La precipitación de los conflictos sociales que llegan a extremos de huelgas, paros, marchas y expresiones de protestas extremas, son producto del aliento que reciben de “líderes o cabecillas obnubilados por deseos o ansias de prontos objetivos” que permitan una mayor escalada de las políticas o posiciones que defienden; para ellos, los intereses de quienes son “parte de la masa”, no importan los objetivos, importan los resultados así sea a costa de sacrificar las intenciones más importantes.
Desde los años sesenta, antes de cumplirse la primera década de la “revolución del 52”, ya surgieron las expresiones que obedecían a los extremos; es decir, lograr objetivos sin importar cuánto y cómo se sacrificaba los intereses de los trabajadores. Muchos dirigentes han obrado conforme a consignas y, en casos, para justificar las dádivas recibidas o, en su momento, exigir beneficios prometidos. El fin ha justificado los medios para la consumación de muchos hechos que, en vez de beneficiar a quienes protestaban o exigían determinados derechos, sólo fueron plataforma para nuevas exigencias hasta llegar al extremo de los bloqueos – una de las formas más destructivas del terrorismo – que, en sus resultados, dañaron a todo el país.
La verdad es que, en la mayoría de los casos se requería prudencia, sagacidad y mucha dosis de paciencia en autoridades que, simplemente por “ir contra la corriente”, han dado lugar al agravamiento de hechos que no tenían razón para crecer. “Los caprichos encaprichan a las partes y sus resultados resultan contrarios a los intereses generales” es una vieja conclusión a que se llega por la carencia de tacto de muchas autoridades que esperan soluciones inmediatas a problemas que, a veces, tienen mucho tiempo porque han tenido larga gestación. En casos, los hechos son simple consecuencia de situaciones ya concebidas y preparadas con tiempo y que normalmente obedecen a objetivos muy ajenos a los que dan inicio a los conflictos.
En los últimos años, pese a los apoyos masivos recibidos por el Gobierno por parte de grupos sociales, han menudeado los problemas y, tan sólo por no ser encarados debida y oportunamente, se han agravado. Hay muchos hechos que al ser previstos y encarados con la oportunidad debida, no tenían porque ser base o cimiento para nuevas situaciones difíciles que, por las proporciones de gravedad implican mayores problemas no sólo para las autoridades del gobierno sino para el mismo Estado, que es el que sufre las consecuencias de lo mal hecho o de lo no corregido y atendido oportuna, eficaz y seriamente.
Hoy, vivimos momentos difíciles de la vida del país; a la crisis económica que no tiene visos de concluir, se agregan muchos conflictos que se complican y, en situaciones especiales, adquieren nuevas proporciones porque abarcan inclusive temas que ya habrían sido superados en el pasado pero que son retrotraídos simplemente por darle mayor consistencia a los extremos que vive la nación. El gobierno – especialmente con sus mandos medios – debe actuar con el tino, la mesura y la serenidad precisos; no corresponden actitudes de soberbia o creer que “ser autoridad implica imposición” sino, al contrario, es fuerza de la ley para dialogar, convenir y concordar en busca de soluciones que satisfagan a las partes y en ningún momento dejen “cabos sueltos” para crear nuevos problemas y agravarlos con huelgas y extremos que causarán más daño y serán semillero de nuevas situaciones difíciles. Es preciso, pues, que la autoridad entienda su verdadero papel que debe ser conciliador y nunca efecto de la soberbia.
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