Domingo 18 de septiembre de 2011
ver hoy
Todo por dinero. Lo hemos convertido en el señorío de todos los dominios. Lo importante ya no es el talento de la persona, sino los caudales que se posean, con el consabido egoísmo que se injerta como lenguaje. Por necio que parezca, lo que hoy más se valora es la posición adinerada del individuo y el poder que genera esa situación. Hay deseos que nos matan. El dinero no tiene más que la estima que nosotros le queramos dar. En el momento actual es una llave que abre todas las cerraduras. Y bien que lo siento. A mi manera de ver, debiéramos priorizar mucho más otros aprecios como puede ser el entenderse. Al parecer, la convivencia sin exclusiones y la dignidad de la vida humana no está prevista en el plan globalizador. Nadie me negará que la mundialización si conoce fronteras, por ejemplo las impuestas por las grandes riquezas, que no tienen otra alma que la obsesión por acrecentar su patrimonio y por desmembrarse de las bajuras.
También sabemos que por dinero nadie conoce a nadie, lo que hace difícil solidarizarse bajo este abecedario. Desde luego, este modo de vivir se hace insostenible e insoportable. Los efectos ahí están. El retroceso en desatender los derechos humanos, tales como la educación y el empleo, es una realidad pura y dura, cada día más evidente. El tormento de injusticias es tan creciente que nos desbordan las inseguridades y los miedos. De hecho, no queremos digerir que estamos destinados a vivir unidos, hasta el punto que los mismos predicadores de la economía, siguen pensando que el futuro son ellos y nada más que su soberbia. Se sienten los salvadores cuando el porvenir nos lo merecemos todos, sin rechazos. Gravísima confusión la de afanarse sólo por don dinero. El mañana no está en la economía, sino en aprender a convivir, sobre todo viviendo en la solidaridad.