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Domingo 18 de septiembre de 2011

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Cultural El Duende

Las novelas de Renato Prada Oropeza

18 sep 2011

Fuente: LA PATRIA

El escritor orureño Adolfo Cáceres Romero, rinde homenaje a la fecunda labor de Renato Prada Oropeza quien nació en Potosí, el 17 de octubre de 1937 y falleció en Puebla, México el pasado 9 de septiembre. Prada es doctor en filosofía y lingüística, autor de novelas, narrativa, poesía y crítica literaria. Su obra más conocida: “Los fundadores del alba”

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Algo de lo que sí estoy seguro –y pienso que varios de los críticos y estudiosos de las letras bolivianas coinciden conmigo–, es que con Prada comienza el periodo más fecundo y afortunado de la narrativa boliviana. Mil novecientos sesenta y nueve es un año clave y digno de celebración no sólo para su autor (ese año ganó dos premios importantes, primero inauguró en su país el Premio Nacional de Novela Erich Guttentag y, luego, se constituyó en el primer escritor boliviano que ganó el Premio Casa de las Américas de Cuba, con su novela Los fundadores del alba, y no sólo eso –que ya era bastante–, sino que salió rumbo a Roma, con una beca para estudiar Filosofía; algo más, ese año también publicó dos nuevos libros de cuentos: Al borde del silencio, editado por Alfa, de Montevideo, y Ya nadie espera al hombre, por Don Bosco, (de La Paz). Pocos, por no decir nadie, han logrado una dormida similar con un cubilete de palabras. Lo que nos proponemos mostrar en este estudio es que no sólo la buena fortuna propició la obra de este notable escritor, sino que detrás de cada uno de sus éxitos están el talento, la constancia y el esfuerzo con los que abordó cada una de sus obras.

Los fundadores del alba, su primera novela, es la única del Premio Guttentag que hasta ahora es leída por varias generaciones, habiendo llegado a ser reimpresa en 16 ediciones, con más de 25.000 ejemplares, sólo en Bolivia, sin contar la edición cubana y su traducción al inglés. Entre los jurados de Casa de las Américas, se destaca la respetable figura de Alejo Carpentier: De las palabras con las que justificaron la concesión del premio, consideramos importantes las siguientes: La existencia de una escritura original y moderna, un poder de recreación verbal espontáneo, una estructura narrativa incitante y un tema al mismo tiempo de vivísima actualidad y obviamente muy complejo.

Y es lo que se percibe en esta obra, desde el comienzo: Con la modernidad mucho más definida que en la obra de Marcelo Quiroga Santa Cruz (Los deshabitados, 1959), se destaca su poder de recreación, que lo muestra espontáneo por la asimilación de sus modelos. De entrada atrapa al lector con la tensión que provoca la presencia de los guerrilleros de Ñancahuazú, en una pequeña casa de hacienda, a donde han acudido en busca de víveres. Ahí aparece Laura, la heroína que también cerrará la novela, completando un periplo temático sólido y uniforme, a pesar de la variedad de sus recursos estilísticos. Prada es el que mejor ha asimilado a Joyce y no sólo entre los narradores de Bolivia. Tanto la poesía épica como la lírica convergen en esta obra, para constituirse en una novedosa entidad estética en las letras hispanoamericanas. Las secuencias de tiempo y espacio son fáciles de precisar para el lector que sabe concentrarse en su desarrollo; entonces, no tendrá ninguna dificultad en ordenarlas y reproducirlas en instantes o momentos que, si bien no son lineales, son lógicos, a pesar de mostrarse evanescentes.

Mario Vargas Llosa, destaca lo siguiente de esta novela: El tratamiento objetivo del tema elegido por el autor, la visión ponderada y equitativa del conflicto político y moral que describe, el buen uso de la técnica de cruce de planos temporales y de narración simultánea, y la austeridad y sencillez de su lenguaje que conviene perfectamente a la materia explosiva que constituye el asunto del libro. Era fácil caer en la demagogia estilística y en el maniqueísmo al abordar un tema como el de las guerrillas, pero el autor, pienso, ha sorteado bien esas tentaciones, esforzándose por mostrar las motivaciones y convicciones íntimas de todos los personajes, de una manera objetiva y equilibrada (carta enviada al Premio Erich Guttentag, como jurado). Excelente compenetración para una obra que no sólo narra un fasto histórico, sino que llega con una novedosa propuesta estilística que, aparte de contar: opina, juzga y orienta su temática, imponiendo un nuevo punto de vista a lo narrado. A pesar de la contundencia de los juicios de Vargas Llosa, primaba, entre sus organizadores, la posibilidad de declarar desierto el Premio Nacional Erich Guttentag, donde también se destacaba Matías el Apóstol Suplente (1971), novela de Julio de la Vega, con un tema igualmente inspirado en las guerrillas del Che. Hubiese sido un mal comienzo para dicho premio, que luego cobró notable importancia en las letras bolivianas. Lo cierto es que, al saber que Prada había ganado con esa misma novela el Premio Casa de las Américas, no dudaron en Premiarla en Bolivia. Grata coincidencia y única en este tipo de certámenes, por cuanto en Cuba no se hicieron ningún problema con esa premiación.

