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Domingo 28 de agosto de 2011

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Revista Dominical

Microcuentos mineros

28 ago 2011

Fuente: LA PATRIA

Por: Víctor Montoya - Escritor boliviano, reside en Estocolmo

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LA PICARDÍA DEL TÍO

El viernes de Carnaval, cuando todos podían entrar al interior de la mina, incluso las esposas y las guaguas de los mineros, entró en la galería del Tío una mujer que no podía tener hijos.

La mujer, hermosa de cara y de cuerpo, se hincó ante el Tío. Le ofreció una botella de alcohol y una ch’uspa de coca. Le encendió dos velas y le dijo:

– Tiíto, quiero que conviertas a mi marido en un toro, para que así se acabe el infierno en que me hace vivir este maldito pueblo, donde una mujer casada y sin hijos está vista como una perra sin dueño.

El Tío, nada acostumbrado a este tipo de solicitudes, esbozó una sonrisa pícara y pensó que para una mujer joven debía ser más fácil acostarse sobre un lecho de víboras y cobijarse bajo un manto de fuego, que convivir con un impotente que no podía cumplir con su deber de macho.

– ¿Así que quieres un marido convertido en toro? —le preguntó el Tío, bañándola con su mirada de diablo.

– Sí, Tiíto –respondió la mujer.

– Está bien. Haré lo que me pides, pero primero desvístete.

– ¿Y para qué, pues? –preguntó ella.

– Para comenzar por los cuernos del toro –contestó el Tío.

¿POR QUÉ EL DIABLO SE LLAMÓ TÍO?

Los hombres más viejos de la mina cuentan que el diablo salta por el ojo de la cerradura y se mete en el cuarto oscuro de las mujeres. Las seduce con sus poderes sobrenaturales y las penetra sin que ellas lo noten, pues este personaje feroz, temido y respetado por los mineros, tiene la facultad de transformarse en tierra, aire, agua y fuego.

Así es como un día, bailando como Lucifer en el Carnaval, dejó embarazada a una chola de buen parecer, a quien los hombres la tenían por mujer digna y prodigiosa, porque se levantaba con el canto de los gallos y se acostaba apenas sus energías se perdían con la noche.

Cuando nació el hijo del diablo, la cola de sierpe, las extremidades contrahechas, las orejas puntiagudas y el cuerpo escamoso, causó espanto entre los vecinos que, al verlo tendido sobre el aguayo, lo confundieron con una iguana.

El cura del pueblo, al saber que el niño no era el hijo de Dios sino del diablo, decidió quemarlo vivo junto a su madre, quien, según los sermones del cura, merecía el castigo de arder en la hoguera por haber copulado con el demonio. La gente acudió a la procesión como cuando acudía a la iglesia. Madre e hijo fueron conducidos a la plaza principal, ubicada en lo alto de una loma. Allí los desnudaron y ataron de pies y manos en un poste. El cura exhortó a la calma, leyó la sentencia y, enseñando un crucifijo de plata, impartió órdenes de encender el fuego. Madre e hijo ardieron como antorchas en la hoguera. Al menguar las llamas, los hombres molieron los cuerpos carbonizados en el batán y las mujeres esparcieron las cenizas en dirección al viento.

Esa misma noche, el diablo salió de sus dominios echando lumbres por los ojos y babas por la boca. Arrojó su manto hecho de fuego y se vengó del pueblo. Desvió el curso de los ríos, hizo desaparecer los filones de estaño y desató una tormenta que, en poco tiempo y con la violencia más grande que imaginarse pueda, arrasó con la iglesia y dejó las casas reducidas a escombros. Los techos volaron por los aires y los árboles fueron arrancados de cuajo. Las aguas se vaciaron en torrentes y el cielo se iluminó de relámpagos.

