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Domingo 21 de agosto de 2011

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Cultural El Duende

Confesiones inconclusas de Juan de Dios

21 ago 2011

Fuente: LA PATRIA

Presentación de la novela de Manfredo Kempff

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En los días de los Sanfermines me puse a releer la descripción que hace de esas fiestas el genial Hemingway y mezclando lectura con nostalgias, me dije: cómo me gustaría (con unos años menos) correr una juerga parecida. Jugaba con esta idea y sonó el teléfono. Me comunicaban que Manfredo quería invitarme a presentar su último libro en el Círculo de la Unión… ¡Manfredo! me dije: ése es uno de los amigos con los que me gustaría revivir las aventuras de Pamplona… Manfredo es un bohemio de calibre, le gustan los platos fuertes, tiene un especial don de gentes y le gusta vivir a lo largo y a lo ancho. Es seductor, desenvuelto y desenfadado. En fin: una especie de Hemingway a mi alcance.

Volví de la Pamplona de mi imaginación al hoy paceño concreto. Como concreta era la invitación para presentar en esta sala “Las confesiones inconclusas de Juan de Dios”, última novela de Manfredo Kempff Suárez.

Al leer el libro, me encontré con varias vertientes. ¿Cómo empezar a analizarlo? El hilo conductor son las confesiones de un clérigo y los avatares de su vida que transcurre en un remoto convento.

Una de las vetas encontradas era la de la familia de Juan de Dios. (La buena novela es la que crea personajes que despiertan simpatías o antipatías e invitan a interesarse por el curso de sus vidas). El grupo familiar de Juan de Dios y su entorno, retratan muy bien a la sociedad paceña de la primera parte del siglo XX, describen el ambiente estrecho de una ciudad pequeña; la mentalidad del padre mandamás y juerguista, la madre sumisa y pechoña; los pleitos por patrimonios, los enlaces por conveniencia, la sociedad respingada que oculta y disimula los grandes y pequeños pecados. (Conocemos la especial habilidad de Manfredo para recuperar nostalgias costumbristas. Recordemos, por ejemplo, lo bien que rescata a la Santa Cruz de antaño con sus carretones, horcones y veredas altas en su “Luna de Locos” o en “Sandiablo”)

En Juan de Dios y sus confesiones, aparece, primero el muchacho idealista y tímido y su amor reprimido hacia Eva, amor de adolescente que no prospera por las barreras y estrecheces de la época. Pero la lucha está dada y Juan de Dios acaba cediendo a las tentaciones de la lujuria y queda atrapado en tórridas relaciones con una ardiente y seductora empleada doméstica.

La gravedad y el peso de su pecado lo llevan a buscar un futuro de purificación al servicio de Dios.

Y lo encontramos en un convento decadente y tenebroso situado en la campiña altiplánica, contrastado por el autor con la luminosidad del lago y la libertad campestre de los indígenas que lo rodean. Juan de Dios se ve rodeado por figuras enjutas de miradas torvas que encierran muchos misteriosos recovecos y maldades.

Hago un paréntesis para referirme a las similitudes que encontré entre el convento descrito por Manfredo y aquel monasterio del norte de Italia imaginado por Umberto Eco. (Son dos escenarios similares por ambiente, aislamiento y personajes) El Timoteo de Kempff y el Salvatore de Eco son igual de goyescos.

Volvamos al libro y a una nueva vertiente que es la constatación de la sordidez, la anomia y la hipocresía instalada, para mayor contraste, en un recinto que debería ser limpio. Se nos plantea mirar de frente, como está de moda, lo que antes se escondía y tapaba. Creo que es saludable abrir los rincones oscuros de la Iglesia, de la Patria, de la política… Son tiempos de desacralización y desmitificación, tiempos de mas franqueza.

Tiempos de ver sin miedo lo sucio que puede haber en los pliegues de una sotana o en el mandil de médico o en el escudo patrio. Tiempos de destapar y ventilar y así ayudar a preservar las instituciones en la pulcritud de sus esencias. Puede contribuir el estilo franco de Manfredo a habituarnos a un mundo sin rincones oscuros, de llanuras limpias, como las casas minimalistas donde no hay muebles para ocultar lo que no se quiere mostrar y que guardamos por si acaso.

Visten sotana, en esta novela, hombres tenebrosos y viciosos como Torcuato, como el confesor Cipriano, como el novicio Camilo, como el Padre Alberto con su visión cínica de todo lo que le rodea. En fin, predomina la maldad y la concupiscencia en ese decadente refugio de mediocres donde solo se encuentra techo y magra comida. Y en medio de los estragos de la lujuria, de la incontinencia y la doblez hay individuos como el Padre Blanco o el propio Juan de Dios que luchan por mantener sus lealtades y principios y plantarle cara a los demonios instalados en recinto construido para albergar santidad. Las maldades encajonadas en la estrechez de un convento decadente se hacen más abominables, resaltan con mayor crudeza.

Desliza el autor chispazos de humor como el de la escena en que el padre de Juan de Dios energúmeno por una discusión con el párroco refresca su cara y manos con agua de la pila bautismal y exclama: Qué agua más helada, aquí debería beber el demonio para apagar sus tripas ardientes. O esa otra en que el confesor, fuera de sí, al reprochar los amores ilícitos de Juan de Dios le dice: Hijo de Satán, al que vas a hacer abuelo…

Las confesiones que va escribiendo el protagonista se extienden por una vida muy larga y en sus páginas se van reflejando los cambios que se dan en la sociedad que lo rodea y en el mundo entero y que el autor aprovecha para hacernos algunas reflexiones. Se pregunta por ejemplo, cómo se escribirá la historia de estos tiempos de cibernética en que ya no se escriben cartas ni diarios manuscritos y todo se confía a la computadora. Ya no se encontraran papeles en anaqueles polvorientos, que siempre han sido tan útiles para ayudar a los historiadores a enriquecer el recuento de los hechos. O el contraste entre los mercados en que se toman los frutos, se los palpa, se discute el precio con la vendedora muchas veces sentada en los adoquines y los supermercados que se van imponiendo, con sus anaqueles impersonales y asépticos donde no existe el contacto humano tan grato entre compradoras y caseritas.

Es pues un libro de lectura ágil, que toca temas de sexo pasión y libertinaje de una manera cruda pero no crasa.

Bienvenida esta nueva contribución de un escritor nuestro muy a la altura de los maestros del realismo mágico latinoamericano.

Ramiro Jáuregui Álvarez. La Paz, 1940.

Con estudios de Filosofía, letras y lenguas.

Fuente: LA PATRIA
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