Desde luego que Prada no sólo nos muestra su pericia con los recursos estilísticos y la técnica que maneja, sino que también discurre magistralmente con la jerga castrense, haciendo del habla popular un valioso soporte en la ambientación del tema guerrillero. Algo que también advierte el autor de La casa verde, tiene mucho que ver con la simultaneidad de planos y secuencias, evitando así que el lector se canse con las tediosas explicaciones del realismo tradicional; además, Prada funde las ideas del pensamiento existencial con reminiscencias que salen del sentimiento popular, que a Vargas Llosa le parecían de cuño romántico; nos referimos al pasaje que narra la contemplación del cuerpo de la joven protagonista, con el trasfondo bucólico en los versos de Garcilaso y la naturaleza que lo circunda. En un escenario de violencia y muerte, ese pasaje con Javier y el Chaqueño que contemplan a Claudia, bañándose en las cristalinas aguas del río, nos muestra que la vida y el amor continúan inalterables en su cotidianidad. El epílogo de esta obra se da en tres instancias claves para su desenlace, manejando los verbos en un futuro que luego resulta promisorio.

El último filo (1975), la segunda novela de Prada, agudiza la violencia practicada por el hombre contra su semejante. Rulfo, preso político sin causa conocida, es torturado por Gorgo, un sanguinario sargento represor. Lo bueno es que siempre hay un amanecer o una salida para los atormentados. Augusto Guzmán, al aproximarse a la nueva narrativa, en su libro La novela situacional en Bolivia (1985), lo señala: Kafkiano idóneo como el que más, surrealista empedernido, nos entrega a trozos descompaginados una historia que es un infierno de crueldad y de injusticia al parecer sin remedio posible hasta que la rebelión de los oprimidos estalla fulminante e imprevista. La guerra civil comienza como un reto viril a la degradación humana por el mal ejercicio del poder.

Y el remedio no sólo llega con la rebelión, sino que también se da con la reconciliación con la vida, en los brazos de una mujer. Gorgo desaparece en la nada, como una anécdota ingrata en la vida de los políticos ansiosos de poder; en cambio, Rulfo vuelve a la vida, después de haber soportado una serie de vejámenes, acaso sostenido en todo ese tiempo por el recuerdo de la mujer que había deseado desde su adolescencia. En todo caso esta obra no lleva a otra, mucho más compleja, que apareció cuatro años después.

Larga hora la vigilia (1979), es, a diferencia de la anterior, de un nivel ideológico estimable para comprender no sólo su gestación, sino también su resolución estética, lúcida y racional, orientada más allá de todo dogmatismo; lúcida, porque, como todo creador, Prada sabe que la literatura no es un instrumento; y es lo que también apreciamos en su ensayo, que apareció el mismo año 79: El lenguaje narrativo. En Larga hora la vigilia necesariamente se da con una estructura un tanto diferente respecto a las anteriores, sobre todo cuando nos propone, como núcleos de realización, los siguientes espacios: Anunciación, Huida, Sollievo y Epifanía. Momentos que pasan de una situación existencial, donde la consciencia de la muerte desnuda las debilidades de unos personajes que intentan salir de la soledad a la que se ven condenados. Esperanza es una monja enfermera que procura darle un nuevo sentido a su existencia, ya sea resignándose a su destino o apelando al suicidio. Al respecto, nos trae a la memoria los desvelos del abate Cénabre, en La impostura, novela de Bernanos. Otra figura –cuyo patetismo resalta en la ambientación del vacío, de la soledad como germen de aquello que se da como expiación–, notable en su concepción es la del judío agonizante, que se encuentra al cuidado de Esperanza.

