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Domingo 21 de agosto de 2011

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Cultural El Duende

Desde mi rincón:

Los ejércitos del Rey

21 ago 2011

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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Aunque pueda sorprender a más de uno, la ‘historia militar’ no ha gozado de mayor preferencia en la Historiografía hispanoamericana; y esto es doblemente cierto si lo restringimos al periodo colonial. Y si nos referimos al caso boliviano, nos encontramos con un ejemplo casi químicamente puro de la tendencia general. Nos llevamos otra sorpresa cuando descubrimos que en la historia del Imperio castellano de las Indias, la atención concedida a la defensa militar del continente fue, en conjunto, marginal; sin embargo, también es verdad que, con el tiempo, la experiencia obligó a la Monarquía a invertir en infraestructura y personal de guarnición de defensa en algunos pocos puntos del continente (Veracruz, S. Juan de Ulúa, La Habana, Cartagena, Portobelo, Panamá, Lima, Buenos Aires…). Con este telón de fondo, se entiende que en la etapa colonial final el peso de lo militar creciera: contribuyeron a ello dos factores sucesivos: primero, los levantamientos indígenas de 1780; luego, a partir de 1809, la llamada ‘guerra de la independencia’; pero aun así, se puede decir que los revolucionarios criollos no tuvieron que enfrentarse con un aplastante poder militar local, aunque a lo largo de los años de lucha cada uno de los bandos fue organizando y ampliando sus fuerzas armadas.

Aunque ahora no conviene distraerme con el tema, en el caso de Charcas tampoco no podemos olvidar un factor de primera magnitud: la compleja situación creada, primero con la desmembración del Virreinato del Perú y anexión al nuevo Virreinato del Río de la Plata (1776); y después, con la reanexión peruana (1810), reanexión que no logró evitar que, de 1810 a 1825, Charcas se convirtiera en un confuso campo de combate donde se enfrentaban los ejércitos telecomandados desde dos polos virreinales tan lejanos como Lima y Buenos Aires.

Finalmente, es necesario tenerlo en cuenta cuando encontramos un último factor de carácter ideológico: como uno de los ingredientes del ‘patriotismo’ americano, desde entonces hasta hoy el único interés por conocer y analizar la organización militar en cada uno de los territorios que iban a independizarse de la metrópoli, se ha reducido a los combatientes revolucionarios, pero no ha habido otro tanto con el de los realistas o ‘fidelistas’. Así, cuando ha llegado la celebración del Bicentenario (en realidad, un consenso convencional sobre las diversas fechas, ¡todas ellas ‘primeros gritos’!), ha vuelto a ponerse en evidencia aquella larga tradición de desinterés.

Hasta cierto punto, claro: las conmemoraciones –a veces– permiten cobrar conciencia de aquellos agujeros negros del conocimiento; y al ponerse el tema se pone de moda, puede ser que alguien lleve a cabo investigaciones nuevas para tapar aquellos vacíos. Así, quisiera atraer la atención sobre la obra del investigador argentino Julio Mario Luqui-Lagleyze, ‘Por el Rey, la Fe y la Patria’. El Ejército realista del Perú en la independencia sudamericana, 1810-1825 (Madrid, Ministerio de Defensa, 2006), 419 p.

Y a su respecto hay que tomar nota que el autor no quiere darnos un enésimo relato de movimientos, combates, victorias y derrotas; sino que centra su atención en la organización, procedencia de reclutamiento y composición de los cuerpos militares (no sólo entre europeos y americanos, sino –dentro de los segundos– sus componentes étnicos: blancos, mestizos, indios, negros, mulatos…). También dedica su interés a las milicias urbanas charqueñas y a las guerrillas (organizadas por Pedro Antonio de Olañeta); y al financiamiento de las operaciones bélicas; y a los servicios sanitarios, etc.

El libro cuenta con un amplio apoyo de fuentes, traducido en las más de 450 notas (cuyo texto se ha relegado a las pp. 356-381); y vale la pena destacar que, entre las fuentes archivísticas utilizadas (predominantemente americanas), figuran las del Archivo de la Casa de la Moneda de Potosí, único boliviano (para el detalle, cf. pp. 410-412).

* * *

Aunque no se ocupa del mismo tema, tiene muchos puntos comunes que se cruzan con los que toca el libro anterior; pero lo hace centrándose en la trayectoria biográfica de José de la Serna: Julio Albi de la Cuesta, El último Virrey (Madrid, Ollero y Ramos, 2009), 734 p.; obra que, a diferencia de la Luqui, sigue una narración guiada básicamente por la cronología.

Dejando de lado la vida de Serna de los periodos anteriores, para la guerra de la independencia de Charcas el libro presenta un interés fundamental en los años 1821-1825, cuando desde el Cuzco Serna gobernó lo que quedaba del Virreinato peruano. Cada vez se había hecho más previsible el desenlace final de la guerra, lo que le da un marco de tragedia. En ella jugaron un papel destacado las disensiones dentro del propio bando realista: no olvidemos que Serna formó parte en 1816 del motín liberal y masónico que encumbró a Pezuela en el gobierno del Perú; Pezuela, en 1821, cayó en desgracia, viniéndole a suceder Serna. Estas disensiones ideológicas sólo reflejaban las de Madrid entre constitucionalistas y absolutistas, con toda su gama intermedia.

Y a la postre, cuando Olañeta, ya en enero de 1825, se hace dueño de Charcas, acabando de amargar la vida a Serna, no dejan de seguirse moviendo los hilos de la guerra civil a ambos lados del océano; guerra civil que sólo en Sudamérica pondrá sus últimos sellos en Junín y Jayak’uchu; personalmente, para Olañeta, todo acabará en Tumusla, cuando Sucre se había decidido a ingresar en Charcas, no había encontrado allí ninguna resistencia y ya se hallaba en Potosí.

El libro de Albi se atiene con firmeza a los ‘hechos’, sin querer enfangarse en rígidas interpretaciones y polémicas más o menos doctrinales (con frecuencia, anacrónicas). Procura tener en cuenta todos los factores documentables: lo hace con los de cualquier naturaleza, pero sin supeditar las razones ‘factuales a las’ ‘sistemáticas’.

La obra de Albi omite las notas, al igual que Luqui, al pie de página; pero, a diferencia de él, no las reúne al final de la obra, sino al final de cada capítulo. Esto hace todavía más recóndito e incómodo su uso y aprovechamiento; pero a diferencia de Luqui, la obra incluye un índice onomástico, absolutamente necesario; y en este sentido, su ausencia resulta de todo punto injustificable en el libro de Luqui.

¿Dos obras para el Bicentenario? Diferentes en su enfoque y en su método; pero una y otra resultan muy aprovechables. ¿Podremos esperar que sus respectivos flujos informativos irriguen los libros que, ahora o en el futuro, se escriban aquí sobre la guerra que expulsó a los españoles de la mayor parte de América?

Fuente: LA PATRIA
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