Un temblor me sacude al leer dos recientes malas nuevas de la Iglesia en Europa: La amenaza de un ministro de Irlanda con una ley que obligue a los sacerdotes a denunciar a quienes cometieron abusos sexuales, aunque esto conlleve el rompimiento del secreto de confesión, y, consecuentemente la excomunión automática de los que así lo hicieran, y, por otra parte el “Llamado a desobedecer”, -léase cisma- promovido por el grupo del clero austríaco “Pfarrer-Iniciative”.
Son apóstatas no sólo aquéllos que reniegan de la fe cristiana, sino también aquellos que quebrantan gravemente la disciplina de la vida cristiana y eclesial. “En todos los siglos, sin embargo, ha habido cristianos que han rechazado el martirio, avergonzándose de la Cruz de Cristo y quebrantando así el seguimiento del Redentor. Según tiempos y circunstancias, han sido llamados “lapsi”, caídos, apóstatas, cristianos infieles. En todos los tiempos los ha habido, y siempre los habrá, hasta que Cristo vuelva” (El martirio de Cristo y los cristianos, J.M. Iraburu).
Hoy por hoy, las fuerzas de la incredulidad y la irreligión buscan con más violencia arrojar a Cristo y a su Iglesia fuera de los caminos de la humanidad, así cualesquier división es fatal, nadie puede destruir el Cristianismo sin matar al ciudadano y al hombre honesto.
Si un protestante se desvía del Evangelio no se sale de los límites del protestantismo, a no ser que se desvíe total y absolutamente. Pero si un católico se desvía un solo paso del Evangelio queda automáticamente fuera de la Iglesia Católica. El protestante Swift lo ponía de esta manera: “Cuando el Papa limpia su jardín arroja las malas hierbas a nuestro huerto”. Pero ahora ocurre, que, quieren imponer la mala hierba doctrinal y pastoral en la parcela católica.
Pero, ¿cómo es posible que se haya podido llegar a esta situación? La respuesta es muy simple: aplicaron el método de graduación, a través de “jornadas”, “encuentros”, “impresos”, etc., un “lavado de cerebros”; luego, con toda holgura pudieron inyectar, en pequeñas dosis la “cosmovisión marxista”, y especialmente el concepto marxista del cristianismo.
Ese proceso de buscar el desarraigo de la fe del Occidente cristiano que había despegado en el Renacimiento, comenzó a corroer con virulencia a partir del siglo XVIII. La Ilustración, difundida por los enciclopedistas franceses, haciéndose del poder político extendió su influjo durante el siglo XIX mediante el liberalismo. Proceso de descristianización que se manifestó de manera elocuente y descarada en el siglo XX.
Hace muchas décadas que falsos teólogos vienen esparciendo pseudo teologías, alentando con éstas, el disenso, la división y finalmente la apostasía: L. Feuerbach, que “redujo la teología a antropología, exaltando al hombre y eliminando el concepto de Dios, de donde proviene el llamado cristianismo horizontal”. Lo siguió D. Bonhoeffer “con su concepto de hombre adulto, mayor de edad, que no tiene ya necesidad de Dios, ni de Cristo, hombre para los demás”. A estos “teólogos” los siguieron H. Coz y T. Robinson que completaron el disenso doctrinal “enseñando la teología radical de la muerte de Dios”. Otros como W. Hamilton, Th. Altizar y D. Sölle afirmaron que “Dios está verdaderamente muerto en la conciencia del hombre de nuestro tiempo y que hoy ser cristiano significa existir solamente para los demás”, doctrinas francamente heréticas que se esparcieron en miles de púlpitos, seminarios y universidades, provocando confusión y graves daños a la Iglesia con el consecuente alejamiento de la práctica religiosa.
El ataque se concentró en la familia “la iglesia doméstica”: hoy en día los padres de familia intentan ser “buenos padres” más preocupados en enseñar a su prole sobre la mejor manera de ganar dinero y de esforzarse por lograr éxito social, en otras palabras los niños aprenden hoy desde la intimidad de sus hogares a poner todo su empeño en una corona terrenal en lugar de una imperecedera. Qué tragedia para la Iglesia, y para el mundo, que sean los hijos, los hijos de los apóstatas, los que paguen con su infelicidad y falta de rumbo, la apostasía silenciosa denunciada ya por el beato Juan Pablo Magno.
Y ocurre el fenómeno de que, mientras los progenitores más atención pongan en el confort de su prole, ellos más llegarán a despreciarlos por su descuido y falta de comprensión, en su oculto anhelo de la virtud. No era así, precisamente en la época de las Catacumbas, ahí está la lista de niños santos y adolescentes santos, aunque como afirmó San Pío X- la Iglesia nunca fue de catacumba, ni aún en el período de las persecuciones, los primeros cristianos siempre tuvieron conciencia de su obligación de vivir su fe, sean cuales fueren los riesgos personales.
Cada vez con más intensidad y saña, en muchos países, nuestros hermanos cristianos se encuentran frente a este dilema: apostasía o martirio. La Iglesia de las catacumbas ha vuelto a convertirse en realidad hasta hace poco en la URSS y países satélites, y hoy, en China o en muchos países islámicos, e incluso en países de antigua tradición cristiana.
“Las fuerzas anticristianas –escribía el cardenal Suenens- se han desencadenado en el mundo. Inspiran miedo, pero la fe nos repite lo que Eliseo a su servidor aterrado de la multitud que le perseguía: «Hay mucha más gente con nosotros que con ellos... Mira». Y el monte Carmelo se llenó de celestes caballeros. Es la imagen de esa Comunión de los Santos que Cristo arrastra tras Sí. La fe desemboca en un mundo de fuerzas desconocidas y misteriosas que debe captar. Nos asegura que una prodigiosa fuente de energía espiritual late en el corazón de cada cristia¬no, que posee la misma vida de Cristo y el poder de su resurrección”.
Entonces, hay sólo dos posibilidades: o ser apóstol o ser apóstata, no caben términos medios.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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