La festividad del 6 de agosto, Día de la Patria, sirvió para que el Presidente reconozca, en actitud plausible, “debilidades de su gobierno”: “narcotráfico, contrabando, corrupción, dificultades en la gestión pública e inseguridad ciudadana”. Cinco falencias que merecerán, con seguridad, cambio de conductas.
Mucho de lo expresado pudo tener solución; pero, la inexperiencia, los intereses partidarios, los compromisos y un “dejarse estar” al calor de áulicos y malos asesores, comprometieron las buenas intenciones de quien no pudo cambiar al calor de sus propuestas de cambio.
El Estado ha sido para el Gobierno una especie de “tubo de ensayo” para ver “qué resulta” de lo poco que se hizo y de la nada que se ignoró o se pudo hacer; parecería que en enero de 2006 empezamos la vida del país y los yerros se hicieron mayores hasta culminar en fracasos.
¿Cuánto tuvo que ocurrir para que hoy se reconozca las debilidades de lo que pudieron ser aciertos? Mucho tiempo y posibilidades. Mucho retroceso y la aplicación de políticas malsanas del “dejar hacer y dejar pasar” que hoy, finalmente, despiertan reconocimientos que bien no serían tardíos siempre que se empiece con la labor y misión del cambio.
En más de cinco años, el Primer Mandatario pudo comprobar que no puede ser difícil – menos imposible – combatir efectivamente al narcotráfico, a la corrupción, al contrabando, a la ineficacia en la gestión pública e imponer las bases y procedimientos para conseguir seguridad ciudadana. Todo era cuestión de aplicar las buenas intenciones que seguramente eran parte de sus programas, de su voluntad de cambio, de ansias contenidas de no imitar conductas y yerros de otros regímenes; pero, más pudo la soberbia y la dejadez; el esperar “hasta qué punto era posible imponer un sistema socialista ya fracasado en el mundo”.
Hoy, las circunstancias, las consecuencias sufridas, las experiencias y las propias reacciones sociales obligan al cambio, a hacer lo que no se hizo. De no darse los pasos pertinentes, todo reconocimiento honesto de las falencias no servirá de nada. Es tiempo de cumplir los desafíos auto-impuestos seguramente con la finalidad de cambios.
Muchas veces, en expresiones del Presidente, se escucha: “Con humildad les digo…” Tal vez, los éxitos que se busca con el reconocimiento de las debilidades y la vocación de cambio, radiquen en que la práctica de la virtud de la humildad puede ser el encuentro y aplicación de valores porque la experiencia muestra que la soberbia sólo conflictúa al ser humano y lo ciega para encontrar los caminos correctos.
El país, consciente y honestamente, espera actitudes positivas de la conducta presidencial; espera no tener más decepciones ni frustraciones porque habrá que entender que la demagogia y el populismo habrán pasado a la historia y hoy, como siempre debió ser, importe más el país que “el partido”.
Lo que venga será fruto de lo que se haga. Los resultados, a corto y mediano plazo, deben ser realidad en el menor tiempo; no corresponde abandonar la batalla cuando se la ha iniciado y cuando hay vocación por ganar la guerra contra los males reconocidos.
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