Como se sabe, ser diplomático no es una obligación, ni siquiera para los embajadores, pero lo que se desea de ellos es que algo sepan de cómo son las cosas en los países donde están destinados.
El representante de Bolivia en Perú, Jorge Ledesma, está convencido de que su labor en Lima consiste en dar consejos sobre cómo debe actuar el gobierno de Ollanta Humala. Se cree embajador de Andrés de Santa Cruz.
Para tomar el poder total de un país, dice este consejero oficioso boliviano, es preciso llamar a una constituyente y cambiarlo todo.
El consejo es torpe pero no tanto como lo que vino después: “tienen que hacer como han hecho los ecuatorianos”.
Decir a los peruanos que imiten a los ecuatorianos en algo es la demostración de una atroz falta de tino, pero sobre todo de conocimiento de cómo son las cosas entre esos dos países por antiguos diferendos. Ni siquiera el ceviche lo hacen de la misma manera, lo que ya es el colmo.
El canciller Rafael Roncagliolo tuvo que llamar la atención a este diplomático boliviano por tan torpe intromisión en las cosas internas del Perú y dar por superado el entredicho con tono paternalista.
Pero hay una pizca de honestidad en el consejo de Ledesma al gobierno peruano. No dijo que debían hacer como los bolivianos, sino como los ecuatorianos.
Hacer la constituyente a la boliviana sería algo accidentado. Tres muertos quedaron en la Calancha en Sucre, muertos que han sido olvidados por el gobierno porque eran solamente mestizos.
Toda la constituyente se convirtió en una asamblea peregrina hasta que desembarcó en Oruro, donde los ideólogos de lo que entonces se llamaba todavía la “revolución indigenista” hicieron aprobar inverosímiles artículos acerca de la creación de una nación de naciones. Según Filemón Escóbar, una especie de Unión de Repúblicas Socialistas Bolivianas, como fue la URSS antes de derrumbarse y terminar en manos de la mafia rusa.
Quizá, en el fondo, Ledesma estaba pensando, al dar este consejo, que no es bueno introducir en las constituciones ciertos elementos de disolución de los Estados. Es probable que el embajador esté convencido de que crear muchas naciones termina reduciendo el poder del Estado central, para beneficio de las mafias. Salvo que uno esté trabajando para beneficiar a las mafias.
Mientras Ledesma elaboraba sus consejos al gobierno peruano, Humala estaba sorprendiendo a todos con algunas decisiones de política económica. Aprobó en 30 días la reforma del sistema tributario minero y Petroperú decidió en una semana acudir a la bolsa de valores para capitalizarse.
A cambio de los desatinados consejos que dio, el embajador Ledesma podría pedir al gobierno de Humala la receta para tomar decisiones tan importantes con tanta prisa y tanta eficiencia. El gobierno boliviano lleva cinco años y ocho meses meditando en la reforma del sistema tributario minero, de la ley de hidrocarburos y la de inversiones.
Cuando el gobierno de Evo Morales haya terminado su guerra contra los pueblos originarios del oriente quizá tenga que pensar en una reforma de la constitución, para ajustarla a su nuevo pensamiento: la Pachamama puede esperar, lo único importante es la coca.
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