Esta mañana recibí una llamada de mi transportadora oficial quien me comunicó muy pesarosa que no podía venir hasta mi domicilio en mi motocicleta Harley Davidson por estar prohibido el tráfico de vehículos por celebrarse el Día del Peatón con el loable fin de evitar por unas horas la emisión de los gases tóxicos que emiten los vehículos motorizados.
La idea de verme privado de contar con la ayuda y compañía de mi eficiente comadre me puso de muy mal humor y tuve que decirle agriamente a mi pariente espiritual: “Me importa un rábano que hoy sea el día del Peatón y de la Peatona porque hoy debemos ir a la Misa, al Mercado Rodríguez y luego invitarla a almorzar al restaurante “Mank’a siñañi”, motivos que requieren inexcusablemente de tu presencia a mi lado, así que venga inmediatamente a mi casa montada en un burro o en una bicicleta. Ella legó montada en una vaca y así pudimos conversar acerca de la triste suerte de los peatones en una ciudad como La Paz donde trescientos de los 365 días del año tenemos que soportar marchas y manifestaciones sin que el Alcalde hubiera movido un solo dedo para defendernos a los peatones y peatonas.
¡Y ahora el Alcalde insta a celebrar nuestro día!
Mi comadre cochabambina se unió a mi protesta y lanzó su noble rugido junto a mi débil voz para decirme: “No me gusta ni el nombre que nos dan porque los vocablos de peatón y peatona me suenan mal y me huelen peor porque sugieren que podríamos ser personas cochinas y poco respetuosas, lo cual es verdad, aunque tuve que explicarle que en los países de habla sajona nos designan a los peatones con otro vocablo que tampoco nos gusta porque allí nos llaman “pedestrians” lo cual tenemos que soportar calladamente.
También caímos en cuenta de que los peatones de La Paz y algunas ciudades interesamos muy poco a nuestras autoridades municipales pues éstas no vacilan en aumentar cada día los anaqueles en las aceras que están destinadas al paso de la gente de a pie y no a los comerciantes llamados gremialistas que ocupan las veredas vendiendo toda clase de productos, aunque para ello proporcionan a los Municipios ingresos regulares y también apoyo político a las autoridades superiores.
Mi comadre peatona me dijo que habría mucho que hablar sobre este tema y me ofreció su bicicleta para llevarme a pasear, gentileza que rechacé por estar acostumbrado a mi motocicleta cuyo funcionamiento se hallaba prohibido.
Salimos a pasear por la ciudad hasta que apareció un vivillo conduciendo su radio-taxi con una autorización municipal que decía que el mencionado vehículo podía circular libremente pues se hallaba al servicio del señor Paulino Huanca, Periodista que debía cumplir importantes obligaciones al servicio del periódico y la sociedad.
De esa manera pudimos llegar a cumplir varias obligaciones dominicales. Es que el mundo es de los vivillos y no de los peatones.
PAULOVICH
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