien de una pugna, cada vez más creciente, entre el indigenismo radical expresado por Choquehuanca y la postura basada en la alineación “a la boliviana” (capitalismo andino, socialismo comunitario) a las tendencias globales de izquierda, propugnada por García Linera. Es en base a estas tendencias que se alinean los demás funcionarios, aunque existen también aquellos para quienes la ideología es marginal o funcional a otros objetivos personales.
La gama es amplia y de ejemplo un botón. Las renuncias de los ministros de Defensa, Cecilia Chacón y de Gobierno, Sacha Llorenti muestran dos lados de la medalla en la conducta del funcionario de Gobierno, más allá del hecho que alguna dirigente trotskista los haya comparado a ambos como “ratas que huyen antes que se hunda el barco”. Así, la generalidad de las protestas de los últimos días apuntaban hacia Sacha Llorenti, quien en una postura teatralizadamente tranquila indicó un día antes de su renuncia que daría un paso al costado sólo si el Presidente se lo pedía. En el extremo opuesto – nunca se la mencionó como parte directa del conflicto - la ministra de Defensa sorprendió a todos el lunes al decirle al Presidente “No así”, mientras presentaba renuncia por convicción personal.
En contraposición, la renuncia de Sacha demuestra hasta el final una arrogancia que ofende, al no mencionar como causal de ésta a la brutal intervención que la originó. No debería sorprender, empero, tal conducta, sobre todo analizando sus actuaciones en la función pública, cuando se llenaba la boca de la palabra “humildad”, cuando su conducta demostraba soberbia; “valentía” cuando revelaba cobardía, “cordialidad” mientras lanzaba infames ofensas; “transparencia” cuando su discurso estaba lleno de cinismo, en fin, cuando abogaba por el “diálogo” cuando vivía de una consigna monolítica.
Podríamos catalogar a la ex ministra Cecilia Chacón de ingenua (aún hoy recuerdo la invitación realizada al ministro de Defensa iraní, acusado de actos terroristas en Argentina), pero definitivamente, su paso por este episodio de la historia dirá que asumió una posición basada en sus valores personales, y no como otros, para quienes la consigna, la visión maniquea y la creencia de saberse en lo cierto han derivado en una ceguera y necedad de no reconocer lo obvio, que es la voz del pueblo.
(*) Economista y Máster en Políticas Sociales y Dirección Estratégica – Universidad de Bologna
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