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Domingo 04 de septiembre de 2011

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Cultural El Duende

Juan Siles Guevara

04 sep 2011

Fuente: LA PATRIA

Juan Siles Guevara. Oruro, 1937 - 1995. Perteneciente a la primera generación de historiadores con formación académica. Su producción se sitúa en los campos de la poesía, la biografía y la historia; en los dos últimos destacó por el rigor de su investigación, convirtiéndose en reconocido especialista sobre Moreno, sobre archivística e historia diplomática. Partícipe del cenáculo literario Prisma y, vinculado a Juan Quirós fue asiduo colaborador de Presencia literaria desde 1965 hasta 1992. Su producción poética se reúne en los siguientes títulos: Camino a la ausencia (1968), Réquiem (1974) y Elegías para el olvido (1976). Poeta reticente, en sus versos expresa un mundo polivalente, en el que transita desde el desasosiego hasta la contemplación.

Soledades I

Nada mío queda en tu orilla.

Cristal roto, agua desvanecida,

arena por siempre ida.

Rara rosa abandonada sin fragancia,

higuera estéril, fuente seca,

pero nube eternamente anclada en tu cielo.

Inevitable

Inevitable,

como el curso de los astros, mi destino me llevó a ti.

Los verdes caracoles marinos me precedieron,

mientras las raras flores abrieron sus corolas malditas,

las estrellas palidecieron frente a las lluvias rojas,

y los vientos arenosos borraron los abrazos furtivos.

Los soles contemplaron el nacimiento

de los mitos dorados,

después el hidromiel llenó los vasos obscuros.

Las higueras sólo dieron frutos verdes,

aunque los naranjos continuaron llenos de azahares.

La cigarra cantaba junto a la charca,

mientras la hormiga trabajaba desde el fondo.

Entonces surgiste tú. Venías de la tierra verde.

El polvo del camino no te tocaba.

Los soles blanquearon, las nubes te sonrieron,

y las estrellas cantaron rondas.

Te envidió el agua clara,

mientras las rosas te ofrecieron sus perfumes.

Yo, humilde brizna verde, te esperé a la vera del camino,

pues inevitable,

como el curso de los astros, mi destino me llevó a ti.

Melancolía

Rosa té, marfil antiguo de China,

retraída, como la araña en su esquina,

no la conmovió el ruiseñor de refinado violín,

ni el canario amarillo de flauta febril.

Se seca lentamente entre resplandores

de un amor que le dio alegrías y dolores

La caña rota

Nacida junto al agua clara,

entre un parpadear de estrellas,

pequeñita quiso elevarse al cielo,

para hacer danzar a los ángeles buenos.

¡Ay! Que vino el rudo labrador,

él la cortó para componer cantos a la Luna,

¡y la caña a la Luna enamoró!

Después, el zagal tras su amada corrió,

y a la pobre caña en el fango pisoteó.

Hoy, la caña rota no puede entonar sus coplas

y el torpe labrador en vano la toca,

quiere correr tras la luna, que esquiva y burlona,

sonríe a otros mozuelos que le cantan entre los zarzales,

mientras las estrellas bailan odas triunfales.

Ausencia

Si tus soles se ocultan para siempre,

las palomas morirán sin primaveras,

las nieves quemarán las rosas rojas,

y mi corazón se hundirá en aguas negras.

Soledades

III

Tú inmóvil

en la región más transparente del aire,

junto al batallón de los resplandecientes

custodios de la belleza blanca y amarilla del Ande.

Nada te turba.

Ya no sueñas en mis versos tristes

en las esmeraldas negras de tus ojos.

Sueñas con el ruiseñor, el marfil,

la rosa, el té verde y el jazmín,

y la luna pálida que te embrujará mañana.

No sabes que cruzaré los mares

y que a la vuelta de los soles

estaré siempre contigo, como el aire.

IX

Ya nada me ata.

Ni el olor ni el dolor de mi pueblo en fiesta,

ni su clamor bajo la piedra de luto.

Ni la transparencia del aire,

ni el llanto o risa de sus montañas.

Todo es sólo un telón inmóvil,

mientras yo, muñeco corroído, ya no creo

ni en el toque mágico de tu presencia.

Dolor

Con el silencio de las celestes esferas,

o con el de los desiertos de piedra,

o el que sigue a las rojas masacres,

o el de la madre que ha dormido a su niño,

mi corazón enfermo te espera.

Paroxismo

Piafar de corceles grises en estampida,

crepitar de volcanes enrojecidos,

montañas y valles que palpitan,

mares verdes que revientan,

azules galaxias que danzan enloquecidas.

Después, luz blanca, sin luces ni sombras,

y surge la aurora de la primera vida.

Sin perdón

Tú no perdonaste.

Mis ojos se confundieron con el negror de la noche,

mis claras aguas se secaron.

Dejaron de alumbrar el sol y las estrellas,

desparecieron las nubes blancas.

Los trigales yacen entre el polvo del camino.

Tú, no perdonaste.

Conclusión

Mi amor por ti no tiene sentido.

Interrogo a los meandros del tiempo

y a los laberintos de la memoria,

si acaso lo tienen el nacimiento de una flor,

la agonía del Tiranus Rex o la muerte de una estrella,

y en los laberintos y meandros,

sólo encuentro los sutiles hilos de Ariadna.

Fuente: LA PATRIA
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