Los pobladores, envueltos en una ola de pánico y confusión, huyeron hacia las galerías de la mina, donde rogaron a Dios que les devolviera la calma y suplicaron perdón al diablo, quien, látigo en mano y furia en la mirada, decidió llamarse Tío y hacerse dueño de las minas y los minerales.

Desde ese día, en que todo volvió a ser como antes, los mineros le temen y le rinden pleitesía, ofreciéndole hojas de coca, k’uyunas y botellas de aguardiente.

LA FURIA DEL TÍO

El Tío es un ser misterioso, tan misterioso que en la noche mágica de San Juan, mientras el frío revienta las piedras y el viento silba en los penachos de la paja brava, emerge de la montaña en un estallido de humo y fuego. Lanza un bramido infernal en la bocamina y libera la furia contenida durante años de encierro.

En la noche tendida como un gato negro, el Tío ronda por el campamento minero en busca de un amor perdido. Recorre por los ríos y los cerros desnudando a los borrachos desprevenidos, y se pasea por las plazas y las calles haciendo diabluras con las cholas del pueblo.

Al rayar el alba, ni bien se oye el quiquiriquí de un gallo blanco y el lejano tañido de una campana solitaria, el Tío se envuelve en su manto de humo y fuego, y como Drácula, después de beber la sangre de los mineros, como ellos beben la chicha en las tutumas de la desgracia, retorna a las tenebrosas profundidades de su reino.

LA CHOLA

Cuentan que el Tío, en uno de sus arrebatos de lujuria, se hizo el pendejo. Se despojó de su traje de Lucifer y se disfrazó de chola para seducir a los mineros que, sin resistir a la tentación de sus encantos, cayeron como mosquitas en el almíbar de su cuerpo.

TRAGEDIA

El mismo día en que el minero se perdió como tragado por la oscuridad, se escuchó una voz lastimera emergiendo de las entrañas de la tierra.

Sus compañeros de cuadrilla, sin resignarse a darlo por desaparecido, rastrearon la mina palmo a palmo, hasta que lo encontraron desnudo en una galería abandonada, los ojos desorbitados y el cuerpo destrozado como por las garras de una fiera salvaje.

No muy lejos de allí, y antes de que la tragedia se supiera en el pueblo, la madre del minero despertó sollozando: soñó con el Tío de la mina, y en el sueño vio que su hijo se despedía de ella, alejándose en el vagón conducido por la muerte.

EL MONSTRUO DE LA MINA

En el paraje más profundo y alejado de la mina, donde se detuvo el tiempo en un tiempo sin tiempo, habita un monstruo de dos cabezas, cuatro piernas y cuatro brazos.

Los mineros que lo vieron de lejos, entre la pálida luz de las lámparas y las cortinas de la oscuridad impenetrable, cuentan que el monstruo se alimenta con el cadáver de quienes perdieron la vida en los buzones de la galería.

Dicen también que el monstruo, de cuernos retorcidos y ojos rutilantes, llora como un niño abandonado y da vueltas sobre sí mismo, mordiéndose la cola que a veces restalla como un látigo de fuego.

Los mineros, conocedores de los secretos escondidos en el seno de la montaña, aseveran que el monstruo es la criatura que el Tío tuvo con una chola, a quien le quitó el honor y la embarazó en un solo acto de amor.

El monstruo de la mina, hijo legítimo del Tío y heredero único de las riquezas minerales, se les aparece sólo a los mineros que pierden la razón de tanto haber pijchado y bebido.

CON EL TÍO

A solas con el Tío, sentados frente a frente ante una mesa llena de dados y botellas, me propuso jugar una partida de cacho.

– No quiero –rechacé–. “Juego de manos es de villanos”.

– ¿Y por qué viniste entonces? –preguntó el Tío.

– Porque quiero que me devuelvas el alma que me has robado...

El Tío hizo chispear los ojos y los dientes, se alisó la barbilla y soltó una sonora carcajada.

En eso, a mis espaldas, escuché que alguien se acercó a la puerta y la aseguró por fuera.

