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Domingo 04 de septiembre de 2011

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Cultural El Duende

Masha

04 sep 2011

Fuente: LA PATRIA

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Muchos años atrás, cuando vivía en Petersburgo, cada vez que solía tomar un simón, me ponía a hablar con el cochero.

En particular me gustaba charlar con cocheros nocturnos, pobres campesinos que de las afueras llegaban a la capital en un lamentable trineo pintado de ocre y tirado por un rocín de mala muerte con la esperanza de ganarse el sustento y reunir el tributo para pagar a su terrateniente.

Cierta vez, pues, tomé un vehículo de esos… El joven tendría unos veinte años, era de una gran estatura, de buen porte, un muchachón guapo; tenía ojos azul celestes, mejillas sonrosadas, el pelo de color castaño claro ensortijado debajo de una gorrita llena de remiendos encasquetada hasta las cejas mismas. Era de asombrarse cómo había cabido sus espaldas de gigante en el andrajoso abrigucho que vestía.

Sin embargo, el bello rostro imberbe del cochero parecía triste y sombrío. Entablé conversación con él. En su voz se oía una pena.

–¿Qué pasa, hermano? –le pregunté–. ¿Por qué estás triste? ¿Te aqueja algún pesar?

El mozo no contestó enseguida.

–Sí, señor, me aqueja –manifestó por fin–. Y tal pesar, que peor no lo quisiera. Se me ha muerto la mujer.

–¿La amabas… a tu mujer?

El joven no se volvió, sólo bajó más la cabeza.

–La quería, señor. Han pasado ya ocho meses…, y no puedo olvidarla. Me carcome al corazón… ¡Y no es para menos! ¿Por qué había de morir? Era joven, estaba sana… La cólera acabó con ella en un día.

–¿Y era buena?

–¡Ay, señor! –suspiró el pobre gravemente–. ¡Las buenas migas que hacíamos con ella! Se murió estando yo ausente. Cuando me enteré aquí de que a ella ya la habían enterrado, en seguida me di prisa para llegar a la aldea, a casa. Llegué, y ya era pasada la medianoche. Entré en mi isba, me paré en medio y dije así, bajito: ¡Masha! ¡Eh Masha! Sólo el grillo cantaba. Rompí a llorar ahí mismito, me senté en el piso de la isba y con la palma de la mano di un golpe en el suelo. Insaciables son tus entrañas, dije… Te la has tragado… ¡Trágame también a mí! ¡Ay, Masha!

–¡Masha! –añadió de repente con voz débil. Y, sin soltar las riendas de cuerda, se enjugó con la manopla una lágrima, la sacudió, arrojándola a un lado, se encogió de hombros y no volvió a pronunciar palabra.

Bajando del trineo, le di quince kopeks demás. Se inclinó ante mí profundamente, sosteniendo el gorro con ambas manos, y salió andando despacito por el mantel nevado de la calle desierta, anegada de niebla gris y de helor de enero.

Abril de 1878.

Iván Turguénev. Orel, Rusia 1818 – París, Francia 1883. Escritor, novelista

y dramaturgo.

Fuente: LA PATRIA
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