La muerte, inevitable y soberana en este tipo de obras, se desliza desbaratando toda posible salida en ese ámbito de oportunidades fallidas. Es notable la escena final de Anunciación. Nada escapa a esa situación de incertidumbre, que se hace constante inclusive en el ámbito castrense. Se yergue como una imagen estereotipada, que señala el trágico sino de un país que lucha y lucha por cambiar su destino. La vigilia ha comenzado luego de 1970, como resultado de la muerte del Presidente Barrientos. Ese acápite se proyecta magistralmente en las secuencias que siguen, luego de que Marcos fuera el instrumento que aniquilara a los cinco guerrilleros de Teoponte; algunas de esas escenas nos trasladan a las vivencias de Los fundadores del alba, sobre todo con la presencia del guerrillero seminarista. En Huida, la muerte de Telésforo cobra mayor significado en los personajes que, buscando la libertad, viven atrapados en sus ideales, con una solidaridad que se muestra esquiva. El sargento Marcos, de regreso a su pueblo, no puede huir de los remordimientos que corroen su espíritu, por la matanza de los guerrilleros. En Epifanía, es el confesional tú que domina la acción, soberbio trazo en el lecho de una moribunda; finalmente en Epifanía culmina ese proceso con la concientización de Marcos, reforzada con la decisión de su hermano Rogelio, que ingresa en las guerrillas.

José Ortega, escritor granadino que ha estudiado con amplitud la obra de Prada, encuentra que: En Larga hora habría también que destacar la función testimonial o relación afectiva, moral y sentimental del narrador con la historia que cuenta, ya que este relato, como Los fundadores del alba, supone fundamentalmente la búsqueda conflictiva de un héroe a partir de la alienación histórica de Bolivia (Narrativa boliviana del siglo XX, p 96).

Mientras cae la noche (1988), acaso la más faulkneriana de las novelas de Prada, secuencialmente continúa con el ambiente de represión vivido en Bolivia luego de la caída del Gral. Torres, en 1971. En esta obra, la dictadura que ensombrece al país comienza a mostrar sus efectos con Horacio, su protagonista central, al igual que en su vida familiar y en la concreción de la novela que escribe; a través de esa relación Horacio se plantea problemas éticos y humanos, procurando salir de la rutinaria y deleznable relación que mantiene con Elvira, su esposa; así, hasta su acto de amor se hace grotesco, en una vivida escena hábilmente trazada. La incertidumbre llega a ese hogar cuando Horacio no tiene otra opción que cobijar a Miguel Campos, un perseguido político.

Prada construye un discurso más exhaustivo, al complementarlo con el relato paralelo –de pie de página–, con técnica de ensayo que integra y define aquellas situaciones que precisan ser aclaradas; asimismo, el lector debe estar atento al cambio de la acción verbal, sobre todo cuando discurre –en un mismo párrafo– saltando de la tercera a la primera persona; combinación esencial para determinar las acciones del pasado y del presente, pues también nos anticipan el final que se va construyendo, con técnica de novela policial. Como los grandes creadores, Prada metaboliza las influencias de sus maestros, incorporándolas a su forma de narrar; inclusive asistimos a planos sutilmente trazados en la imaginación de algunos de sus protagonistas; desde luego que pueden sorprender al lector habituado a la lógica de los hechos; a veces aparecen como actos gratuitos, similares a los que manejaron André Gide y Albert Camús. Después de todo se hacen significativos en la animación no sólo de la anécdota, sino en la caracterización de sus personajes, como lo apreciamos en la escena donde Horacio apunta con un revólver la cabeza de Miguel, que duerme en el sillón de la sala de estar. Dispara, pero sólo en su imaginación; en realidad se halla tentado a hacerlo; transpira y mantiene el arma con el dedo en el gatillo, junto a la cabeza de su amigo, y no como un simple juego. Es algo más; algo que también Antonio Tabucchi maneja en la ambientación de algunas de sus novelas. Hablamos de crear un ambiente imaginario que, desde luego, va a formar parte de la realidad narrada.

El texto de Memorias de un hombre decente, que escribe Horacio, parece confluir en la trama. Ahí se desarrolla aquello que Horacio jamás hubiera deseado que sucediera más allá de su novela; de aquello que lo vincula especialmente con Miguel y su esposa Luz María; respecto a Vladimir, Elvira, Amalia, Douglas y aun a él mismo, su relación se muestra inequívocamente fatalista. El final cae como resultado de los acontecimientos políticos; es bastante movido, de acción que podría considerarse cinematográfica; de ahí que no nos sorprende la reacción de Horacio, contada en primera persona.

…poco después humo, la última novela de Prada, publicada en 1989, se constituye en una obra diferente a todas las demás; primero, se halla ambientada en México, en la Xalapa que tan bien conoce el autor; luego, más que su despliegue estilístico, su estrategia narrativa hace que se constituya en una de las obras más complejas y ambiciosas de la narrativa boliviana. Su título: … poco después humo, fue extractado del segundo hemistiquio de un verso de Quevedo; el primero, se halla en el discurso de la novela. Con una técnica que nos recuerda a las cajas chinas, Prada nos introduce en un laberinto esencialmente kafkiano. Sus protagonistas deambulan como espectros mutantes, desplazándose en el tiempo, jóvenes y ancianos, a la vez, sin que se sepa si están vivos o muertos. Todo viene de atrás (del pasado), haciéndose un presente efímero, y va adelante para concretarse en un final (futuro) inesperado.