– Nos han encerrado a los dos –le dije.

– No es cierto –replicó el Tío y apareció al otro lado de la puerta.

EL ROMPE HUELGA

Se levantó con la sirena del sindicato, vistió su ropa de minero, ganó la calle y avanzó contra las ráfagas del viento.

Los huelguistas, reunidos en La Plaza del Minero, al verlo pasar rumbo a la bocamina, lo acosaron de cerca, muy de cerca, gritándole al unísono:

– ¡Traidor!... ¡Traidor!... ¡Traidor!...

El rompe huelga sintió los gritos como puñales en el alma, pero prosiguió su camino hacia donde lo esperaba el Tío, con la furia encendida en la mirada y dispuesto a quitarle la vida.

EL TÍO EN EL CARNAVAL

Los mineros, akullikando coca y sorbiendo tragos de aguardiente, cuentan que el Tío, deidad del Bien y del Mal, baila en los carnavales con su traje de Lucifer, desafiando al arcángel San Miguel y enamorándose de las chinasupay con sus deseos ardientes como el infierno.

“¡Arrr! ¡Arrr! ¡Arrr!”, brama a los cuatro vientos, sin dejar de arrear con su capa de luces a los batracios y reptiles de su reino.

El Tío hace chasquear su látigo de vergajo y baila al compás de los músicos, mientras le implora a la Virgen del Socavón que no deje de proteger a los mineros, quienes le bailan también su diablada con fervor, conscientes de que no hay bien que por mal no venga.

¡TIROOO!...

Fermín, el único hijo de una viuda cuyo marido murió en la Guerra del Chaco, era el minero más joven de su cuadrilla. A diferencia de sus compañeros, quienes lo miraban con cierto recelo, conversaba a solas con el Tío. Nadie sabía lo que hablaban, pero todos presentían que un mal presagio lo acechaba en la mina.

Pasado el Carnaval, donde dejó de bailar en la fraternidad de los diablos, se lo vio más triste y meditabundo, hasta que un día, de jornada normal, poco antes de reventar la veta con una carga de dinamitas, alertó a sus compañeros: “¡Tirooo!... ¡Tirooo!... ¡Tirooo!...”.

Los mineros, alejándose del lugar, se refugiaron en una galería cercana.

El tiro sacudió la montaña, el paraje se llenó de polvo y de humo, y Fermín desapareció como por un soplo divino.

Sus compañeros lo buscaron por doquier, pero no encontraron más que la lámpara y el guardatojo entre los escombros de la explosión.

Todos especularon el motivo de su muerte, hasta que el Tío les reveló que Fermín decidió quitarse la vida por voluntad propia, a causa de una desilusión amorosa que no lo dejaba vivir en paz. Se ajustó los cartuchos de dinamita contra la roca, chispeó la pólvora de las guías y, tras pegar tres gritos: “¡Tirooo!... ¡Tirooo!... ¡Tirooo!”, dejó que la descarga explosiva lo dejara convertido en nada.

– ¡Qué pena, carajo! ¡Pobre Fermín! –lamentaron los mineros–. Era su primer día como lamero y el último día de su vida.

Glosario

- Akullicar: Mascar hojas de coca.

- Chinasupay: Diablesa. Deidad y esposa del Tío.

- Ch’uspa: Bolsa pequeña para llevar coca, cigarrillos y otros.

- K’uyuna: Cigarrillo con envoltura rústica.

- Lamero: Obrero encargado de reventar la roca con dinamita.

- Pijchar: Masticar hojas de coca.

- Tutuma: Calabaza usada como recipiente para beber.

- Tío: Deidad. Diablo y dios tutelar que habita en el interior de la mina. Los mineros le temen y le brindan ofrendas.

Del libro “Cuentos de la mina”, Editorial Kipus, Cochabamba, 2011.

Fuente: LA PATRIA
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