Hay muchas cosas malas que están a la vista y que reclaman inmediata corrección. Pero para oídos sordos no hay como los políticos. Y más si se trata de algún “capo”, para quien sólo existe su palabra. Las leyes son para los otros, no para los que detentan el poder. Una de esas cosas, talvez la peor, es la representación diplomática de Bolivia en el exterior.
Para cualquier ocupación, así sea la de un ayudante de taller artesanal, se necesita saber algo, y en tanto se aprende el oficio, también cierta dosis de humildad y paciencia. Se hace camino desde abajo. Y para desempeñar una función importante, el interesado debe acreditar su formación profesional y experiencia de varios años. Bueno, eso, donde hay civilización y la diplomacia es una labor de alta exigencia profesional.
Pero en otros, donde el sentido de la vida es rodar cuesta abajo o irse para atrás como cangrejo, las cosas son de otra manera. Aquí dos más dos no siempre es cuatro. Bajo consigna, la masa puede votar por otra cifra y entonces no queda más que soportar la democracia aberrante o caminar con el miedo bajo el brazo, como en los tiempos de otra dictadura. En este contexto, no es raro tener embajadores como los que tenemos; cuanto menos parezcan ser tales, mayor coherencia con la realidad.
Sentada esa evidencia, no es extraño que los cargos públicos más representativos estén en manos de la gente que tiene el loco orgullo de no ser nada o de estar desubicado respecto al oficio propio. Si tuviéramos que probar en el día esta aseveración, no tendríamos más que mencionar - periódico en mano - al “excelentísimo” embajador de Bolivia en el Perú, quien acaba de lanzar en Lima una sarta de gazapos plurinacionales.
El tal “embajador”, a imitación de su jefazo que olvida a menudo con quién y dónde se encuentra, se despachó orondo y fresco afirmando “que el gobierno de Perú necesita reformar su Constitución para un cambio real, como ha pasado en Ecuador”; es decir, ser parte de la ALBA y adoptar el libreto de la reelección presidencial, aunque sea con “estrategias envolventes” (trampas) como en Bolivia. Luego dijo que “va a tener que ser el pueblo, desde las calles, el que haga esas transformaciones”. Pero es probable que ni Humala ni el “pueblo” estén allí dispuestos a incurrir en semejantes aventuras.
Definitivamente, malos vientos soplan para las legaciones diplomáticas. Al cuadro poco halagüeño, otra perla de antología añadió el Vicepresidente. ¿Saben qué dijo de las embajadas? Que antes de 2006 el Ejecutivo estaba loteado. “Las embajadas extranjeras tenían el poder de decisión en el Estado… No se podía mover nada en Bolivia si no había autorización de las embajadas y de algunas ONGs.”
Dicha de esa forma, sin discriminar: ¡muy grave acusación! Las metió a todas en la misma bolsa. En otras partes habría originado cuando menos una vehemente protesta, aparte de emplazarle a que pruebe los cargos. ¿Qué querrá decir el silencio?, ¿A palabras necias oídos sordos, o talvez (lo menos probable) aquello de que quien calla otorga?
(*) El autor es pedagogo y escritor
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