El hombre, vapuleado y sangrante, es echado de un local. Este comienzo marca un momento que será repetido y señalado como clave, para entender la situación del protagonista central; implica, aunque no propiamente el recorrido de los pasos que nos irán dando luces sobre su procedencia e identidad, un reto para el lector; la trama parece desarrollarse en un laberinto escatológico, donde el hombre –así lo identifica el autor– tampoco tiene consciencia de su realidad. Simplemente es recogido del fango por un sirviente que lo llama don Rogelio. Mario, el sirviente, le dice además quién es, y luego se constituye en su fiel servidor. El hombre, a pesar de sus dudas, maltrecho y fatigado, le sigue el juego. Habrá de armar un complejo rompecabezas, cuyas piezas no siempre están a su alcance; pues, en ese laberinto, todo se le complica. Ahí se juega inclusive la fortuna de los posibles herederos de quien aparece como el padre de Rogelio. En la mansión, si bien el hombre es reconocido como Rogelio, el patrón, él no está seguro de ello. Continúa con el juego para ver hasta dónde puede llegar esa farsa. Le anuncian su pronto encuentro con la señora Miranda, su esposa; ese encuentro constantemente le será postergado. En esa espera, como en El Castillo de Kafka, una serie de apariciones furtivas hacen que el hombre finalmente decida marcharse. Los personajes cambian constantemente, porque es el tiempo que cambia. Así, de pronto Mariquita, una de las sirvientas de la casa, es una anciana y/o una muchacha joven. El hombre hace el amor con mujeres furtivas, en un plano onírico. Inclusive con la tía Justina, cuyo retrato –que cuelga en una sala– se le hace fascinante. Luego, el anciano que dice ser su padre, se le aparece caminando, y descubre que está en silla de ruedas y, algo más, agoniza, en su lecho. Pero le da mensajes, hábilmente camuflados, hasta que todo se derrumba. El tiempo, siendo absoluto, se halla relativizado como un protagonista más, siendo esencial para la develación de los hechos.

Prada no sólo nos introduce en un laberinto de espacio y tiempo, sino que nos crea una trama donde sus personajes lindan con lo inverosímil; la acción se entremezcla en una atmósfera intrincada, de novela policial, donde no faltan sus ingredientes de suspenso y misterio. Los hechos se suscitan en una mansión que fue consumida por el fuego; además, Rogelio ya murió y eso es lo que quiere desentrañar el hombre. La pregunta capital podría ser: ¿Quién es ese protagonista al que los sirvientes identifican como su patrón, y le dicen que es esposo de la señora Miranda? ¿Quién es Miranda? ¿Es la prima a quién el hombre no conoce? Sabemos que a Rogelio le fue impuesta como esposa. Así su familia se salvaría de la bancarrota. En los anexos se dan dos enclaves que son esclarecedores de algunos de esos hechos. En el primero: la niñez de Rogelio y la presencia de Manuelita, la mulata a la que verdaderamente ama. El segundo enclave nos sitúa en la boda de Rogelio con Miranda. La ambientación de esta obra cobra vitalidad por la forma cómo la ha diseñado su autor. Ningún pasaje valdría la pena ser abordado sin la serie de recursos que van en función de los hechos. Y hasta podríamos hablar de una novela fantástica, escatológica, aunque no a la manera de Rulfo. Prada también es poeta y se muestra muy hábil con el manejo de la elipsis y del asíndeton. En los diálogos, a veces interrumpe el discurso coloquial. El que vaya sin puntuación no quiere decir que carece de sintaxis. El diálogo se integra líneas más abajo.

Como en Mientras cae la noche, si bien no existen notas de pie de página, el discurso de …poco después humo se completa y explica con los asteriscos que nos conducen a los enclaves ya citados; luego, en ese mismo anexo, también encontramos dos propuestas de narrativa, muy similares a las que van en las novelas de Kafka, con la diferencia de esas propuestas probablemente fueron incluidas por Max Brod, el amigo de Kafka, o por sus editores; en cambio las que van en la novela de Prada, las maneja el propio autor con el fin primordial de despejar el humo motivador. Aquí tal vez algunos se pregunten si ello será posible. Nosotros pensamos que sí, que se puede armar este singular rompecabezas; entonces, vale la pena intentarlo.

Fuente: LA PATRIA
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