La construcción progresiva del sistema democrático en Bolivia y la sistemática acción restrictiva hacia una participación generalizada en el proceso, no sólo de todos los sectores sociales sino de las personas, ha desnaturalizado su esencia para facilitar el “aburguesamiento” de sus “líderes”, convirtiéndolos en prisioneros de una indomable ambición del poder personal del caudillo, hasta alcanzar el excesivo grado de convertirlo en “propietario de los derechos divinos”.
Este “destierro del hombre” dio paso a la creación de una “mediocracia insaciable e intolerante” que da como resultado el ejercicio de peligrosos excesos que, la estructura del poder, los muestra en la lejana población de Yucumo, donde –según la percepción de los medios de comunicación del Estado- las víctimas del sistema se convierten en tiranos y los tiranos de los pueblos originarios se transforman en víctimas de las peores aberraciones, restricciones y prohibiciones que el hombre moderno ha creado en el presente tercer milenio. Sin embargo de todo, estas “víctimas propiciatorias”, continúan insistiendo en el “diálogo franco, abierto y sincero”.
Se trata de ensayar un “nuevo sistema democrático” en este tercer milenio, como hace 500 años, en los cuales, sólo uno, el primero que podía sustituir la consulta, el plebiscito o, si se quiere, la elección, gozaba de la facultad de pensar, comunicarse, desear y hacer las cosas para los demás, ante esa realidad de la ignorancia colectiva.
Esta manera de pensar en el “nuevo sistema mediocrático”, ha permitido desplazar un contingente de cerca de 500 hombres armados para frenar el avance de la marcha de los habitantes del Territorio Indígena del Parque Isiboro Sécure y, no sólo con ese objetivo, sino para evitar que “estos indígenas” reciban para su consumo, agua, alimentos, medicamentos y otras vituallas necesarias en una caminata de tanto sacrificio.
Objetivamente, esa realidad no es aceptable y se la censura desde múltiples sectores sociales que, muchos de ellos, decidieron adherirse a la marcha para hacer que el Gobierno comprenda que los originarios del Tipnis sólo demandan el cumplimiento de la Constitución Política del Estado y lo legislado a través de Tratados Internacionales, que son reconocidos como instrumentos legales en Bolivia. Además de ello, la propia Organización de Naciones Unidas ha lamentado la “actitud del Estado” que demanda “diálogo sincero” para solucionar el conflicto, mientras que –por detrás- envía a sus adherentes y policías armados para enfrentar la marcha.
La sociedad boliviana se ha pronunciado, en los últimos días, contra “la violencia política” auspiciada desde Palacio de Gobierno, contra la “falsa propaganda” que insulta, trastoca la realidad y busca confundir para generar una corriente de opinión contraria a los pueblos indígenas. Por el contrario, para la solución de los problemas que son considerados de carácter nacional, no es necesario “polarizar” a la sociedad, sino buscar la unidad de los bolivianos y para perfilar su desarrollo moral y material, necesita del genio de sus miembros, antes que el talento de la mediocracia que sólo adorna la personalidad del caudillo.
De hecho, el encuentro propuesto se convierte en un largo proceso de “diálogo de sordos”, antes que en una conversación constructiva que escuche, analice y promueva consensos. Lo contrario, se convierte en el ejercicio de la intolerancia que, en política, facilita la construcción de los llamados “ríos de sangre” que, en el presente periodo gubernamental, de más o menos siete años, ya existen 84 muertos. Un número similar a la cifra producida por el neoliberalismo del presente siglo.
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