Lo que siempre sucede en periodos de crisis no debe mantenerse como una forma irresponsable de dejar venir y dejar pasar las circunstancias que alteran nuestra economía. Por lo menos ahora la idea debe ser adoptar previsiones para contrarrestar los efectos negativos de la ola financiera norteamericana que altera las economías de países en desarrollo.
Ya sucedió otras ocasiones en que las consecuencias de alteraciones en el orden mundial y especialmente en las potencias financieras, además de crear pánico y alteraciones entre los grandes financistas, generan efectos calificados como “secundarios” en países dependientes de aquellas grandes operaciones que con su impacto se convierten en “primarias” para el sostenimiento de las economías subdesarrolladas, como la de varios países latinoamericanos.
La economía mundial ocasiona serios problemas en naciones grandes y chicas cuando los vaivenes de la economía mundial esparcen sus efectos de diferente modo, pero con más o menos daños en cada caso, de acuerdo a los soportes estratégicos que cada país pueda crear en tiempos de bonanza generando los recursos suficientes para enfrentar crisis coyunturales.
Es un hecho insoslayable el que se mantengan ligazones entre las grandes economías y las dependientes, unos comprando lo que necesitan los otros, como el caso nuestro, vendiendo materias primas en los precios que fijan los mayoristas, además de estar sujetos a los movimientos que puedan producirse en ese “oleaje” de competitividad que manejan a su antojo los grandes capitalistas.
Como país exportador de materias primas el nuestro siente los efectos de fuertes aumentos o de abruptas caídas en los precios de las materias primas, especialmente el caso de los hidrocarburos y de los minerales, que alteran muy seriamente los flujos financieros internos paralizando en algunos casos los proyectos de producción dirigidos al uso racional de los recursos naturales, pues sin inversiones resulta difícil encarar proyectos de envergadura.
Hay más de una limitación directa y específica en el caso de alteraciones en el orden financiero nacional cuando se “alborotan” las economías superiores, por ejemplo cuando disminuye la demanda externa de nuestras materias primas y cuando sus precios se desploman en los mercados externos; por otra parte también bajan los ingresos al país cuando se achican las remesas que envían los bolivianos que residen en el exterior y que allí donde residen sienten el efecto de la desaceleración económica que obliga a recortes financieros.
Frente a esos hechos, que innegablemente nos afectan, es necesario que se definan estrategias inmediatas para paliar la crisis garantizando fondos en custodia, pero que estén percibiendo utilidades, y que cuando se los necesite puedan ser utilizados para incentivar la productividad nacional en el momento preciso de compensar las caídas coyunturales de precios internacionales.
Hay que generar políticas económicas estratégicas para que los efectos de los grandes remezones no causen daños irreparables en nuestra economía que aún con “macro finanzas” numéricas es vulnerable por las condiciones de una abierta dependencia externa.
Fuente: LA PATRIA
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