Lunes 05 de septiembre de 2011
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Editorial y opiniones
Reactívese el ferrocarril hacia Antofagasta, y la vindicta nacional
05 sep 2011
Por: Henry Ríos Alborta
No ha pasado mucho tiempo desde que el Gobierno “plurinacional” –o ambiguo− lanzara al mundo sus pretensiones reivindicacionistas, según decían, respecto del Mar. Analizando el problema desde una perspectiva clara y no ya prejuiciosa, a la fecha, tal pretensión, se ha desvanecido. “Lo que da importancia a una teoría es su necesidad para la vida”, decía, no sin razón, Spengler. En efecto, lo importante, lo valedero, lo único real de una teoría, de una doctrina, de una posición, es su consecuencia con la vida misma. Nietzsche, según Mariátegui, “vaciaba su sangre en sus ideas”. La expresión es honda, precisa.
La idea, concebida no como mera abstracción, como puro “pensamiento”, que lo puede tener cualquiera; eso no es lo que vale, sino su “necesidad para la vida”. El pensamiento, la idea, pues, como “símbolo” de la morfología espiritual del Ser.
Simplemente la cuestión del Pacífico, “se la ha olvidado”. Dispersa por varios lados y sin apuntar decididamente a ninguno, la organización del Estado no contribuye a la gran vindicta nacional. Se ha pregonado, se ha gastado peculio, pero de manera harto fútil en la pretendida “reivindicación”. No los litigios judiciales internacionales, no los abogados, no la mezquindad intelectual y de manera especial, espiritual, van a devolvernos a la vecindad del mundo. Antes bien, el espíritu nacional, el sentido de la historia. Occidente, y de manera particular, Alemania, ha dado forma a una cultura, a una concepción de universo, por ende, a una política; Oswald Spengler la llama, con motivos precisamente fundados, “alma fáustica”, que despunta hacia el siglo X, y halla su representación en la concepción del espacio puro, sin límites; en el arte de la fuga; en la dinámica de Galileo, en la dogmática católico-protestante; en las grandes dinastías de la época barroca, con su política de gabinete, “en el sino del rey Lear y el ideal de la madonna, desde la Beatriz de Dante hasta el final del segundo Fausto”. En oposición a ella está el “alma apolínea”, correspondiente a la cultura antigua, helena; cuyo símbolo es la estatua del hombre desnudo. Y cita, aún, al “alma mágica”, cuyo cuerpo es la cultura árabe, que despierta en la época de Augusto y cuyos símbolos son, para citar algunos, el álgebra, la astrología o la alquimia.