Una mordaz nota digital del periodista chaqueño Esteban Farfán, difamado por un maestro de escuela por haber escrito, en torno al polémico cambio de hora, “huso” con hache, me hace esperar que el ortógrafo de marras no me condene a mí también a repetir la Primaria por el título de esta columna.
En efecto, “husos y costumbres” no se refiere al derecho de los pueblos indígenas de decidir como lo hacen ancestralmente, derecho aparentemente reconocido por la vigente Constitución Política del Estado. Digo “aparentemente” porque, en el marco de las muchas ambigüedades de ese texto, algunos entendimos que “según sus usos (sin hache) y costumbres” tenía el significado anterior, cuando en la práctica “sus” se refiere a los de los gobernantes, los cuales deciden, a su regalado gusto, cuáles derechos indígenas se aplican y cuándo. Es el caso de la famosa “consulta a los pueblos indígenas”, la cual, cuando en el lejano 2005 se discutía la Ley de Hidrocarburos, debía ser, según el MAS, obligatoria y vinculante; pero, una vez en el poder, se vuelve sólo “referencial”, de modo que la carretera del Tipnis “se hace sí o sí”, con o sin consulta. Y, peor aún, tal vez con el fin de obedecerle, se “escucha” al pueblo, “según los usos y costumbres” de algunos personajes, otrora respetables, pero que hoy parecen haber vendido sus almas y su capital ético al Poder.
En realidad, el título de la columna se refiere a la (temporalmente abortada) medida de modificar el huso (¡con hache, señor maestro!) horario en Bolivia con el fin de maquillar la nefasta política energética y las chambonadas de los nacionalizadores de la termoeléctrica Guaracachi.
Ya se intentó cambiar el huso horario en Bolivia, aunque la propuesta actual no parece tan absurda como la de hace 13 años, cuando se quiso atrasar los relojes en invierno con el fin de salir más tarde de la casa y enfermarse menos por la mañana (sin preguntarse qué pasaría en la noche). Ahora la propuesta es técnicamente correcta (adelantar el reloj en verano), pero prácticamente inconveniente.
La única modesta ventaja, el ahorro de un 2% de la demanda de energía eléctrica, según cálculos oficiales, no compensa los inconvenientes: Desde la costosa campaña informativa para que la población entienda el cambio y lo aplique correctamente; pasando por el cambio de horarios del transporte, de los sistemas informáticos de bancos y empresas, de programas de televisión (nadie estará en casa a los 20:00, con luz solar, para ver los noticieros); hasta la confusión que llevará al campo, donde las actividades se rigen por el sol y no por el reloj y – último, más no menos importante-, la inutilización de las publicaciones de la Campaña de la RUV que recomienda evitar exponerse al sol entre las 10 y las 15, un mensaje que desde hace 15 años ha empezado a calar hondamente en las costumbres de la gente.
En fin, no todo cambio es bueno: El cambio climático es un ejemplo, el de la hora en un país tropical, como es Bolivia, es otro. Que yo sepa, ningún país tropical aplica el cambio de hora; sin embargo, debido al “complejo de Adán” que sufre el actual Gobierno, tal vez estemos en puerta de una enésima “nacionalización” frustrada y frustrante: La del huso horario.
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