-Cosi è, se vi pare. Luigi Pirandello
• Por: Roberto Jiménez Espinal
Dicen que cuando experimentamos frecuentemente un mismo evento, nos acostumbramos tanto a éste que terminamos volviéndonos indolentes frente a él. La corrupción, la pobreza, el cinismo, la discriminación, son ejemplos de esta supuesta indolencia. No obstante, aquello que aún nos impacta de cuando en cuando es el grado – cada vez más radical - al cual éstos pueden llegar, tanto que es frecuente oír decir “Bueno, está bien que roben, pero al menos que también trabajen”. En los últimos días (bien, no solamente en los últimos), nos hemos percatado de algunos ejemplos que corroboran esta conducta, que nos dejan la sensación de que en círculos de gobierno no valen la ética, la moral ni otro argumento sino sólo la consigna y la alineación ciega al proceso y que, por tanto, nos encontramos en una sociedad de ciudadanos de primera y de súbditos de segunda, de acuerdo a nuestra posición.
Así, por citar un par de ejemplos, cuando se saca a la luz pública un delito, siempre hay dos partes. En un soborno está aquel quien recibe el soborno, pero también está quien se lo da. No para el Gobierno: En el caso video-soborno, acaba de imputarse a Villa Vargas (El Viejo), pero no a Carlos Núñez del Prado ni tampoco a Edson Alí Espinoza, funcionarios del gobierno en ese entonces. Los aludidos alegarán que nunca se probó imputación en su contra, pero es bien sabido que la chicanería (i) legal puede más que mil argumentos probados moralmente. O pregunten a Chito Valle.
De la misma forma, al hablar de comportamiento reñido contra la moral (pues delito aparentemente no existe) se denigra al diputado Nuni, por haber bebido unas copas en casa, pero no al senador Fidel Surco, quien cometió un delito (chocar conduciendo a otro automóvil) en este estado. Se denigra también a los indígenas participantes en la marcha del Tipnis (sobre todo a las mujeres yuracares, como si fuesen fácilmente “conquistables” por los Don Juanes cocaleros, para acceder así a la construcción de la dichosa carretera), mientras se aplauden las recurrentes marchas de los “hermanos colonizadores”. Esto recuerda alguna frase del finado dictador Bánzer, quien consideraba que la lealtad es preferible al mérito y a la capacidad.
Así también, se condena a la prensa por meter sus narices en temas privados (caso de la esposa abandonada por Surco), cuando al mismo tiempo los medios oficialistas invaden la privacidad, sea de casa propia, sea de extractos telefónicos. El presidente atiende en persona a los vecinos de El Alto y Potosí, pero se niega a hablar con los indígenas del Isiboro Sécure. Se dice que no existe la combinación aérea, cuando el avión presidencial aterriza cada fin de semana en el trópico de Cochabamba. Los círculos oficiales se llenan la boca de frases contra la discriminación, cuando el lenguaje que utilizan día a día es cuando menos ofensivo, lleno de odio, resentimiento, calumnia, ofuscación al final, no contra el blancoide o el indígena, sino contra el que piensa diferente, acusándolo de forma maniquea de “enemigo del proceso”.
Quienes no creemos que la realidad sea tan simple como decir que estar a favor signifique ser patriota o estar en contra sea conspirar, nos preguntamos ¿En dónde se perdió el proceso?, ¿Dónde quedó la objetividad?. Reivindiquemos nuestro derecho a opinar - que es la herencia más importante que aquellos que lucharon por esta democracia -, luchemos por el derecho a disentir y a no ser blanco de infames ataques por aquello, y sobre todo, luchemos por sostener que el pensar diferente al final enriquece cualquier proceso.
(*) Economista. (ro_jimenez@hotmail.com)
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